Andrés Timoteo
Columnista
DÍA 27: JURAMENTO EN CRISIS
“Es lo que me aterroriza, tener que tomar la decisión de no aceptar pacientes para los que no hay lugar, es la angustia de todos nosotros (los médicos)”, declaró hace unos días al periódico Le Figaro, Xavier Monnet, especialista en reanimación del Hospital Bicêtre de París. Su declaración fue muy cuidadosa porque aborda un tema tabú por las implicaciones éticas y morales para los galenos: decidir quién vive y quién muere en la pandemia de gripe.
Se refiere en especial a los adultos mayores que ingresan enfermos por Coronavirus y que, por lo regular, no soportan la terapia intensiva: entubamiento para conectarlos a un respirador artificial, sedarlos para que soporten los dolores de cabeza y musculares, así como los espasmos por la insuficiencia respiratoria, además de las diálisis porque la enfermedad ataca a los riñones que son los órganos más afectados después de los pulmones.
El Juramento de Hipócrates está en crisis. Esa tabla de valores éticos que juran obedecer los médicos al iniciar su carrera y cuyo objetivo principal salvar toda vida y rechazar decisiones que sean injustas para el enfermo, está sacudida por la pandemia del Covid-19. Ahora los médicos europeos se enfrentan a su peor pesadilla: Trier”, según el término francés, es decir “escoger” o “separar” -por prioridad- a quien colocarle un pulmón artificial cuando hay otros veinte o treinta que lo necesitan.
Obviamente, la decisión inmediata y lógica sería atender a todos los que lleguen y asignarles equipo de reanimación, pero cuando son tantos los pacientes en situación grave y tan pocas camas y equipo médico tuvieron que comenzar a decidir en base a las posibilidades de sobrevivencia de cada enfermo. O sea, inclinarse por los más jóvenes. Los mayores de 75 años pasan a segundo plano. Es algo que no se dice, pero que ya se hace en casi todos los hospitales saturados de enfermos por el Coronavirus.
En Francia e Italia hay un incipiente debate público ante un hecho consumado diariamente, aunque con alto grado de silencio -por lo regular la elección del paciente que deben conectar a un ventilador es personalísima y recae, obviamente, en la conciencia de cada galeno-. Los médicos fueron obligados a jugar un papel que antes hubiera parecido un crimen o un pecado mortal: usurpar una decisión que compete a la naturaleza o a Dios al elegir quién vivirá y quién morirá, como se dijo líneas arriba.
A eso ha llevado la pandemia de Coronavirus con su colapso de los sistemas sanitarios en Europa. Y esa misma crisis del juramento hipocrático llegará a México y al resto de los países de América. En las manos y las consciencias de los médicos recaerá una suerte de “selección natural” para salvar al que tenga más posibilidades de sobrevivir. No hay hospitales ni camas ni respiradores de máquinas de dializar suficientes, entonces se deberá recurrir a esa palabra maldita: “trier”, escoger.
En países nórdicos como Holanda, Bélgica y Suecia las comunidades médicas toman con más frialdad dicho escenario y señalan que en las naciones latinas como Italia, Francia y España se pasman porque los ancianos tienen una “posición cultural” muy fuerte en la sociedad que complica discernir prioridades. Allá algunos ya hicieron la recomendación abierta al público para que la población se abstenga de llevar a los nosocomios a pacientes “demasiados viejos”.
La semana pasada, Frits Roseedaal, jefe de Epidemiología del Centro Médico de la Universidad de Lieden, en Holanda, afirmó que por eso los hospitales franceses, italianos y españoles están colapsados porque se saturan de adultos mayores que tienen pocas probabilidades de superar la enfermedad.
EL PESO DE LA CONCIENCIA
A través de la prensa, los médicos nórdicos piden a la población evitar la “hospitalización intrusiva” que solo prolonga sufrimientos a los adultos mayores y satura los nosocomios. “No traigan a los pacientes débiles y a los ancianos al hospital. No podemos hacer más por ellos que brindarles los buenos cuidados paliativos”, declaró Nele Van Den Noortgate, jefa del Departamento de Geriatría en Gante, Bélgica.
Los ancianos no solo ocupan camas y respiradores que salvarían a personas con mayores posibilidades de sobrevivencia, sino que también son vehículos de contagio para el personal que los transporta -camilleros, paramédicos y conductores de ambulancias- así como a médicos y enfermeros. “Llevar a estos pacientes a morir en los hospitales es inhumano porque además mueren aislados, solos y sufriendo”, recalca la doctora belga Van Den Noortgate. En pocas palabras: que mueran en casa.
Es una situación tan terrible como real.
En Francia ya se pugna por activar institucionalmente el apoyo sicológico a los médicos que deben tomar esas decisiones delicadísimas pues cargarán para siempre el peso de haber elegido a los que vivirán y, de cierta forma, si no condenar a muerte sí apresurar ese momento en los ancianos contagiados por la gripe.
El golpazo de la pandemia también es para la ética médica pues alteró el código hipocrático.
En México es impensable dejar sin auxilio médico a nuestros padres y abuelos que son pilares de la familia y por eso el golpe será más duro en el sistema sanitario y muchísimo peor en la sociedad cuando lleguen las ‘crestas’ de la pandemia.
Buena parte de los ancianos que enfermen será consecuencia de la soltura actual -la de ellos y la de los otros-.
Muchos serán infectados por quienes ahora andan despreocupados por las calles o retozando en la playa sin obedecer la advertencia de resguardarse para detener la cadena de contagio. La factura será tremenda en lágrimas y tristeza, y pesará en sus conciencias para siempre.