ÁNGEL VERDUGO
Columnista
Sea(n) cual(es) fuere(n) la o las causas de esa propensión tan nuestra al festejo, este gobierno ha tomado muy a pecho eso de festejar con cualquier pretexto y, entre los cuatro “informes” y los aniversarios de éste o aquel acontecimiento “histórico”, va de fiesta en fiesta.
¿De dónde nos viene ese afán “celebratorio”? ¿Acaso es, como algunos dicen, resultado de la fuerte influencia de la Iglesia católica en nuestra vida cotidiana, la cual se expresaba y expresa todavía en el elevado número de personajes religiosos que había y hay en el santoral? ¿Quién olvidó sus días de “la doctrina” o “el catecismo” cuando, niños inocentes, se nos enseñaba qué eran “Las Fiestas de Guardar”?
Sea(n) cual(es) fuere(n) la o las causas de esa propensión tan nuestra al festejo, este gobierno ha tomado muy a pecho eso de festejar con cualquier pretexto y, entre los cuatro “informes” y los aniversarios de éste o aquel acontecimiento pretendidamente “histórico”, va de fiesta en fiesta.
Sin embargo, dados los efectos y medidas obligadas por la pandemia, esos pretendidos festejos no pasan de ser transmisiones pésimamente producidas y el festejador, en la peor de las soledades, se regodea oyendo su voz en un recinto oscuro y desangelado donde lo único que llama la atención es una silla vacía.
Por otra parte, es de elemental justicia separar los festejos que tienen cierto sentido; en algunos casos es histórico y en otros, puramente religioso. Sin embargo, aquí, las más de las veces —dada nuestra propensión a la holganza y la pachanga—, el cumpleaños y el santo, y el bautizo y la primera comunión bien sirven para convivir con la familia y los amigos y los gorrones de rigor que llegan a saciar su apetito, y emborracharse a costa del pagano de la fiesta.
Hay otros casos, a diferencia de los anteriores, en los cuales se inventa la causa del festejo con miras, imposible ocultarlo, a elevar —las más de las veces infructuosamente— una popularidad perdida o a revertir la caída, por ejemplo, de la intención de voto a favor de éste o aquel partido ante la proximidad de un proceso electoral.
Hoy, en México, estamos en este último caso; todo deja ver que la lógica del gobernante, no es otra que, dada la elevada probabilidad de una derrota electoral, cualquier recurso es válido al margen de su legalidad o su inutilidad porque, como es sabido desde hace muchos años, no hay festejos que puedan ocultar o compensar una pésima gobernación.
Frente al desgastado recurso del “festejo permanente”, ¿por qué no preguntarnos si en verdad hay algo que festejar? Por ello pregunto: ¿Habría algo que el gobernante podría mostrar hoy, que mereciere un festejo? ¿Qué habría habido en México desde el 1 de julio del año 2018, que hubiese merecido utilizar un recinto histórico de Palacio Nacional y transmitir, durante tres cuartos de hora una serie de lugares comunes que de tener alguna utilidad, ésta sería, no otra que la búsqueda y rescate de la popularidad perdida?
Dejemos por un momento la parte ética del asunto, y concentrémonos en lo práctico: ¿Qué habría logrado el actual gobierno y nuestro gobernante, que valiere la pena festejar a los dos años de una victoria la cual, hoy se ve lejana y empolvada, y lamentada por no pocos? ¿Qué podrían mencionar —digno de ser festejado—, los más de un millón trescientos mil trabajadores y empleados formales, que desde noviembre del año pasado (2019) perdieron su empleo?
¿Acaso los propietarios de miles de empresas que debieron cerrar, aceptarían la celebración del segundo aniversario de la victoria del 1 de julio del año 2018? ¿Quién se atrevería a preguntarles eso mismo a los millones de mexicanos que sufren, cotidianamente, las actividades de los criminales que en total impunidad, tienen asoladas vastas regiones del país debido, en buena parte, a una conducta cómplice por parte de la autoridad federal?
¿Tendrían algo para festejar decenas de miles de padres de familia que se quedaron sin empleo en el sector público desde el 1 de diciembre del año 2018, echados a la calle con una patada en el trasero sin el menor respeto a su persona y sus derechos?
¿Quién, ante esos ejemplos y hechos similares registrados desde el 1 de julio del año 2018 —responsabilidad única del gobernante actual—, podría afirmar que hay mucho por festejar? ¿Sería aceptable tal muestra de desprecio de la realidad que golpea hoy a millones de mexicanos? ¿Para quién sí sería válido y obligado el festejo? ¿Para los cercanos al poderoso que han obtenido estos 24 meses, más privilegios o conservado los que desde hace años disfrutan?
Finalmente, respóndase con la obligada honradez intelectual, ¿celebró usted este segundo aniversario?