LOS SÍNTOMAS
Lo que sucedió en los desfiles del Día del Trabajo en Veracruz fue sintomático de que algo se descompone. Las protestas de los asalariados fueron la noticia del día, algo que ha sucedido en los últimos años, aunque la novedad es que ahora la ira popular apuntó hacia las llamadas reformas estructurales –la laboral, la educativa y la energética- que agudizarán la precariedad salarial, económica y social de millones de mexicanos. Esas reformas fueron aprobadas por legisladores veracruzanos, tanto federales como locales, no se debe olvidar.
También fue sintomático, aunque no sorprendente, que el Gobierno estatal ordenara la retención de unos cincuenta autobuses que transportaban maestros disidentes que se dirigían a Xalapa para sumarse a las manifestaciones contra la reforma educativa. Para la administración estatal, esos educadores que defienden sus derechos merecen ser tratados como delincuentes, mientras que a los verdaderos criminales se les tolera. Ya se ha dicho, los policías de la Secretaría de Seguridad Pública al mando de Arturo Bermúdez son buenos para bloquear y reprimir a los mentores, pero inútiles para combatir a los criminales.
Un grave síntoma de lo podrido es que se opta por arremeter contra el pueblo que se manifiesta, pero se deja circular libremente, sin molestar, a los que delinquen. Asimismo fue sintomático lo acontecido en el desfile de Xalapa, donde el gobernador Javier Duarte de Ochoa prácticamente se quedó solo con los líderes charros, pues a diferencia de otros años, los xalapeños no acudieron al centro histórico para presenciar la marcha alegórica. Los que hicieron bulto ante la ausencia de espectadores, además de los burócratas y dirigentes sindicales, fueron los sesenta guaruras que se incorporaron al contingente de Duarte para cuidarlo.
Al desfile jalapeño se le aplica perfectamente la estrofa “todos los tiranos se abrazan como hermanos” de la canción española de “La Puerta de Alcalá”, ya que del brazo de Duarte, y con sonrisas burlonas, marcharon los líderes charros Tomás Tejeda, de la CROC; Enrique Ramos Rodríguez, de la CTM; Enrique Levet Gorozpe, del FESAPAUV, así como Juan Nicolás Callejas y Manuel Arellano de las secciones 32 y 56 del SNTE. Vaya, aludiendo a lo utópico, se hubiera aprovechado que estaban todos juntos para hacer una redada para detenerlos. ¿No creen?
Y ahí mismo hubieran aprehendido a Elizabeth Morales, lideresa del PRI que desfalcó las arcas municipales de Xalapa, y a Guadalupe Porras David, que hizo lo mismo en el Ayuntamiento de Minatitlán para después convertirse en CNOP, ahorrándose citatorios y búsquedas. No obstante, nadie debe extrañarse de que estos personajes se paseen sin castigo y encabecen ceremonias oficiales, pues es lo que ha sucedido siempre en la entidad, y mucho menos si se considera que en el duartismo, a los pillos no se les castiga, se les premia. La caminata de todos ellos del brazo, riendo, pero sin el pueblo es, por supuesto, síntoma de la putrefacción en las clases gobernante, política y sindical.
Esa misma sintomatología está en el hecho de que los funcionarios y los líderes sindicales y priístas salieron huyendo del templete oficial cuando llegaron los manifestantes magisteriales que lograron incorporarse a la marcha. Abucheados y temerosos de la turbamulta, se dispersaron despavoridos, refugiándose la mayoría de ellos en el Palacio de Gobierno, cuyas puertas se cerraron tras su ingreso para evitar que los alcanzaran los inconformes. Señal que viste al acto entero: la fiesta oficial se deshizo y los duartistas corrieron cuando comenzaron a gritarles “¡corruptos!”
Algo ya se pudrió en el duartismo, pero también en el PRI y en política. Lo que sucedió al final del desfile jalapeño no es cosa menor, pues la primera en salir en estampida fue la lideresa Elizabeth Morales, pese a que inicialmente lanzaba arengas a favor de su partido desde el templete oficial. La ola de repudio la rebasó y no le quedó otra que huir. No hay que hacer un análisis profundo para deducir el ánimo de la población hacia el PRI y su huidiza lideresa. Es un síntoma del nivel de popularidad de Elizabeth Morales y lo que podría sucederle al Revolucionario Institucional cuando lleguen las justas electorales.
En referencia a Elizabeth Morales, seguramente los dirigentes de oposición –si es que todavía los hay en Veracruz- estarán adecuando aquella frase popular sobre los enemigos que salen huyendo y entonces le recitarán: “A lideresa que huye, puente de plata”.
Signos de descomposición también se dieron en el desfile obrero del puerto de Veracruz, donde los porros del líder de los trabajadores de Tubos y Aceros de México (Tamsa), Pascual Lagunes Ochoa, dieron muestra de que en Veracruz, los excesos de los líderes charros están permitidos.
