En principio, el escribidor debe confesar que no fue amigo de Gabriel García Márquez; que a lo largo de poco más de 35 años de ejercicio reporteril, nunca lo entrevistó sobre ningún tema, y que solo en dos ocasiones, en 1979 y en 1996, cruzó con él algunas palabras en hechos de apenas trascendencia para contarlos con los amigos frente a un buen trago y nada más.
A cambio, el escribidor ha sido un lector y relector empedernido de todo cuanto ha firmado Gabriel García Márquez y algunos textos de quienes han escrito sobre él, desde el día aquel de 1974, cuando terminó de leer “Cien años de soledad”, en un ejemplar prestado.
A su juicio, eso le permite opinar, sin mayor pretensión, que si bien la literatura perdió el pasado Jueves Santo a uno de los mayores escritores del idioma español, el periodismo latinoamericano perdió a uno de los pocos referentes que le quedan.
García Márquez fue esencialmente un reportero, quien nunca renegó de su oficio original. Fue un escritor que ejerció los géneros literarios de la novela, el cuento y el periodismo. Su Premio Nobel es quizá el único ganado por un reportero, aunque haya habido otros galardonados con el mismo reconocimiento que también ejercieron el periodismo.
No es un secreto que el periodismo en general pasa por una crisis de credibilidad y prestigio. Su inmediatez, su dispersión y su presunta competencia le han provocado la pérdida de la precisión, la base de su credibilidad, de su prestigio, de su importancia y de su necesidad social.
García Márquez lo sabía. Conoció y ejerció todos los “trucos” del oficio periodístico en todos los géneros que practicó a lo largo de su vida. Tanto que fue capaz de darle credibilidad a lo increíble, veracidad a lo inverosímil.
Los críticos lo suponen como el máximo representante de esa corriente literaria que llaman “realismo mágico”. Lo cierto es que García Márquez cultivó en sus textos de no ficción, como en los de ficción, la magia de la realidad que, como se sabe —y él lo proclamaba cuando podía—, es más sorprendente que la fantasía.
En sus conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo y compañero de redacciones periodísticas, recopiladas en “El olor de la guayaba” (mayo de 1982), García Márquez dijo que se dio cuenta de que iba a ser escritor luego de leer “La Metamorfosis”, de Franz Kafka, porque descubrió que en la literatura era posible hacer que una mañana cualquiera, Gregorio Samsa despertase convertido en un escarabajo gigante, contado “de la misma manera que (lo hacía) mi abuela”, quien le “contaba las cosas más atroces sin conmoverse, como si fuera una cosa que acababa de ver”.
Pero no se trataba de inventar así como así. “Con el tiempo descubrí, no obstante, que uno no puede inventar o imaginar lo que se le da la gana, porque corre el riesgo de decir mentiras, y las mentiras son más graves en la literatura que en la vida real” . Creía, dijo en esa entrevista, que la fuente de la creación es siempre la realidad.
Mendoza le preguntó entonces si el oficio periodístico le sirvió de algo en el oficio literario. La respuesta: “Sí, pero no como se ha dicho a encontrar un lenguaje eficaz. El periodismo me enseñó recursos para darle validez a mis historias. Ponerle sábanas (sábanas blancas) a Remedios la bella para hacerla subir al cielo, o darle una taza de chocolate (de chocolate y no de otra bebida) al padre Nicanor Reina antes de que se eleve diez centímetros del suelo, son recursos o precisiones de periodista, muy útiles”.
Algunos de quienes asistieron como alumnos a sus célebres cursos de periodismo o a los talleres de cine que también impartía, han contado que les enseñaba ese mismo “truco” con otro ejemplo. Dicen que decía: “si escribo que vi una manada de elefantes volando, nadie lo creerá; pero si escribo que vi a 98 elefantes volando, todos lo creerán, por el simple hecho de que los conté uno a uno”.
Precisión en la información, se le llama.
Y habrá que decir, como se dice ahora en las llamadas redes sociales: el que entendió, entendió.
Y si ese “truco” sirve para aquellos que se dedican al que García Márquez llamaba el mejor oficio del mundo, también debe servir a los consumidores de textos periodísticos para seleccionar lo que se lee, se ve o se oye, en cualquiera de las “plataformas” —así se dice ahora— utilizadas para difundir información, que naturalmente será más confiable cuanto más precisa sea. Esto es parte de la magia de la realidad. No hay de otra.