Por Andrés Timoteo / Columnista
ÁNGELES Y DEMONIOS
Una enorme columna de humo verde ascendiendo desde el barrio Las Estaciones, es la imagen que quedó grabada en la memoria de los cordobeses y en la hemeroteca para que las generaciones futuras vean lo que sucedió aquel 3 de mayo de 1991. Miles de litros de químicos altamente tóxicos -algunos ya prohibidos mundialmente pero que en México se seguían utilizando por la irresponsabilidad criminal de empresarios y autoridades- se derramaron, mezclaron y quemaron en la fábrica de fertilizantes y pesticidas “Agricultura Nacional de Veracruz, S. A.” (Anaversa).
Fue un desastre químico de grandes proporciones que los expertos equiparan – ya se ha dicho muchas veces- a los de Bhopal, India en 1984 y Seveso, Italia en 1976. Hoy, en el Día de la Santa Cruz se cumplen tres décadas de aquel incendio que contaminó buena parte de la ciudad, al menos 17 colonias; además de depósitos de agua y mantos freáticos y que así estarán durante un siglo. Las dioxinas -partículas que genera la combustión de químicos que contienen cloro y que son altamente mutágenos, es decir que provocan mutación de las células en organismos vivientes- generadas en Anaversa se mantendrán activas por cien años.
O sea, faltan 70 años para que la sede de la fábrica -hoy en abandono- y todas las colonias aledañas dejen de ser un peligro tóxico. Las secuelas son incalculables. Hace al menos una década se dejó de contar a los muertos por enfermedades cancerígenas. La cifra se quedó en mil 500 documentalmente y alrededor de 10 mil extraoficialmente. Por supuesto que los números reales de los vecinos que desarrollaron tumores, leucemias, melanomas, linfomas y otras variantes de cáncer son mucho más elevados. Esto sin contar con las malformaciones genéticas de fetos, pues Córdoba fue puntero en América Latina de nacimientos de bebés con anencefalia, es decir, sin masa cerebral.
En aquel 3 de mayo de 1991 nadie sabía cómo lidiar con un desastre químico -ojo, los propietarios de Anaversa sí tendrían que haber tenido un protocolo de emergencia, pero lo carecían por negligencia o no lo aplicaron por desidia criminal – y entonces las autoridades lo trataron como un incendio convencional. Los bomberos quisieron sofocar las llamas con agua, cuando debió ser con espuma especial para encapsular los residuos. El agua vertida provocó que los químicos fueran arrastrados por las calles y luego pasaron al sistema de drenaje y se filtraron al subsuelo contaminando todo.
Algunos bomberos que intervinieron en la conflagración sin equipo especializado -trajes aislantes, mascarillas y filtros de respiración- murieron de cáncer meses después por haber respirado el humo tóxico o que su piel tuvo contacto con las dioxinas. Lo mismo sucedió con los habitantes de los alrededores, pues las víctimas mortales no fueron inmediatas, sino paulatinas, silenciosas y por eso nadie las contó ni mucho menos las atendió. Nunca se hizo un barrido epidemiológico para calcular la magnitud de la contaminación y aplicar políticas sanitarias para atender a la población emponzoñada.
Hay que decirlo puntualmente, en el desastre de Anaversa hay ángeles y demonios. Entre los primeros destaca la sociedad civil que se organizó y durante muchos años ayudó a las víctimas por medio de la organización Asociación de Enfermos y Afectados por Anaversa que lideró Rosalinda Huerta Rivadeneyra, pero como el tiempo desgasta, las voces se van callando. Hoy sólo hay reminiscencias de aquel activismo, aunque no está extinto. Se escucha menos, pero ahí está el reclamo.
También hay que reconocer que el exgobernador, Dante Delgado Rannauro, fue un de los pocos funcionarios públicos que se ocuparon del tema y antes de terminar su mandato, en 1992, creó un fideicomiso para atención a los afectados con 100 millones de pesos que nunca se ocuparon en ellos pues se los gastaron un par de demonios: Tomás Ríos Bernal, alcalde panista de la ciudad y su síndico, Gerardo Buganza Salmerón, en el trienio 1995-1997.
Esos malignos personajes ocuparon el dinero para -supuestamente- cercar un parque y maltrataron a los afectados por Anaversa cuando iban a pedirles que aplicarán el fideicomiso estatal. Lo mismo sus antecesores priístas, Bernardo Cessa Camacho y Enrique Bustos Bertheau, quienes ignoraron a la víctimas y encubrieron a los propietarios de la empresa de pesticidas. Otros diablos de Anaversa son sus propios dueños, los hermanos Luis Javier y Alfonso Quijano, quienes nunca fueron llevados a tribunales ni pagaron por el daño ambiental y humano.
Sus protectores también tienen cuernos y colmillos: el expresidente Carlos Salinas de Gortari, su secretarios de Salud, Jesús Kumate y de Desarrollo Urbano y Ecología, Patricio Chirinos que después fue gobernador de Veracruz. Nunca ni a nivel estatal ni federal, se cumplió la recomendación 99/1991 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Es decir, en la tragedia de Córdoba hubo más demonios confabulados que ángeles protectores. Y apenas han transcurrido 30 años.
