- Por CATÓN / columnista
Ganó México y perdió López Obrador. Los mexicanos ganamos, y perdieron Morena y la 4T. La voz de los ciudadanos se escuchó en las urnas, clara y fuerte. Con nuestro voto le dijimos a AMLO que no queremos un caudillo, y menos todavía un dictador, sino un presidente al que la ley y las instituciones pongan frenos y contrapesos. El tabasqueño no podrá gobernar ya a base de caprichos, ni imponer en todo su absoluta voluntad. Tendrá ahora que aprender algo que nunca ha sabido hacer: negociar. El Congreso ya no es su propiedad privada, su coto particular. En vez de aumentar su dominio sobre él vio reducido considerablemente su margen de maniobra, y le será imposible hacer cambios a la Constitución con sólo dar consigna a sus diputados peleles. ¿Que ahora Morena gobierna más estados que antes? Nada importa. Quienes cayeron en el error de votar por un candidato morenista se darán cuenta bien pronto de que no eligieron un gobernador, sino un virrey sujeto al mando de López Obrador, quien será el verdadero gobernante de su estado. Y no piensen que éste los favorecerá con más recursos por tener un gobierno de Morena. El dinero ya escasea, y pronto alcanzará apenas para seguir comprando ninis y otros súbditos del dadivoso emperador, diestro en comprar voluntades que le ayuden a imponer la suya. En lo que hace al Congreso, el asunto de mayor importancia que se decidió en la elección, habló la democracia, y tuvo que bajar la voz el autoritarismo. No pensemos; sin embargo, que los ciudadanos hemos ganado una victoria definitiva. Este triunfo democrático puede traer consigo un súbito golpe antidemocrático, un inesperado coletazo del caudillo, acostumbrado a imponer siempre su autoridad —su autoritarismo— y reacio al diálogo, al acuerdo, a la negociación. El camino por recorrer es todavía largo. No cabe esperar que la lección del 6 de junio haga cambiar a López Obrador y convertirlo de la noche a la mañana en un demócrata, un conciliador, un gobernante plural, respetuoso de la ley y las instituciones, atento a las voces de la sociedad civil y dispuesto a renunciar a sus dogmas y prejuicios y a gobernar para todos los mexicanos por igual, sin distinciones ni maniqueísmos. Eso es anhelar lo imposible. En la jornada del domingo se ganó una batalla, pero no la guerra. No digo esto para poner una gota de acíbar en la miel de la victoria que le quitó a AMLO el control absoluto del Congreso. Es para recordar que nuestro deber de ciudadanos no se agota al ir a votar en día de elección. Es una permanente labor de vigilancia, una continua actitud militante ante los excesos y abusos del autoritarismo presidencial. Seguramente López verá en esto un tropiezo temporal, y no hemos de descartar que sea acicate que le dé impulso para más y mayores intentonas. Cuenta con apoyos que ha ido comprando con entregas de dinero que a nadie más se dan, con otorgamientos de concesiones contrarias a la ley y a la razón, y eso le da una fuerza que los votos ya no podrán contrastar. Dicho temor, que algunos juzgarán infundado, hace que me pregunte: ¿genio y figura hasta la dictadura? Quienes aspiran a ser personajes históricos, aunque en el contexto mundial sean microhistóricos, suelen volverse peligrosos. La megalomanía es de por sí riesgosa. Celebremos, señores, con gusto este día de elección tan hermoso, pero sigamos con la guardia en alto. No lo digo para amargar la fiesta en que los votos de los ciudadanos se impusieron sobre la demagogia del gobernante absoluto. Lo digo para que no se acabe en nuestro país la fiesta de la democracia, de la legalidad, del respeto a las instituciones y de la libertad… FIN.