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Esperan en calle por su enfermo

Superiberia

Córdoba.- Abrigada con una chamarra verde carcomida por las polillas, Guadalupe permanece sentada a un costado del Hospital General de Córdoba. Como cualquier persona acostumbrada a vivir con menos de diez pesos al día, Guadalupe se ha convertido en una auténtica ingeniera de la supervivencia, acomodando los espacios alrededor del hospital para hacerlos parecer una casa. 

Las frías bancas a la intemperie tienen ahora la función de una sala, y la puerta de acceso a la zona de urgencias ha sido lo más cercano a un dormitorio que ha podido encontrar. Guadalupe deambula de un lado a otro desde hace dos semanas, pasando las noches a la entrada del último lugar donde cualquier persona desearía estar. 

Allí, en la sala de urgencias,  espera a que un amigo salga sano y salvo de ese edificio. 

“Me traje dos cobijas y una muda de ropa para cambiarme”, comenta, mientras come unas papas fritas que algún transeúnte le regaló. Viajar a su casa y regresar a diario al hospital no es una opción. Guadalupe sólo tiene las monedas contadas para el pasaje de regreso a su pueblo, Coscomatepec. Para algunos tan cerca, para otros tan lejos.

 

Sin servicios de
atención

El 19 de noviembre del 2013, responsables del Hospital General Córdoba colocaron una cartulina en la puerta de entrada donde se anunciaba que el acceso al nosocomio quedaba restringido. 

Desde esa fecha, cientos de personas han encontrado en los pequeños rincones del hospital un espacio para dormir, leer y comer. No hay ningún albergue habilitado para ellos y tampoco dinero para ocupar una habitación en una pensión cercana.

La mayoría de los pacientes que recibe el Hospital General de Córdoba son beneficiarios del Seguro Popular provenientes de municipios aledaños entre las zonas de Huatusco y Paso del Macho. La estancia más corta suele ser de una semana, y el costo diario representa más del 200% de sus ingresos. 

La necesidad de permanecer al lado de los suyos les ha llevado a crear una especie de unidad habitacional alrededor del edificio, con horarios marcados por dos tiempos: la espera de noticias sobre sus familiares y la hora de comer. 

Cuando los voluntarios de distintas parroquias se acercan al hospital, la gente se aglomera a un costado de la capilla con una intuición biológica. Los parroquianos colocan las ollas en el piso, al lado de los garrafones de agua, y empiezan a repartir alimentos para mitigar el hambre.

“Adentro teníamos mesas y sillas, ahora no. Esto es molesto, pero lo importante es ayudar a quienes no tienen para comer. Aquí hemos encontrado hasta niños en el frío”, afirma Norberto González, voluntario de la parroquia de la Preciosa Sangre. 

Encontrar un lugar para “descansar” no es difícil, basta con llevar una cobija y acomodarse sobre el pasto o bajo un pequeño techo. El aseo personal es un proceso más complejo. Los únicos baños con los que cuenta el hospital están dentro del área de urgencias, zona restringida por aparentes razones de seguridad y escasez de agua.

La terminal de autobuses, a más de 200 metros del hospital, cobra 3 pesos por el uso de sanitarios; en los baños públicos de San Miguel, bañarse tiene un costo de 40 pesos. Los limitados recursos de los familiares hacen que, para ellos, asearse sea prácticamente una quimera.

 

Sin albergue ni esperanza

Tras la aplicación de los filtros de seguridad que impiden el acceso de los familiares a la zona de comedores y dormitorios (en algunos casos), el director general del hospital, Ulises Meza Cuevas, anunció la posibilidad de crear un albergue para familiares de pacientes. Han pasado cinco meses desde entonces y la Secretaría de Salud no ha respondido a las peticiones para analizar el proyecto.

En Veracruz, las clínicas y hospitales del sector Salud no cuentan con albergues propios. Los existentes operan bajo asociaciones y fundaciones ajenas a la Secretaría. En algunos casos, como el del Hospital General Córdoba, no existe un solo lugar que brinde este servicio. El DIF solo alberga a mujeres víctimas de maltrato y niños de la calle. Los familiares de pacientes no tienen otra alternativa que aguantar los días y las noches a la intemperie.

La habilitación de un albergue no supone un gasto desmesurado para el estado. Un ejemplo de ello es el albergue del Hospital General de Salamanca, en Guanajuato, con un costo de un millón 700 mil pesos. 

En Veracruz, sin embargo, las inversiones acaban inflándose a más del doble de su precio real y las obras tardan una media de cuatro años en concluirse. Ninguno de esos funcionarios tendría el valor de pasar una sola noche en las condiciones en las que lo hacen los familiares de pacientes de bajos recursos. Si lo hicieran, es posible que el albergue estuviera ya operando.

Sentada en la banqueta y cobijada por la sombra de un automóvil, María del Rocío Morales termina el plato de comida que le dieron. Calza unas sandalias de plástico rotas que son la marca inevitable de las carencias de su vida. Ayer al mediodía su esposo fue dado de alta y hoy se encuentra en su casa en la comunidad de Matatenatito, Omealca.

Como Guadalupe, María pasó tres días afuera del hospital, durmiendo en el suelo, sobre un cartón y un rebozo como cobija. Ella y las personas que duermen frente al hospital no piden mucho. Por alguna razón constatada con el paso tiempo, saben que un albergue es demasiado pedir a las autoridades. “A mí me gustaría que pusieran una lona, aunque sea una lona, con eso ya no nos mojaríamos en la noches”.

 

Yessica Martínez 

Arguelles

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