Parte 4 de 4
C
uando regresé a México ya habían pasado los funerales de Luis Donaldo. Estaban dándose algunos actos previos a la postulación del candidato sustituto. Busqué al presidente para darle mi opinión sobre quién debía ser el candidato sustituto, pero en su oficina de Los Pinos no me facilitaron el acceso.
Hay que tener en cuenta que no podía ser candidato ningún secretario de Estado porque ya habían pasado los seis meses que constitucionalmente se requieren para separarse del cargo. En esa circunstancia, quería decirle al presidente que, desde mi punto de vista, la persona más adecuada para ser candidato sustituto, por su ejercicio público, por su trabajo como director de Petróleos Mexicanos (lo que no era impedimento legal para aspirar a la candidatura), por su cercanía con el presidente y su vínculo estrecho con los gobernadores del país a través de numerosos proyectos sociales, era Francisco Rojas.
Ya no tuve oportunidad de comentárselo al presidente. Comento esta parte de la anécdota porque cuando regresé a Roma, encontré sobre mi escritorio una carta firmada por Luis Donaldo en donde agradece mis expresiones sobre la conducción de su campaña, me dice que las estaba tomando en cuenta para reorientarla y que me agradecía haberle manifestado mis puntos de vista, sobre todo que se los hubiera expresado con franqueza.
Aquella carta me impactó, sobre todo porque me enteré de su contenido cuando Luis Donaldo ya había fallecido. Al poco tiempo regresé definitivamente a México, invitado por Ernesto Zedillo para ser secretario de Organización del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. A la hora de investigar, pensé que a todos los que habían asistido a la comida se les había mandado una carta similar a la que recibí en Roma. Pero resultó que Colosio solamente la dirigió a mí. Y obviamente la conservo.
El destino me concedió después, por conducto de Alfonso Durazo y José Manuel Del Río, la oportunidad de tratar a Luis Donaldo Colosio Riojas, hijo de Luis Donaldo, un joven inteligente, que tiene una visión moderna y crítica de la realidad del país. Advierto que a pesar de que lamentablemente no disfrutó la compañía de su padre y de su madre Diana Laura, que fallece al poco tiempo, es un joven de bien. Lo veo como una figura promisoria para el futuro país. Es abogado, se ha preparado, tiene personalidad y ojalá madure una visión política de futuro.
Creo que lo referido líneas atrás registra las vivencias más cercanas que tuve en mi trato con Luis Donaldo. Trato que estuvo salpicado también por las reuniones que tuvimos: el gobernador de Veracruz fue el primero en manifestarle solidaridad en diciembre del 88, cuando asumió la dirección nacional del partido. Además, tuve la oportunidad de que don Fernando Gutiérrez Barrios me comentara la necesidad de que Luis Donaldo llevara a un compañero de experiencia en la dirección nacional del partido. Me atreví a decirle a don Fernando que frente a la juventud de Luis Donaldo, estaba la experiencia de una persona como el campechano Rafael Rodríguez Barrera, quien finalmente fue su secretario general. Rafael era secretario de la Reforma Agraria y habíamos tenido una muy buena vinculación para resolver los problemas agrarios de Veracruz.
Luis Donaldo supo siempre que era nuestro candidato; no abrigaba yo ninguna duda de que sería el candidato del partido oficial. Lo sabía por mi trato personal con el presidente, quien nunca me atajó, ni con una mínima insinuación, cuando le manifestaba mi respaldo a Luis Donaldo.
Lamenté su muerte, entonces y hoy, a la distancia. Él perdió la vida. Muchísimo más perdieron Diana Laura, sus hijos Luis Donaldo y Mariana, don Luis, su padre. Y México perdió sin duda una oportunidad histórica en el penoso camino de su transición democrática.
(El autor es dirigente del partido Movimiento Ciudadano. Fue gobernador priista y participó en las dos campañas presidenciales de Andrés Manuel López Obrador).