El próximo 5 de mayo, el Partido de la Revolución Democrática cumplirá 25 años de existencia.
Fue fundado por convocatoria del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, como un intento de unificar a las fuerzas que respaldaron su candidatura a la Presidencia en 1988 y que se habían reunido para ello en el Frente Democrático Nacional.
Durante este cuarto de siglo el PRD ha tenido una docena de dirigentes nacionales, comenzando por el propio Cárdenas, quien fue primero su coordinador general (1989-90) y luego su presidente (1990-93).
Fue por impulso suyo que el primer Congreso nacional perredista desechó la idea de que el dirigente del partido pudiera reelegirse.
Con ello, Cárdenas mismo puso un dique a la posibilidad de que alguien se eternizara como líder. Entendía que, como eje del movimiento, existiría la tentación de que su presidencia fuera vitalicia, lo cual atentaba contra el objetivo que perseguía el PRD: la democratización del país.
Más aún, la persecución de que fue objeto el PRD durante los años del salinato hacía aún más probable que los perredistas cerraran filas en torno de su máxima figura.
Sin duda son muchas las contribuciones que hizo el PRD a la democratización de México, una tarea que siempre estará inacabada.
De entrada, haber sido la vía para concentrar la gran irritación popular con el resultado oficial de la elección presidencial de 1988, que muchos juzgaron y siguen juzgando como fraudulento.
No eran pocas las voces que exigían otro tipo de desenlace ese año, como una toma violenta del Palacio Nacional. A Cárdenas se debe que la sensatez haya prevalecido en esa circunstancia complicada.
Ahora bien, terminada la presidencia de Cárdenas en el PRD, en 1993, los perredistas no supieron institucionalizar su vida interna.
De los 12 líderes nacionales que ha tenido, cuatro fueron interinos. De los once que viven, solamente siete siguen siendo miembros del PRD.
El partido no ha practicado adentro la democracia que ha exigido afuera. Son múltiples las historias de fraude en elecciones internas.
Y no ha sido precisamente el deseo de servir a los mexicanos la principal motivación de los perredistas para buscar candidaturas a cargos de elección popular. Igual que ocurre en el PAN y en el PRI, las candidaturas en el PRD se pelean descarnadamente por las ventajas personales que entrañan.
Organizarse en clanes o tribus sirve a ese propósito -asegurar una cuota de candidaturas para sus miembros- y no a la promoción de ideas.
Quizá por el gen centralizador del poder que le viene de sus raíces priistas, guerrilleras y comunistas, el PRD tiende al caudillismo. Parecería que, sin una figura fuerte -llámese Cuauhtémoc Cárdenas o Andrés Manuel López Obrador-, los perredistas no se hallan. Por eso inventaron aquello de los liderazgos morales en los interregnos.
Hoy se está fortaleciendo la posibilidad de que Cuauhtémoc Cárdenas vuelva a ocupar la dirigencia nacional del PRD, 25 años después.
Sería la primera vez que el partido reelija a un presidente, cosa que se ha hecho posible con el cambio de estatutos aprobado en su XIV congreso nacional, en noviembre pasado, en Oaxtepec.
Personalmente no tengo nada en contra de la reelección. Se ha hecho un gran tabú al respecto, del que la izquierda ha sido en parte responsable. Tampoco creo que haya incongruencia entre lo que decidió el partido en 1990 y esto. Son tiempos distintos.
Lo que resulta preocupante en el caso del PRD es su incapacidad para formar cuadros. Trato de pensar en perredistas que tengan entre 35 y 55 años de edad, con capacidad de liderar el partido, y no se me ocurren muchos.
En países donde el promedio de edad de su población es mayor al de México se pueden encontrar dirigentes en ese rango entre partidos ideológicamente afines al PRD: Ed Miliband, del Partido Laborista Británico, tiene 44; Sigmar Gabriel, del Partido Socialdemócrata Alemán, tiene 54; igual que Harlem Désir, del Partido Socialista francés; Matteo Renzi, el recientemente electo primer ministro italiano y líder del Partido Democrático, tiene 39…
En estos momentos, Cuauhtémoc Cárdenas es la mejor opción para dirigir al PRD, pero el partido tendría que hacerse un examen de conciencia y comprender por qué tiene que recurrir a su fundador para que lo conduzca.
Las luchas internas por satisfacer ambiciones personales y de grupo, así como la falta de institucionalidad, son enfermedades que padece el perredismo. Si no intenta curarse de ellas, si sigue mirándose al ombligo, el Partido de la Revolución Democrática tendrá serias dificultades para conectarse con los sectores que pesan a la hora de decidir votaciones.