Argentina.- En octubre de 2008, Vladimir Putin celebró su cumpleaños regalándoles a los rusos un DVD titulado “Aprendamos yudo con Vladimir Putin”.
En él, el entonces primer ministro, con su cinturón negro, aparece doblegando a sus contrincantes en la lona, uno tras otro. A sus seguidores les ofrece un consejo:
“En una pelea, los compromisos y las concesiones son permitidas, pero sólo en un caso: si es para la victoria”.
Su proeza en las artes marciales le ha servido a Putin para proyectar un mensaje: él es, en últimas, quien tiene el poder en Rusia.
Aunque el país tiene un gobierno y un parlamento, un primer ministro y un Consejo de Seguridad Nacional, Putin está sentado en la cumbre de una estructura vertical de poder que él mismo creó.
Esto lo aprecian quienes quieren a un gobernante fuerte para el país más grande del mundo, pero lo rechazan quienes consideran que su gobierno se ha tornado autoritario y poco respetuoso de los derechos humanos.
Putin, quien hoy tiene 61 años, es amado u odiado, pero las pasiones que despierta parecen tenerle sin cuidado. Su rostro casi nunca lo delata.
“EL MACHO ALFA”
Desde que se convirtió en mandatario en 2000, su meta ha sido volver a convertir a Moscú en un gran poder global. No ha ocultado su nostalgia por la Unión Soviética (calificó su colapso como “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”) y no ha dudado en defender su zona de influencia.
Cuando Yeltsin le entregó la presidencia, un país desmoralizado y en crisis económica, Putin afirmó que “por primera vez en los últimos 200 o 300 años, Rusia enfrenta la amenaza real de resbalarse al segundo o incluso al tercer escalón de los estados del mundo”.
Para evitar ese resbalón se dispuso a recuperar la economía impulsado por los vastos recursos naturales del país y quitarles a los oligarcas la gran influencia política que tuvieron bajo Yeltsin. Fue controvertido, pero le ayudó a asegurar un mayor control en Moscú.
Sus aliados también controlan buena parte de los medios de comunicación y ha incrementado las restricciones para organizaciones no gubernamentales con vínculos extranjeros, muchas de las cuales se enfocan en reportar abusos de derechos humanos.
Occidente sabe que tendrá que contar con él: no por nada Putin aparece descrito en los cables diplomáticos revelados por WikiLeaks en 2010 como el “macho alfa” de Rusia.
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