La vulnerabilidad de México ante el mercado internacional del petróleo se evidenció desde la semana pasada. La caída en el precio del petróleo conllevó a una desestabilización de la moneda nacional y a una seria preocupación sobre la capacidad de mantener finanzas sanas en los siguientes años. Sin duda, no podemos minimizar lo que está pasando; especialmente bajo el contexto de una cercana recesión económica, combinada con la urgente necesidad de atender una pandemia global.
Primero que nada, es importante entender cada uno de los acontecimientos:
El pasado “lunes negro” el precio del petróleo a nivel global cayó 30%, tocando mínimos de 31 dólares por barril, algo que no se había visto en más de 30 años. Dicha situación se originó por el colapso en la demanda de este bien que desató la recién declarada pandemia del Coronavirus, especialmente en China, uno de los países con mayor demanda de petróleo. China tomó medidas drásticas para disminuir el nivel de contagio, cerrando cientos de fábricas y millones de comercios, paralizando prácticamente la producción nacional y la demanda de bienes del exterior.
Para contrarrestar, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) decidió ajustar la cantidad de suministro de petróleo. Sin embargo, Rusia no accedió a sumarse a los recortes, lo que derivó en que Arabia Saudita rompiera lo acordado; desatando una guerra de precios entre ambos países, quienes han declarado que tienen reservas para inyectar petróleo barato el resto de la década.
Como lo he mencionado en varias ocasiones, una parte importante de los ingresos de México depende de la actividad petrolera; aproximadamente 1 de cada 3 pesos. Esta es la razón de nuestra dependencia y lo mucho que nuestro bienestar recae en el buen manejo de la política energética nacional; que, por cierto, ha dejado mucho que desear.
Le han apostado al desarrollo del sector energético desde una perspectiva tan nacionalista que raya con lo absurdo: cancelación de rondas petroleras, farmouts, y proyectos, como la Refinería de Dos Bocas, que desafortunadamente siguen sin revelar su viabilidad.
Como economista, me preocupa que cerramos 2019 con decisiones políticas internas que desaceleraron gravemente nuestra economía; pero el choque externo a partir de la caída del precio del petróleo deja a nuestro país aún más expuesto y vulnerable, ya que ningún analista ha podido predecir cuánto tiempo podría durar esta crisis, ni que tan pronunciada será.
La Administración Federal ha sostenido que no hay por qué preocuparnos, ¡y es cierto! Recibieron el gobierno con ahorros suficientes, con líneas de créditos abiertas ante organismos financieros, así como reservas internacionales en máximos históricos. Sin embargo, será insuficiente si a la par de seguirse gastado nuestros ahorros, no implementan medidas económicas para mitigar el impacto; y la primera que espero ver, es la consecuente disminución en el precio de la gasolina, ya que ¡la gasolina de importación cayó más de 15%, y a pesar de esto, Hacienda no quiere cumplir el compromiso de campaña de bajar el precio!
Aunque reconozco la oportunidad de las acciones para contener los niveles de contagio del Coronavirus en México, se esperan semanas complejas para la actividad comercial, turística e industrial en nuestro país, que seguramente pondrá a prueba una vez más, nuestra resiliencia económica. Urgen más acciones inteligentes, que mitiguen que las inevitables consecuencias nos afecten de forma significativa. / Columna tomada de El Economista.