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Putin y sus desplantes de grandeza

Superiberia

 

Yalta, punto importante para el turismo en Crimea, fue en donde se diseñaron las fronteras terminando la Segunda Guerra Mundial. Hoy, ahí mismo, pero 69 años después, Vladimir Putin busca un nuevo rediseño de las fronteras mientras occidente intenta frenarlo sin tener claro cómo lograrlo.

En la balanza está la diplomacia vis a vis el uso de la fuerza.

Este fin de semana, el 16 de marzo, lo fijó Putin como la fecha para el referéndum en el que los ciudadanos de la República Autónoma de Crimea deben decidir si quieren anexarse a Rusia o no. Referéndum que Obama y Europa han declarado sería ilegal. Ya no estamos en la época en que las fronteras se redibujan, ha dicho el Presidente de EU.

Un Obama que en casa es señalado por los republicanos, de corta memoria, como timorato. Sienten que la debilidad demostrada por Obama en el conflicto de Siria ha sido lo que ha envalentonado a Putin a querer anexarse Crimea y a influir en la toma de decisiones en Ucrania.

Digo que los republicanos son de corta memoria porque no parecen recordar que en 2008, cuando Putin decidió invadir Georgia, el entonces presidente de EU era George W. Bush, quien acababa de invadir Irak y Afganistán, demostrando si así se quiere ver, que la beligerancia era lo suyo. Y aún así Putin no pestañeó al buscar anexarse parte de Georgia para la reconstrucción del imperio ruso que él vislumbra como la más lamentable pérdida del siglo XX.

No ha sido pues la fuerza o la debilidad del Presidente de EU lo que ha definido el actuar de Putin. Ha sido, todo parece indicar, su añoranza por la Rusia fuerte, temida y admirada de los siglos pasados lo que lo ha inspirado a invadir -en nombre de la seguridad de los rusos- la península de Crimea.

Todo esto ha generado un comparativo entre Putin con el actuar de Hitler y la invasión que hizo de Polonia, Checoslovaquia y demás países europeos provocando la Segunda Guerra Mundial. Comparativo que ha hecho explícito incluso la ex secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien irónicamente, al comienzo del gobierno de Obama, fue la encargada de recomponer la relación con Rusia y con Putin apachurrando el ya famoso botón de reset.

La respuesta de EU y Europa a este nuevo desplante de grandeza de Putin ha sido quitar visas a quienes han señalado como los responsables de la invasión a Crimea; la amenaza de no acudir a la próxima cumbre del G8 que se llevará a cabo en Rusia; y la implementación de una serie de sanciones económicas.

Esto ha sido la búsqueda de acciones diplomáticas tomando en cuenta que la respuesta armada sería una derrota anticipada para todos. Un pierde-pierde. También tomando en cuenta que Europa, sobretodo Alemania, depende económicamente del gas ruso, y Gran Bretaña del poder económico de una oligarquía rusa que ha hecho de Londres un punto importante para sus inversiones.

Esta dependencia europea de los energéticos y dineros rusos explica la tibia respuesta hacia las ilegalidades de Putin.

Quizás tanto Europa como EU deben de valorar la disminución de esta dependencia a Rusia como un primer paso para evitar seguir teniendo que ver a Putin pisar la ley internacional con la mano en la cintura y el desplante de grandeza que ya lo caracteriza.

 

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