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De política y cosas peores

Superiberia

CATÓN
Columnista

El marido y su mujer fueron al cine. En la película el galán besó apasionadamente a la protagonista con un beso francés de larga duración. “Mira cómo la besa –le hizo notar la señora a su esposo-. Tú nunca me besas así”. Replicó el señor: “A él le pagan”… El perrito y la perrita estaban haciendo en la calle lo que las perritas y los perritos hacen en la calle. Acertó a pasar por ahí un acordeonista ambulante y se detuvo a verlos. El perrito le dijo: “No te quedes ahí parado como un idiota. Tócanos ‘Bella notte’, de la película ‘La dama y el vagabundo’”… Candidito, joven varón sin ciencia de la vida, contrajo matrimonio. Al regreso de la luna de miel sus amigos le preguntaron cómo le había ido con su flamante mujercita. “¡Fantásticamente bien! –explicó, feliz, el ingenuo desposado-. Todas las noches la abrazaba y la besaba. Y, por la forma en que se comportaba, estoy seguro de que también habría podido hacerle el amor”… Dulcibel recibió una llamada telefónica. Una voz de mujer le preguntó: “¿Estás saliendo con Galantino Patané?”. “Así es” –respondió desconcertada la muchacha. Le dijo la que llamaba: “No te conviene andar con él. Es un sujeto irresponsable, flojo, mentiroso, desobligado, traicionero, veleidoso y ruin”. Preguntó Dulcibel: “¿Cómo lo sabes?”. Replicó la mujer, fúrica: “¡Porque es mi esposo, pendeja!”… En la isla desierta a la que habían llegado después de naufragar su barco la linda náufraga le dijo al anheloso náufrago: “Antes de que nos cases dame una prueba de que realmente eres oficial del Registro Civil”… Conocemos bien a don Chinguetas: es un marido casquivano. Cierto día su esposa doña Macalota regresó con anticipación de un viaje, y al entrar en su recámara lo halló en acción coital con una exuberante rubia. “¡Y en mi propia casa!” –le gritó iracunda al infiel cónyuge. Replicó, calmoso, don Chinguetas: “La mitad es mía”… El señor y la señora invitaron a sus vecinos a ver una película en su departamento. A medio film la señora se desapareció y regresó a poco vestida con faldita corta, medias de malla y zapatos de tacón aguja. Llevaba colgada al cuello una caja llena de golosinas. Con voz de vendedora ofreció a los invitados: “Dulces, chicles, cacahuates, palomitas, muéganos…”. Explicó el señor: “Esto les parecerá un poco extraño, pero nos ayuda a pagar el recibo de la luz”… La esposa de don Algón entró con pasos tácitos a la oficina de su marido y aprovechando que estaba de espaldas a la puerta le tapó los ojos con las manos. Dijo el ejecutivo: “Regresa a tu escritorio, Susiflor. Ahora no tengo tiempo para tus jueguitos”… Un marciano y una marciana llegaron en su ovni al jardín del señor y la señora. Los invitaron a pasar, y en la sala les sirvieron un té con galletitas. En el curso de la conversación los extraterrestres manifestaron su deseo de saber cómo hacían el amor los terrícolas. Igual curiosidad mostraron el señor y la señora: también ellos querían conocer cómo se hacía en amor en Marte. Acordaron entonces que la señora se iría a la recámara con el marciano, y la marciana pasaría la noche con el señor en el cuarto de invitados. Sucedió que la mujer advirtió que su invitado tenía la consabida parte muy pequeña, y se lo dijo. “No hay problema” –replicó el marciano. Se dio un tironcito en la oreja y la susodicha parte creció un poco. Otro tironcito y creció más. Y así hasta alcanzar el tamaño que le pareció satisfactorio a la señora. Al día siguiente los marcianos se marcharon. En el desayuno la señora le preguntó al señor: “¿Cómo te fue con la marciana?”. “No muy bien –respondió él, mohíno-. Se pasó toda la noche dándome tirones en la oreja”… FIN.

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