“¿Está ahí tu novio?” – le preguntó desde el segundo piso el papá de Dulcibel a su hija, que se hallaba en la sala. “No, papi -contestó ella respirando con agitación-, pero ya va llegando”… El novel actor le contó a su padre: “Voy a actuar en una obra de teatro”. Quiso saber el señor: “¿Qué papel te dieron?”. Respondió el muchacho: “El de un marido”. “Bueno –suspiró el señor-. Ojalá luego te den uno en que hables”… Un sujeto se le presentó a don Algón y de buenas a primeras le pidió que le otorgara el jugoso contrato de mantenimiento del edificio donde estaban sus oficinas. “Para eso –le indicó el ejecutivo- debe usted llenar muchos requisitos”. “Reúno solamente dos –declaró el tipo-. Sé lo de usted y su amiguita, y conozco el número de celular de su señora”… La sabiduría popular afirma que las desgracias nunca vienen solas. Tres le sobrevinieron a México en unos pocos días. La primera: López Obrador apoyó abiertamente a Félix Salgado Macedonio, sobre el que pesan varias denuncias por abuso sexual y que pretende ser gobernador del estado de Guerrero. Al hacer eso AMLO mostró el menosprecio con que mira a las organizaciones feministas que luchan contra la violencia de género. El respaldo que da a Salgado no sólo es impolítico: es también indecente. Otra desgracia para México fue la lamentable claudicación del Auditor Superior de la Federación –ahora tan inferior- ante el Presidente López. Bastó un tirón de orejas de AMLO para que ese funcionario se agachara ante él y abdicara de su entereza y de su dignidad en modo reprobable. De haber resistido la presión presidencial se habría convertido en una especie de héroe civil; al actuar en la forma en que lo hizo se volvió un cortesano más del tabasqueño. Siguen cayendo las instituciones ante la impositiva voluntad del autoritario jerarca. Otro mal grave que sobrevino a nuestro país en estos días aciagos fue el de la legislación en materia de energía, que expone a México a males de consideración, lo hace retroceder 50 años y lo aísla de la comunidad internacional, especialmente de su vecino al norte. Malas consecuencias vendrán de esto, tanto en el exterior como en el interior. Ya lo veremos: las desgracias nunca vienen solas… Doña Jodoncia, lo sabemos bien, es una áspera señora, de carácter hosco, atrabiliario y ácido. Una vecina suya le preguntó en cierta ocasión: “¿Qué harías si te enteraras de que tu marido andaba con otra mujer?”. Respondió con acritud doña Jodoncia: “Le compraría a la pendeja unos lentes, para que lo viera bien”… La pequeña Tirilita le dijo a su mamá: “Ya no voy jugar a la casita con Nonina”. “¿Por qué no?” –preguntó la señora. Respondió con enojo Tirilita: “Porque ella se quiere quedar con todos los clientes”… Lady Uglyna, hay que decirlo, era muy fea. Manifestar tal cosa no es faltar a la caridad cristiana ni apartarse de las reglas de la buena educación: es simple y llanamente decir la verdad. ¿Por qué entonces casó con ella sir Galahad, hombre apuesto y de buena fortuna con las damas? Porque las tierras que heredaría su mujer colindaban con las suyas, y eran ricas en prados, bosques y labores de pan ganar. El caballero iba a ir a la Cruzada, e hizo poner a su esposa un cinturón de castidad, pese a que las probabilidades de que un varón se le acercara con propósitos lascivos eran bastante limitadas (de una en un millón, aproximadamente). Pero todo lo tenía calculado el avieso sir Galahad. Cuando volvió de la Cruzada le dijo a lady Uglyna: “¿Qué crees, vieja? ¡En el combate por Antioquía se me perdió la llave del cinturón!”… FIN.