- Por CATÓN / columnista
Difíciles son las relaciones entre dos vecinos cuando uno de ellos es rico y el otro muy pobre. Tal es el caso de Estados Unidos y nuestro país. (Aclaración para nacionalistas: Estados Unidos no es el vecino pobre). La nación débil que trata con la poderosa se ve en la situación del hombrecito que duerme junto a un elefante: incluso inadvertidamente el grandulón puede aplastarlo, o al menos quebrantarle los huesos y dejarlo dolido y lacerado. Por eso debemos pisar como sobre huevos –es decir andarnos con cuidado- en nuestro trato con el coloso del norte, si me es permitida esa expresión inédita. Los países menores suelen desarrollar en su relación con los mayores una especie de hipersensibilidad que los hace ver ofensa o agravio ahí donde sólo hay un desliz sin consecuencias o una falta quizá insignificante al protocolo diplomático. Entonces esgrimen a manera de lábaros o grímpolas palabras de gran sonoridad como “soberanía”, “independencia”, “dignidad”, “autodeterminación” y otras igualmente majestuosas y de muchos decibeles. Obviamente hay que cuidar que nadie nos sobaje o menosprecie en el campo de lo internacional, pero a fin de cuentas todo se reduce a lo económico, y los términos anteriormente mencionados no pertenecen al lenguaje de la economía. Decir eso no es cinismo o desparpajo: es sentido común, instinto de la conservación, realismo t5tpuro. Hemos de dar respeto, y exigirlo, pero sin alardes que pongan en riesgo nuestra relación con el Tío Sam, señor que por las buenas suele ser afable, bonachón, y aun benevolente, pero que por las malas es bastante cabrón… (Nota de los editores. En aras de la buena relación entre los dos países debemos señalar que la última palabra empleada por nuestro amable colaborador es de su exclusiva responsabilidad)… Don Veterino, señor de muchos años, papandujo, le reprochó con voz doliente a su entrepierna: “¡Tonta, más que tonta! ¿Por qué te moriste antes que yo, si somos de la misma edad?”… Susiflor, linda muchacha, le dijo a su amiga Rosibel: “Ya viene el cumpleaños de mi novio”. Preguntó la amiga: “Y ¿qué le vas a regalar?”. Contestó Susiflor: “No tengo que preocuparme por eso. Siempre me pide lo mismo”. (Y no era una corbata)… Florencina, la enfermera del doctor Ken Hosanna, poseía espléndidos atributos corporales tanto en la parte norte como en la comarca sur. El atribulado paciente le indicó al facultativo: “Doctor: si no me cambia usted de enfermera nunca me va a bajar la presión”… Babalucas fue con una linda chica al Ensalivadero, lugar propicio a expansiones amorosas de elevado contenido erótico. Le preguntó la muchacha, cautelosa: “¿Practicas el sexo seguro?”. “Sí –le aseguró el badulaque-. A todas mis parejas les doy un nombre falso”… Doña Holofernes, campesina acomodada, le dijo a la mujer de la granja cercana: “Te iba a regalar una gallina para que la hicieras en mole, pero a la hora de la hora la gallina se alivió”… El cuento que cierra hoy esta columna es un relato propio de goliardos. Los goliardos, personajes medievales, eran clérigos crapulosos o estudiantes libertinos que se dedicaban a comer y beber desordenadamente, jugar cartas o dados, haraganear y andar en compañía de pendonas. Por eso la narración que sigue no es recomendable para personas púdicas… Los frailes del convento de la Reverberación iban por una calle de la aldea cuando pasó a su lado una frondosa mujer de saya más que corta y escote más que largo. Uno de los reverendos le comentó a otro: “Hermano: si estos hábitos fueran de bronce ¡qué concierto de campanas se escucharía ahora!”… (No le entendí)… FIN.