CATÓN
Columnista
Don Corito se hizo nudista. Un amigo le preguntó por qué. Explicó él: “En mi casa mi mujer lleva los pantalones. El fisco me quitó hasta la camisa. En el divorcio mi primera esposa me dejó en calzones. ¿Qué otra cosa me quedaba sino hacerme nudista?”… Después de la intervención quirúrgica el doctor Ken Hosanna le indicó a su paciente: “Y ya lo sabe: en adelante nada de fumar; nada de beber; nada de andar con mujeres; nada de desvelarse con amigos; nada de salir de vacaciones…”. Preguntó el paciente: “¿Hasta que esté yo bien, doctor?”. “No –precisó el facultativo-. Hasta que acabe de pagarme”… Doña Taisia sospechaba que su marido andaba en malos pasos. Contrató a un detective privado y le pidió que lo siguiera y le informara luego con detalle los lugares a dónde había ido. El investigador le dio el reporte: “Su marido fue a un restorán de moda. A continuación se encaminó hacia un discreto barecito en las afueras de la ciudad, y por último se dirigió a un motel de paso”. “¡Ya me lo imaginaba! –exclamó doña Taisia-. ¿Con quién iba?”. “Con nadie –respondió el detective-. La estaba siguiendo a usted”… María Candelaria, la flor más bella del ejido, acudió ante el padre Arsilio y le dijo llorosa y compungida: “Afigúrese usté, pagrecito, que voy a tener niño”. “¡No es posible! –se consternó el buen sacerdote-. Tú, tan inocente, tan recatada, tan virtuosa. ¿Cómo fue que te sucedió eso?”. “Pos sabe –respondió la cándida muchacha-. Pero usté le dio a mi hermana, la que no podía tener hijos, la oración de San Serenín del Monte, para que encargara, y sin darme cuenta la leí”. (Nota del autor: Seguramente fue otra cosa)… Don Ultimiano, jugador de beisbol de veteranos, estaba en su cama muy enfermo. Con débil voz le preguntó a su esposa: “Si me voy de este mundo ¿te volverás a casar?”. Respondió ella: “Pienso que sí. Estoy en flor de edad; necesitaré un hombre a mi lado”. Pesaroso volvió a inquirir don Ultimiano: “Y ¿traerás a tu nuevo marido a vivir en nuestra casa?”. “También creo que sí –replicó la señora-. No quiero ir a otra parte”. Le preguntó don Ultimiano: “Y ¿lo dejarás que use mi guante de beisbol?”. “Eso no –le aseguró la esposa-. Él es zurdo”… Doña Macalota oyó que don Chinguetas, su marido, estaba reprendiendo con aspereza a su hijo adolescente. Fue a averiguar por qué. Le dijo don Chinguetas: “Lo sorprendí con las manos en las pompas de la vecina del 14”. Protestó el muchachillo: “Ah sí, ¿verdad? Tú usas mi tablet y mis juegos electrónicos, y yo no te digo nada porque agarras mis cosas. ¡Pero mira cómo te pones tú cuando yo agarro las tuyas!”… Lord Highrump, famoso explorador, fue a la selva en busca de las fuentes del arroyo Pricko. Grata sorpresa se llevó cuando fue recibido amistosamente por una tribu que él creía de salvajes. Una mañana se puso a juguetear con uno de los pequeños aborígenes. Pasó por ahí el papá del niño y le advirtió al chiquillo: “Ya te he dicho, Burumbay, que no juegues con la comida”… Doña Solferina iba por un camino en el bosque cuando escuchó rumor de campanitas. Quien producía ese sonido era un sujeto que venía en dirección opuesta y que traía atado a cada tobillo un cordón con campanillas. Le preguntó doña Solferina: “¿Por qué trae usted esas campanitas?”. Explicó el individuo: “Amo a las bestezuelas del Señor, y hago ruido para avisarles de mi paso, no sea que vaya a pisar a alguna de ellas”. Doña Solferina se conmovió. Le dijo: “Debe ser usted un gran amante de la vida”. “Lo soy –replicó el hombre-. Tanto que tengo 14 hijos”. “¡Caramba! –exclamó ella-. ¡En otra parte debería ponerse las campanitas!”… FIN.