Los gorilas de Lagunes Ochoa desfilaron alcoholizados y hasta cargando las botellas de licor arropando a su dirigente. Lo peor fue que agredieron a los reporteros cuando éstos intentaron entrevistar a Lagunes Ochoa, quien enfrenta acusaciones de una fracción del sindicato por mantenerse en el cargo pese a existir laudos que se lo impiden. ¿Por qué las autoridades permitieron que desfilaran ebrios y se comportaran violentamente? ¿Por qué no fueron interceptados por las fuerzas del orden y remitidos a una comisaria?
Por la simple razón de que no eran maestros o trabajadores disidentes, sino golpeadores al servicio de uno de los dirigentes sindicales más corruptos de la entidad, y que históricamente ha estado ligado a los gobiernos priístas. Este tipo de gente puede hacer lo que quiera en cualquier parte, incluido un evento como es el desfile obrero. Ayer lo hicieron delante del alcalde porteño Ramón Poo y de representantes del Ejército y la Armada de México. Ninguno de ellos hizo nada para escarmentar a los porros de Lagunes Ochoa, y eso también es síntoma de dos cosas: de mucha tolerancia y de extrema desvergüenza.
ESPERAR SENTADOS
Hace un año, el 2 de mayo del 2013, un grupo de migrantes que viajaba a bordo del tren fue atacado por hombres armados a la altura del poblado Las Barrancas, en el municipio de Cosoleacaque, al sur del estado. Por negarse a pagar una “cuota” de cien dólares, diez centroamericanos fueron arrojados del tren en movimiento y resultaron severamente heridos. El hecho se conoció por las denuncias de activistas de la Iglesia Católica, aunque el Gobierno estatal intentó maquillar la noticia asegurando que había sido un “pleito entre los mismos migrantes”.
Es decir, se culpó a los centroamericanos de su propia desgracia, tácitamente negaron la injerencia del crimen organizado. También muy sintomático, ¿no creen? Al ser desmentido a nivel nacional e internacional por los testimonios de los agredidos, al día siguiente, el 3 de mayo, Duarte de Ochoa anunció la aplicación del Protocolo de Atención en Situación de Emergencia con el cual, dijo, se evitarán futuras agresiones a los migrantes. Sin embargo, ha pasado un año y nada se ha hecho, a pesar de que han sucedido más de diez ataques similares, la mayoría con saldo mortal.
Hubo hasta el descarrilamiento de un tren en agosto en los límites con Tabasco, cerca del municipio veracruzano de Las Choapas, que causó la muerte de 12 migrantes, pero que sirvió para conocer que todos los viajantes estaban a punto de ser secuestrados por la mafia. A doce meses, nada ha cambiado en Veracruz y Duarte de Ochoa sigue con el mismo discurso y cero acciones. Lo más destacable es que mandó a interponer dos denuncias penales contra las concesionarias de los ferrocarriles en un intento de impedir que los migrantes viajen sobre los vagones de carga, pero se ha negado a investigar a los policías estatales y municipales, a funcionarios locales y federales, así como a los alcaldes coludidos con el crimen organizado que cazan a los migrantes.
Por eso, los que participaron en el “Viacrucis del Migrante” que el pasado 21 de abril arribó al municipio de Amatlán de los Reyes, donde se reunieron con el gobernante veracruzano, poco o nada deben esperar de sus promesas. A ellos, Duarte les presumió que “en Veracruz, el respeto a la ley es la norma y no la excepción”, pero dada la experiencia, se debe entender exactamente lo contrario. Les ofreció seguridad en su tránsito por el territorio estatal, pero siguen intocadas las corporaciones policiacas y los funcionarios coludidos con la delincuencia, que son sus cazadores.
Ese compromiso fue el mismo que le hizo al padre Alejandro Solalinde, dirigente del albergue “Hermanos del Camino” en julio del 2011, durante una reunión en Palacio de Gobierno de Xalapa. Al salir de la misma, Duarte de Ochoa dijo a la prensa, frente a Solalinde: “En Veracruz trabajamos porque ningún migrante, ninguna persona que transita en busca de un futuro mejor, reciba maltrato o esté en peligro”. ¿No suena igual a lo dicho en Amatlán de los Reyes?
Tan falsa fue la promesa que el primero de marzo pasado, el propio Solalinde acusó públicamente al gobernante veracruzano de mentiroso. El religioso señaló en un comunicado que Duarte “ha incumplido la promesa realizada en julio del 2011 de cuidar el corredor migratorio, pues los secuestros persisten e incluso se han incrementado”. Y todavía más, señaló que la Fiscalía Especializada para la Atención de Migrantes en Veracruz es un ejemplo nacional de fracaso e inoperatividad. Entonces, migrantes, activistas, religiosos y demás que escucharon las promesas del funcionario estatal en Amatlán de los Reyes pueden esperar sentados a que las cumplan.