Por CATÓN / Columnista
Un tipo le dijo a otro: “Esta noche tendré una orgía en mi departamento. Ven con tu señora”. “¿Cuántos seremos?” –se interesó el amigo. Respondió el tipo: “Si tu esposa y tú vienen seremos tres”… El joven marido y su mujer fueron a consultar a un consejero familiar. Su matrimonio se estaba yendo a pique, le dijeron, por causa de sus continuas desavenencias conyugales. El muchacho le informó: “En los 14 meses que llevamos de casados no hemos estado de acuerdo ni una sola vez”. Acotó la esposa: “15”… Conocemos bien a don Chinguetas: es un viva la Virgen, como antes se decía de quien es frívolo, informal. Una mañana su esposa le reclamó: “Me enteré de que anoche te gastaste 10 mil pesos en vino y mujeres”. “¡Qué buena noticia! –se alegró Chinguetas-. ¡Yo pensé que se me habían perdido!”… Don Cucurulo, señor de muchos calendarios, cortejaba discretamente a la señorita Himenia, célibe que se acercaba a los 50. (Varias veces se había acercado ya a ellos). Una tarde Himenia le comentó, feliz, a su amiguita Solia: “Creo que Cucú abriga intenciones matrimoniales. Ayer se puso romántico y me preguntó si ronco”… El caballero andante buscó al gigante Maladrón, a fin de darle muerte y librar de su amenaza a la hermosa doncella Guinivére. Al entrar en la cueva donde habitaba el monstruo se llevó una desagradable sorpresa: el gigante y Guinivére estaban follando desaforadamente. El escudero del adalid le dijo: “Acepte usted la realidad, sir Galahad: hemos llegado demasiado tarde”… He aquí una frase críptica, enigmática: “El caballo, cuando nace, estrena su ser caballar. El hombre, cuando nace, no estrena su ser humano”. Esas palabras son de José Ortega y Gasset uno de los autores más citados y menos leídos. En efecto: el caballo de hoy es igual al de hace 50 años, o un siglo, o un milenio. En cambio el hombre de este tiempo es muy distinto de su abuelo y aún de su padre, y por completo diferente de los hombres que vivieron en el Renacimiento o la Edad Media y no se diga los de la antigüedad griega y romana. ¿Por qué esa diferencia entre el equino y el humano? Porque el caballo no tiene uno de los más preciosos dones que posee el hombre: la palabra. Por virtud de ella el hombre de hoy recibe como herencia todo lo que hicieron los hombres del ayer, legado que se trasmite a través de la palabra escrita. Esa evocación orteguiana me fue inspirada por la lectura, que anoche concluí, de una bella obra escrita con rigor científico y a pesar de eso amena y deleitosa. Se trata de “El infinito en un junco”, de la española Irene Vallejo, un grato recorrido por la historia de la palabra y del monumento en que la palabra se ha plasmado: el libro. Quien ame a esos buenos amigos, los libros, debe leer éste. Espero no amenguar el gozo que su lectura me produjo si a ella añado una reflexión acerca de la palabra en México. Quien la usa todos los días desde el ambón, púlpito o tribuna del poder debe hacer de ella un instrumento de unión y no emplearla para sembrar discordia y disensiones. Debe decir la verdad en vez de esgrimir otros datos para esconder o desvirtuar los hechos. Debe buscar el beneficio comunitario y no hacer de la palabra una herramienta para aumentar su poder personal con mengua de las instituciones y la Ley. La palabra es algo tan humano que no nos debe deshumanizar; antes bien ha de llevarnos a la belleza, la justicia, la verdad y el bien, lo mismo que a otros valores de índole cívica y política como la tolerancia, la libertad en todos los órdenes, la democracia y la pluralidad. Aunque suene a moralina lo diré: si la palabra no sirve para el bien –o sea para el amor- entonces es solamente ruido, no
palabra… FIN.