Por CATÓN / Columnista
El novio de Glafira, la hija de don Poseidón, le prepuso matrimonio. (A Glafira, aclaremos, no a don Poseidón). Exclamó alegremente la muchacha: “¡Qué equivocado estaba mi papá! ¡Siempre me dijo que jamás encontraría yo un imbécil que se casara conmigo, y ya lo hallé!”… La maestra les pidió a los niños que mencionaran palabras que tuvieran varias letras o. Dijo Rosilita: “Tolondrón”. Dijo Juanilito: “Monótono”. Y Pepito dijo: “¡Goool!”… El director del manicomio les mostró a los periodistas un interno que acariciaba y besaba a una muñeca. Les dijo: “Perdió la razón porque su novia lo dejó para casarse con otro”. En eso pasaron por una celda de paredes acolchadas donde otro interno, con camisa de fuerza, lanzaba espantosos alaridos al tiempo que se daba furiosos cabezazos contra las paredes. Explicó el director: “Éste es el otro”… “Suave Patria vendedora de chía: / quiero raptarte en la cuaresma opaca, / sobre un garañón, y con matraca, / y entre los tiros de la policía”. Don Eugenio del Hoyo, sabio maestro zacatecano, me explicó esos versos del bellísimo poema de Ramón López Velarde. Me dijo que la matraca era la pistola, pues así, “matraca”, la llamaban en su tierra los rancheros que portaban arma. Las vendedoras de chía han desaparecido, “cual muriéndose van las cantadoras / que en las ferias, con el bravío pecho / empitonando la camisa, han hecho / la lujuria y el ritmo de las horas”. Eso de “el bravío pecho empitonando la camisa” es una de las imágenes más vívidas, más vivas y vitales, en toda la poesía mexicana. En cuanto a la cuaresma, había dejado ya de ser opaca. Ha vuelto a serlo, por desgracia, con el confinamiento a que nos ha forzado la pandemia. Los días han transcurrido para muchos en una cansina opacidad interrumpida sólo por la tragedia propia o de algún prójimo. Habrá de prolongarse esta interminable cuaresma, no sabemos por cuánto tiempo más. Paciencia y prudencia son el arma mejor contra la plaga. Esas virtudes nos protegerán lo mismo de ella que de la ineptitud oficial ante la epidemia… Don Wormilio invitó a su jefe a cenar en su casa. Llamó a la puerta el invitado, y lo recibió la hijita del anfitrión. Le preguntó al señor: “¿Es usted el jefe de mi papi?”. “Así es, pequeña” –respondió con una sonrisa el visitante. Dijo la niña: “Mi papá habla mucho de usted. Pase por favor, señor Negrero”… La policía detuvo in fraganti a dos rateros que se metieron a una casa a robar. Cuando los iban sacando, ya esposados, uno de ellos le dijo al otro: “Es cierto lo que te dije, Caco. Cuando hay muchos periódicos tirados afuera de una casa eso significa que los que viven ahí están de viaje. ¿Cómo iba yo a saber que ésta es la casa de unos recién casados?”… El platillo que pidió el cliente en el restorán tardaba en llegar. Cerca de media hora tenía ya esperándolo. El mesero le dijo: “No tardaremos en traer su pescado, caballero”. “¿De veras?” –respondió atufado el hombre-. ¿Qué carnada están usando?”… Un tipo le contó a su amigo: “Desde que mi esposa se fue de la casa no puedo dormir bien”. Dijo el otro: “Te entiendo”. Añadió el tipo: “Es que se llevó la cama”… Los asistentes a la cena oían con atención el relato de sir Hubert Highrump, famoso cazador recién llegado de su safari en África. “Mi instinto cinegético –narró- me dijo que el león estaba cerca. Con el cañón de mi rifle Magnum aparté cautelosamente unos arbustos. No me equivoqué: ahí estaba la fiera, a menos de un metro de distancia de mi cara. Me hizo: ¡Ptrrrr!”. “¿Ptrrrr? –se extrañó una señora-. Yo había oído decir que los leones hacen: ¡Grrrr!”. Explicó sir Hubert:”Éste estaba de espaldas”… FIN.