LA SUMA DE TODOS LOS MIEDOS
Mañana, martes 04, comienzan las campañas de los candidatos a las diputaciones locales y las alcaldías en Veracruz. Con ese pretexto, a finales de la semana pasada en Córdoba salieron los insepultos -y eso que no era Halloween- para alinearse a la candidatura del empresario chatarrero Tomás López Landero, ahora abanderado por el partido Movimiento Ciudadano del exgobernador Dante Delgado Rannauro. Va a disputar el ayuntamiento que actualmente encabeza su hermana, Leticia López.
Ahí está el primer despropósito: imponer localmente la “monarquía de la moronga azul”, como decía ya saben quién. El segundo desatino son los personajes que lo arropan. El que abandonó su guaridad es el padrino político, al que siempre ha obedecido y secundado, el expanista Gerardo Buganza, operador de la fidelidad y del duartismo. Un oscuro mensajero del pasado que ahora va a coordinar la campaña de López Landero apostándole a que los cordobeses estén adormecidos en la
desmemoria.
En ese mismo costal, aunque de la greña porque López Landero no quiso cederle regidurías en su planilla, está otro impresentable y también operador de la fidelidad y el duartismo: Juan Bueno Torio, quien se dice promotor, seleccionador y capacitador de MC, le hace una especie de ‘coaching’ a los emecistas -risas-. Y vaya, en la sindicatura llevan a la empresaria Claudia de la Huerta Manjarréz con nexos familiares que arrastran cosas torvas y turbias. Es la tía de los dueños del periódico de enfrente y socios en negocios del innombrable de los parquímetros en Poza Rica y el puerto de Veracruz. ¿A poco esa señora no es como para espantar al más valiente?
Por si fuera poco, el candidato a la diputación local es Gustavo López García, otro impresentable. Éste señor fue personero y representante electoral de Juan Manuel del Castillo, uno de los saqueadores más coludos del duartismo y ahora pretende engañar a los ciudadanos tratando de pasar como una gente decente. El abanderado a la diputación federal es el exfuncionario municipal, Abraham Aíza, operador en su momento de la alcaldesa López Landero en los enjuagues con los recursos de la Dirección de Desarrollo Económico.
Además, el tipo es pariente de Jesús Aíza, conocido como “El Sirio” que fue delegado de Seguridad Pública en la zona centro durante la fidelidad y el duartismo y actualmente señalado como socio de Florian Tudor, jefe la la mafia rumana en el Caribe, donde Aíza fungió como secretario de Seguridad Pública en Cancún. Entonces, el candidato a la diputación federal es otro tipo de susto. La síntesis es que las candidaturas del Movimiento Ciudadano en Córdoba bien pueden definirse como la famosa película hollywoodense: la suma de todos los miedos. ¡Vade Retro
Satanás!
UNA ‘MORONGA’ GUINDA
¿La ‘Torita”, la “Ternera”, la “Vaquilla” o la “Novillona”, cómo le van a llamar a la nueva candidata de Morena a la gubernatura de Guerrero? Por el momento ya la conocen como la “Juanita” Salgado, porque sustituyó a su padre, el impresentable Félix Salgado Macedonio, luego de que éste perdió el registro por mandato del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).
El nombre de “Juanita” es, claro, en referencia a esa triquiñuela electoral que ideada por el propio tabasqueño Andrés Manuel López Obrador en el 2009 cuando era dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y colocó a Rafael Acosta, apodado “Juanito” en lugar de Clara Brugada que había sido vetada por el mismo tribunal para contender como delegada de Iztapalapa y tras ganar los comicios se obligó a “Juanito” a renunciar para que subiera al poder la propia Brugada.
Una simulación legaloide que luego fue copiada por otros partidos: poner candidatos ‘cebo’ para ganar y luego que renuncien para que suban otros. A las “Juanitas” -así en femenino porque fueron mujeres las que regularmente se utilizaron para simular cuotas de género- las inventó el lopezobradorismo y ahora las recicla en Guerrero donde Morena designó a Evelyn Salgado Pineda hija del “Toro” Salgado.
Dos cosas a citar en este entuerto de Guerrero. Uno, Salgado Pineda está casada con Alfredo Alonso, hijo del empresario Joaquín Alonso apodado “El Abulón” que fue detenido en el 2016 por ser operador del Cartel de los Beltrán Leyva, es decir, tiene nexos con la delincuencia organizada y he ahí una contradicción del morenismo que sólo achaca esos pecados a los de enfrente. Lo segundo es el nepotismo en la actividad político-electoral.
¿Se acuerdan que en el 2017, López Obrador acusó al panismo de querer instaurar la “monarquía de la moronga azul” pues el gobernador era Miguel Ángel Yunes Linares y el candidato a la alcaldía porteña era su hijo, Fernando Yunes? Al año siguiente, cuando su otro hijo, Miguel Ángel Yunes Márquez, contendió por la gubernatura para sustituir al progenitor los morenistas hicieron una bandera de campaña ese concepto de la “monarquía de la moronga azul”. Pues escupieron para arriba porque ahora ya hay la “moronga guinda” en Guerrero.