- Por Catón / Columnista
El cuento que hoy descorre el telón de esta columna es sicalíptico, y más sicalíptica aún podría ser la imaginación de quien lo lea… El avezado cliente de la buena casa mala supuso que la nueva pupila del establecimiento, mujer bastante joven, era inexperta en materia de erotismo, destreza imprescindible para el buen cumplimiento de su cargo. Le preguntó por eso: “¿Conoces bien tu oficio?”. Respondió ella sin dudar: “Al revés y al derecho”. “Perfecto –admitió el tipo-. Empezaremos al derecho”. (Honi soit qui mal y pense. Vergüenza para aquél que piense mal)… El oficial del Registro Civil le pidió a don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia: “Por favor, señor, ya no venga. Le he dicho mil veces que su contrato de matrimonio no tiene fecha de vencimiento”… Conspicuo beodo era Empédocles Etílez, tanto que la gente lo llamaba “El borrachín del pueblo”, y eso que vivía en la Ciudad de México. En cierta ocasión iba trastabillando por la vía pública, cae que no cae, en altas horas de la noche. El policía de su colonia le preguntó: “¿Puede explicar usted por qué anda en la calle a estas horas? Debería estar en su casa”. Tartajeó el temulento: “Si me ayudas a encontrar una explicación me voy allá”… “Primera llamada, primera”. Solía yo ir con frecuencia al teatro cuando el malhadado virus no nos prohibía aún asistir a esa forma de vida que es el teatro y a esa forma de teatro que es la vida. Siempre que escuchaba aquel anuncio, el de la primera llamada, sentía mariposas en el estómago. Han de saber mis cuatro lectores que antes de ser lo que ahora no soy fui actor teatral, y el aviso de que la función ya iba a comenzar me producía aquel mariposeo que me quedó hasta ahora. Actué primero en sainetes “de risa loca” como “Buscando narices” o “Se vende una mula”; después en comedias como “Una noche de primavera sin sueño”, del español Jardiel Poncela, y finalmente en dramas como “El niño y la niebla”, de Usigli, o “El zoológico de cristal”, de Tennessee Williams, toda una novedad para el público de mi ciudad, Saltillo, acostumbrado a ver obras de Linares Rivas y José María Pemán. Si hubiera yo cumplido esa temprana vocación teatral habría pasado los años de mi vida corriendo la legua en carpas como la del inolvidable y benemérito Teatro Tayita, llevando al palco escénico –así se ha de decir- piezas como el Tenorio (“con todos los trucos que requiere la obra”) o “El Mártir del Calvario”. Pero el amor puso ancla a mis devaneos actorales, y mi vida tomó otros derroteros igualmente felices y gozosos. Han transcurrido ya seis décadas de aquello, y aun así, vuelvo a decirlo, la frase sacramental: “Primera, llamada, primera”, me produce un sabroso nerviosismo. Todo esto viene a cuenta por el insólito cuanto severo extrañamiento que el Departamento de Estado de Estados Unidos hizo al régimen encabezado por López Obrador a fin de que se apegue a los tratados que México firmó en materia de energía, propiciando la libre inversión y dando oídos a lo que las empresas privadas tienen qué decir a ese respecto. Nada bueno para nuestro país augura ese diferendo, que puede llegar a convertirse en alejamiento con el nuevo gobierno de la nación vecina. Si eso sucediera las consecuencias económicas para México serían desastrosas. Y todo indica que sucederá. Primera llamada, primera… “Acúsome, padre –le dijo el penitente al confesor-, de que he deseado a la mujer de mi prójimo”. Inquirió el sacerdote: “¿Has llevado a la práctica esa tentación?”. “No, padre –respondió el sujeto-. Sólo he pensado en ella”. Le dijo entonces el presbítero: “Pues eres un pendejo. La penitencia es la misma que si la hubieras consumado”… FIN.