Desde que salió de China, el coronavirus ha atravesado los muros del Vaticano, ha sacudido la ciudad santa iraní de Qom y contaminó una casa para ancianos de Seattle. Y en distintas partes del mundo, no sólo trae consigo la enfermedad y la muerte, sino también la ansiedad y parálisis que pueden sofocar el crecimiento económico.
Desde Florida, donde el director general de una compañía de juguetes que no puede obtener productos de las fábricas chinas se prepara para despedir gente, hasta Hong Kong, donde el suntuoso restaurante Jumbo Kingdom está cerrado, los negocios están en apuros. El virus ha obligado a una aerolínea británica a mantener sus aviones en tierra y ha hundido a una compañía de cruceros japonesa.
Y los daños acumulativos están aumentando.