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De política y cosas peores

Superiberia

CATÓN
Columnista

Don Geroncio, señor de 80 calendarios, fue a la consulta de un médico y le informó que se iba a casar con una dama que no llegaba a la treintena. El facultativo se preocupó. Le dijo al maduro caballero: “Tenga usted cuidado. Un matrimonio en esas condiciones puede resultar fatal”. Replicó el octogenario: “No se preocupe, doctor. Ella me conoce y sabe los riesgos a que se está exponiendo”… Poseo un doctorado honoris causa en Ciencias y Artes de Nostalgia. Me lo otorgó la vida. Escasamente habrá un día de los muchos que he vivido que no me ofrezca la gozosa melancolía de un recuerdo. A mi memoria acude una multitud de amadas sombras: padres, abuelos, tíos y primos, amigos, gente a la que amé y que creo me amó, mujeres y hombres que me conocieron y a los que creí conocer. He vivido en un circo de mil pistas, y pienso que la vida es el espectáculo más grande del mundo. Estas últimas frases tan deshechas me hicieron evocar los circos de mi infancia. Todos tenían en sus funciones un número final, el mejor de todos, el que atraía mayormente al público. Salían, desde luego, los alambristas y malabaristas, los acróbatas y contorsionistas, los payasos y las caballistas. Pero el público esperaba ansioso la aparición del atractivo principal. El circo Beas Modelo presentaba a los hermanos Esqueda, extraordinarios trapecistas cuyos saltos mortales, dobles y triples, cobraban dimensiones de epopeya  si se considera que los audaces atletas eran bizcos. En el Atayde vimos al gorila Truxon, que luciendo sombrero de copa encendía un puro y lo fumaba, y que cerraba su actuación con broche de oro poniéndose un camisón para irse a la cama, pero no sin antes sentarse en una bacinica ante el regocijo de la gente. Vimos también a “Ráfaga” Palmer, que daba vueltas y vueltas en su ruidosísima motocicleta dentro de un gran globo de metal, y nos asombramos ante la hazaña inverosímil del Gran Barton, que sobre una pequeña mesa se ponía en perfecto equilibrio, cabeza abajo y pies arriba, apoyándose sólo en el dedo índice de la mano derecha (con guante). Al hacer estas evocaciones de tiempos muy pasados se me atraviesa, inoportuno, un pensamiento. El muy cantado combate contra la corrupción emprendido por López Obrador será mero show electoral si la función no termina con el número más esperado por el público: la comparecencia del ex presidente Peña Nieto. Si éste no hace su aparición el espectáculo que por estos días presenta AMLO será solamente eso: un espectáculo… Pirulina casó con Goretino, doncel casto y honesto que se había conservado virgen hasta el matrimonio. La inexperiencia del muchacho divirtió a la novia, pues algo sabía ya de las cosas de la vida, pero le complació ser la primera en gozar las caricias de su desposado, siquiera fuesen desmañadas. Grande fue por lo tanto la sorpresa de Pirulina cuando una noche, al volver a su hogar de casados, encontró a Goretino en el lecho conyugal acompañado no por una mujer, según costumbre general de adúlteros, sino por varias, como en orgía romana o bacanal de Babilonia. Las había morenas, rubias, pelirrojas y hasta una de cabellos verdes, corista de cabaré, quizá, o poeta contemporánea. Pirulina quedó estupefacta al ver aquel pompino. Detengámonos en esta palabreja antes de continuar la narración. “Pompino”, dice Armando Jiménez en su divertido “Tumbaburro de la picardía mexicana”, es “el acto sexual en el que participan simultáneamente varias mujeres y un solo hombre”. Vio aquello Pirulina y preguntó sorprendida e indignada: “¿Qué es esto, Goretinio?”. “Ay, Piru –contestó el interrogado-. ¡Todo era comenzar!”… FIN.

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