Parte 2 de 4
La relación de Luis Donaldo con el licenciado Carlos Salinas era muy próxima, me consta. Me tocó hablar con el presidente y con Donaldo a propósito de la catorceava asamblea del partido oficial, cuya mesa de estatutos se llevó a cabo en Puebla. El propósito era avanzar más en la democratización de la vida interna del partido, lo que me permitió tener una posición de vanguardia en Puebla, donde pedimos que las candidaturas a presidentes municipales y a diputados federales y locales fueran consultadas con la base. Luis Donaldo quedó satisfecho con la propuesta de reforma estatutaria aunque después no se llevó a la práctica.
Cuando me asumí muy vinculado a Luis Donaldo, le planteé al presidente de la República que, ante la sucesión presidencial, era conveniente realizar una asamblea deliberativa con delegados provenientes de todo el país, que eligieran en una gran convención nacional al candidato. El presidente me contestó que esa propuesta era muy difícil de operar y muy arriesgada; recordó lo ocurrido seis años antes, en 1987, cuando la exposición de seis precandidatos del PRI generó un conflicto interno delicado.
Le comenté al presidente que esta vez ocurriría todo lo contrario; que por el trato que él había tenido con su candidato, por la relación que Colosio había tenido con todos los sectores del partido oficial en los años que llevaba al frente del partido, periodo en el que resultaron candidatos a presidentes municipales, síndicos, regidores, diputados locales, diputados federales, en la elección intermedia, e incluso la mayoría de los gobernadores, era más que claro que el precandidato más identificado con el sector político del país era Luis Donaldo Colosio. Esta circunstancia garantizaba que él fuera el candidato que surgiera de una convención nacional; además se vinculaba políticamente la asamblea deliberativa con la intención que tenía Salinas de ver como candidato presidencial a Luis Donaldo Colosio.
Me reiteró el presidente: “No, Dante, eso se puede salir de control, es muy peligroso”.
A lo que repuse: “No, señor presidente, es la forma en la que se puede ir democratizando la vida del país. Reitero que así se articula la intención de usted de vincular al partido. No hay nadie en los cuadros políticos que aspiren a alcanzar la candidatura oficial y a sucederlo en el cargo que esté, como Luis Donaldo, tan vinculado con todos los sectores que van a votar en una asamblea deliberativa”.
El 5 de enero de 1991, en una gira presidencial previa a la celebración, el 6 de enero, de la promulgación de la Ley Agraria, tuvimos un acto de autoridades municipales en la colonia Manuel González, municipio de Zentla. Al concluir el evento el presidente me invitó a comer en la casa de una familia; ahí, a solas, me preguntó: “¿Cómo ve las cosas, Dante?”.
Le dije: “Señor presidente, se está retrasando en incorporar a su gabinete a Luis Donaldo Colosio; él es la persona que está más vinculada a su proyecto político y creo que ya es hora de que lo incorpore plenamente, salvo que piense usted que pueda surgir como candidato desde el PRI”.
Vi el brillo de los ojos del presidente; deduje inmediatamente que mi insistencia para hablar del tema de Luis Donaldo tenía camino fértil por el solo hecho de que no me atajó.
Después, el 21 de abril, en gira con motivo del aniversario de la Defensa del Puerto de Veracruz en 1914, que por cierto este año celebra su centenario, me dijo el presidente, siempre con su brillo en la mirada: “Dante, como usted me lo pidió, Luis Donaldo ya es secretario de Estado. Ya no le pregunto a usted quién quiere que vaya de representante presidencial a su informe”. Comprendí y le contesté inmediatamente “Señor, será un honor que Luis Donaldo esté en mi último informe de gobierno”.
El presidente siempre me distinguió preguntándome a qué secretario quería con su representación en los informes del gobernador de Veracruz.
Habiéndole pedido con mucha anticipación al presidente que Luis Donaldo fuera su representante en mi informe, nunca le comenté a Colosio estas pláticas con Salinas.
En esta parte del relato debo referirme a José Córdoba Montoya, jefe de la oficina de la Presidencia de la República. Era una figura tan fuerte hacia afuera, en la vida política del país, como hacia dentro, por lo obsequioso que era, en el ánimo del propio presidente.
Mi informe de gobierno, por cierto, era el primer acto institucional que se realizaba en la nueva sede del Congreso del Estado, en Xalapa, construido durante mi administración para celebrar el 75 aniversario de la promulgación de la Constitución de Veracruz.
Y resulta que cuando Donaldo va a Xalapa como representante presidencial, trató de complacer a José Córdoba a la hora de su discurso; en lugar de hablar del pasado y de lo que se estaba haciendo, se puso a hablar del porvenir, de lo que podía significar el nuevo gobierno que se avecinaba para Veracruz. Nadie en ese momento suponía que Patricio Chirinos, uno de los hombres más cercanos a Córdoba Montoya, formaba parte ya de ese ejercicio de construcción de burbujas de poder.
Después del informe, me buscó Heriberto Galindo Quiñones, interlocutor y muy amigo de Luis Donaldo y también mío. Me dijo: “Luis Donaldo te manda un saludo, afirma que hiciste un gran trabajo y que está preocupado de cómo entendiste el mensaje que leyó”. Le manifesté a Heriberto que le dijera a Luis Donaldo que no se preocupara.
Pasaron 72 horas y se volvió a comunicar conmigo: “Dante, Luis Donaldo quiere verte, está muy mortificado, él te valora mucho…”. Le respondí a Heriberto: “Lo sé. Dile que no se preocupe”. Sin embargo, Heriberto insistió por tercera vez en el mismo comentario, de parte de Luis Donaldo: que estaba muy mortificado por mi interpretación de su mensaje durante el informe. Entonces se me salió un ex abrupto: “Dile a Donaldo que no quiero saber nada de él; está mandándote a transmitir estos mensajes porque tiene el alma intranquila; dile de mi parte que hay otras formas de pretender ganar la Presidencia de la República y que lamento mucho que haya sido el representante del presidente en mi último informe de gobierno”.
Después fui a Italia como embajador. Un gran mexicano, don Fernando Solana, era secretario de Relaciones Exteriores. Estuve en México en enero de 1994, para una reunión de embajadores en la Cancillería. Ya había ocurrido el levantamiento zapatista en Los Altos de Chiapas.
Lamentablemente, a tres meses de haberse convertido en candidato presidencial, Luis Donaldo parecía borrado de la escena política.