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De política y cosas peores

Superiberia

CATÓN
Columnista

Con dos cuentos de herreros se inicia hoy esta columna. Uno es conmovedor y tierno; pícaro y travieso el otro. El beato Sebastián de Aparicio (1502-1600) fue el primer charro de México y el primer constructor de caminos. Aunque todavía no es santo se le venera en Puebla como tal. Hacía lindos milagros. Cierto día le pidió a un herrero que por caridad le pusiera herraduras a su mula. El hombre lo hizo, y luego le cobró el trabajo al frailecito. “Nunca llevo dinero, hermano –dijo Sebastián-. Te pedí esto por caridad de Dios”. “Yo no doy caridades –replicó, hosco, el herrador-. Págueme o a ver qué hace”. Entonces fray Sebastián se volvió hacia su mulita: “Devuélvele lo suyo a este hombre”. El animalito sacudió las cuatro patas y las herraduras cayeron ante el avaricioso individuo. Bello relato es éste que parece sacado de las páginas de la “Leyenda dorada” de Santiago de la Vorágine. Nada piadoso, en cambio es el segundo cuento. El herrero de aquel pueblo era bajito de estatura. Una noche subió a su yunque y le dio un beso a su novia, el primero que ésta le concedía. La muchacha quiso luego salir a caminar. A los 100 metros de camino el herrero le pidió otro beso, y la muchacha no se lo quiso dar. A los 500 metros le volvió a pedir el beso. La joven de nuevo lo negó, y lo mismo un kilómetro después. Dijo el herrero: “De haber sabido que no me ibas a dar otro beso no habría venido cargando el yunque”… Es imposible dejar de hablar de López Obrador, pues él no deja de hablar nunca. Sus últimas dos habladas fueron en sendas conferencias mañaneras, una dicha en el lugar de costumbre, la otra en la 75 Asamblea General de las Naciones Unidas. En la primera, después de haber mentido al afirmar que Jaime Cárdenas dejaba su cargo en el Gobierno por fatiga, se burló de él diciendo en segunda instancia que “no le entró” al combate contra la corrupción. Con eso dio a entender que el funcionario no tuvo la entereza necesaria para depurar una oficina plagada de rateros que se robaban lo que otros antes ya se habían robado. “No somos iguales”, ha dicho el Presidente. Con este caso se puso de manifiesto que entre la gente de la 4T hay quienes son igualitos. El nuevo titular, especializado en rifas, se sacó la del tigre. Ya veremos si le entra a limpiar este establo de Augías, cuya hedentina a corrupción se percibió en todo el país cuando el de la renuncia abrió la cloaca en que está convertida una dependencia creada por AMLO para ayudar a los pobres, y que al parecer ya ha hecho algunos ricos. Por lo que hace a su desafortunada intervención en la Asamblea de la ONU, de nueva cuenta el Presidente expuso a nuestro país al ridículo y reprobación universales cuando relacionó el nombre de Benito Juárez con el de Mussolini, uno de los personajes más odiosos y odiados, junto con Hitler, de la moderna historia. En esta ocasión AMLO evidenció una total carencia de cultura y de sensibilidad política, además de una absoluta falta de respeto a su investidura presidencial. Fue imprudencia mayúscula exponerse a los riesgos de la improvisación en un foro de esa categoría, al que llegó en su video como llega a un mitin de pueblo, sin preparación alguna y hablando de temas como el del avión, nimios y baladíes, sólo que ahora ante una audiencia internacional. Da pena nuestro Presidente, y eso nos apena. México no es una república bananera, pero López Obrador hace que aparezca así… Don Cucoldo estaba mohíno y apesadumbrado. Le contó a su esposa: “Al ir por la calle alguien a quien no vi me gritó desde una ventana: ‘¡Adiós, viejo cornudo!’”. “Cómo es habladora la gente –se molestó la señora-. No eres viejo”… FIN.

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