Cuando publiqué un libro sobre mi estancia como embajador de México en Cuba (En El filo, historia de una crisis diplomática, Cuba 2001-2002, Ediciones Sin Nombre, 2004), recibí severos ataques y descalificaciones por parte de miembros del Servicio Exterior Mexicano, del ex canciller y de líderes del PRI y PAN.
Es considerado una herejía publicar hechos vividos en tiempo real por parte de un embajador. Los secretos era muchos, y había (y hay) muchos intereses vinculados a la mantención de su secrecía. De ahí la tradición en la política mexicana de no publicar diarios o reflexiones verídicas sobre los aconteceres de la vida pública. Los libros publicados por algunos ex presidentes de la República son textos hechos cuidadosamente para ocultar más de lo que revelan. En el Servicio Exterior Mexicano los libros publicados por sus miembros sirven para escribir y glorificar historias pasadas, pero nunca para hablar sobre la actualidad. A diferencia de la tradición intelectual inglesa que sí promueve y acepta la publicación de diarios de servidores públicos, la nuestra, una tradición intelectual latina, no sólo no lo promueve sino que incluso lo castiga. Fui castigado políticamente por haber publicado mi diario sobre la vida y los hechos de un embajador mexicano en La Habana. No es queja es una simple constatación de hechos.
A raíz de la muerte de Gabriel García Márquez, releí partes de mi libro, pues tuve encuentros con él en La Habana. El relato de hechos no deja de ser interesante, propio de un diario. Un encuentro en particular, realizado el 23 de febrero de 2001 en la residencia mexicana, fue especialmente interesante. Se dio en el contexto de dos situaciones: la primera, las negociaciones de la Unión Europea con La Habana sobre su voto en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU referente al gobierno cubano, y, la segunda, el cabildeo mexicano en el mismo sentido, voto que finalmente resultó contrario a Cuba, a pesar de mi recomendación de que México votara abstención.
El texto dice así: “Acabo de hablar ampliamente con Gabriel García Márquez sobre el asunto Cuba-México y los diversos asuntos relacionados. Llegó a las 18 horas y se marchó a las 19.15. Es una catarata de opiniones y de experiencia de vida y muy gentil en su trato. Sobre Fidel dice que trata el asunto de Ginebra como un partido de beisbol. Quiere ganar, es lo que más le obsesiona. Sigue acostándose a las nueve de la mañana, a pesar de que sus médicos le dijeron que tenía que dormir a las 3 am, a más tardar. Ahora está obsesionado por los jóvenes. Dice que lo de Elián cambió radicalmente la visión de Fidel sobre la juventud, especialmente por su participación en las manifestaciones. De ahí lo de la estatua de John Lennon, por ejemplo. El hecho es que el asunto de Ginebra tiene al gobierno de Cuba de cabeza. Le platiqué la propuesta cubana a la Unión Europea, y brincó: ¡es un despropósito total! ¡No tiene sentido tanta cosa! Cree que Cuba debiera ignorar el asunto y no dejarse obsesionar tanto. Incluso, que México debiera ignorar el resolutivo y trabajar por resolver lo fundamental: la relación descompuesta entre Cuba y Estados Unidos. Me comentó que en conversaciones con (Carlos) Lage y Felipe (Pérez Roque) ambos expresaron el miedo de que México pudiera votar contra Cuba, por la actitud de Castañeda. En lo que se refiere a Clinton, Fidel y el derribo de las avionetas, cuenta la siguiente versión: Clinton le dio su palabra a Fidel de que no habría más vuelos de avionetas, pero Fidel no ordenó que se dejara de disparar sobre de ellas. Fidel estaba en su casa leyendo cuando se enteró del derribo de las avionetas; ya nada podía hacerse. Fidel dijo que fue una tragedia para el proceso cubano que eso hubiera pasado, y Clinton, tan enredado con Mónica Lewinsky, no tenía ya la fuerza política para quitar el bloqueo, aunque era su intención, según le dijo a Gabo. Y así pasó el proceso histórico, por encima de las cabezas de la gente y de los dirigentes. Gabo quisiera que los países pudieran buscar otras rutas, pero no las encuentran; y los enconos siguen. Va a pensar en un artículo sobre los absurdos de Ginebra. Lo que sucede es que México pudiera estar al borde de una definición rupturista con Cuba, con relación a este asunto con los derechos humanos.
Un último comentario de Gabo sobre Fidel: “Cree que no va a morir nunca porque no tiene tiempo…” (pp. 33-34).