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Recuerdo de Juan Pablo II

Superiberia

Hasta hace poco tiempo, el querido Papa Juan Pablo II convocaba a la reflexión y la unión de todas las expresiones religiosas para enviar un mensaje de paz, unión y bienestar de la humanidad.

Más allá de la conmemoración católica de la Semana Santa, que de suyo es importante y trascendente para un gran número de personas en el mundo, los días por venir son propicios para detenernos unos momentos, suspender la cotidianidad e intentar recuperar el aspecto más trascendente del ser humano, aquello a lo que el ahora Beato Juan Pablo II con su ejemplo nos enseñó, y que aún no se agota, incluso cuando terminó su vida: que vivamos en paz, armonía con nuestros semejantes, aun a pesar de las diferencias que existan entre nosotros.

El mayor riesgo para la humanidad es precisamente la deshumanización, puesto que estamos restándole valor a la vida humana a cada instante, ya sea que lo hagan quienes ven un negocio en la comercialización mediante la trata de personas, que se ha considerado la esclavitud de nuestro siglo; de igual manera se comercializa con la salud de millones de seres humanos, a través de la venta de narcóticos, enervantes o las drogas sintéticas, sin importar el perjuicio que pudieran producir en las personas, pues el fin importante para los criminales son las ganancias que se obtengan de dicho comercio.

La lista es larga para enunciar cómo estamos perdiendo la esencia de la humanidad, pero la convocatoria en esta ocasión es para aprovechar estos días en la reflexión sobre el valor de la vida humana, de la importancia de nuestra propia persona, así como la de nuestros seres queridos.

Sin embargo, para responder a nuestras responsabilidades sociales, debemos estar bien con nosotros mismos, no sólo de salud física, lo cual debiera ser parte de nuestras prioridades en todo momento, sino también de nuestra serenidad, equilibrio y balance en la perspectiva de vida.

Una vez que nos hemos analizado e intentado recuperarnos a nosotros mismos, podremos estar en posibilidad de responder a nuestros seres queridos, a quienes también debemos recuperar en la esencia de la convivencia; recuperar aquellos momentos en los que intercambiábamos experiencias de vida, ideales, sueños, ilusiones y desilusiones; recuperarlos de la tecnología que los tiene atrapados en las imágenes multimedia y en la búsqueda permanente de los objetos de novedad y de última moda, la cual, por cierto, se acaba una vez que se obtiene, pues deja de serlo para convertirse en “objeto usado”.

En la media en que recuperemos los valores trascendentes, esos que no dependen de la temporalidad ni del espacio, pues tienen una significación especial, recuperaremos la convivencia humana, así como la paz y el amor de los seres queridos.

El mundo requiere también de quienes construyen y edifican, desde su propia persona, el bienestar común. Recordar a quien en breve será santificado, Juan Pablo II será como mantenerlo con nosotros mismos; incluso para quienes no profesan sus creencias religiosas, él fue un referente de transformación, de cambio y, a la vez, de estabilidad y consolidación de la libertad en muchos lugares que habían vivido la opresión y la tiranía.

Así como existen quienes mediante el discurso y las acciones dividen a la humanidad, también necesitamos de quienes convocan a la unidad y a la fortaleza del espíritu para lograr día a día la dignificación personal.

Los conflictos en el mundo evidencian que aún nos hace falta escuchar y poner en práctica principios tan esenciales que son comunes a todas las expresiones religiosas o, incluso, al pensamiento no religioso de respeto por los demás y de solidaridad con nuestros semejantes.

La humanidad se ufana por los avances de la civilización, la modernidad, la contemporaneidad, padecemos males tan elementales, como ser insensibles ante el sufrimiento de nuestros semejantes.

A pesar del tiempo que ha pasado sigue vigente el mensaje de paz y amor que hace más de dos mil años dirigiera al mundo un humilde carpintero, pescador de almas y pastor de corazones.

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