Es obvio que la intención del presente régimen se inclina primordialmente a esparcir por todo el territorio nacional una nueva imagen de moralidad, para restablecer de una vez por todas y si es posible la filosofía de la honradez en todos los actos de la administración pública a cualquier nivel.
Tarea gigantesca pero no imposible, se entiende, pues desde el sexenio pasado y aún mucho tiempo atrás la opinión pública nacional se encontraba en el dilema de considerar -ante el triunfo de quienes pierden la moral- si resultaba conveniente en nuestro sistema la honradez y la virtud como filosofía de comportamiento. Con toda sinceridad, el honorable ciudadano común llegó a dudar que la virtud se tradujera alguna vez en beneficio personal pues su situación económica se deterioraba cada día más, mientras que la economía de los funcionarios públicos y privados corruptos se acrecentaba día con día sin recibir el justo castigo a sus desviaciones. ¿Vale la pena ser honrado se preguntaban los mexicanos-, si a cambio de ello apuradamente obtenemos lo necesario para subsistir?
Muchos creemos que sí vale la pena, si todos los miembros de nuestra sociedad aceptan y soportan los requerimientos que en nuestro país exige una vida honorable y ejemplar; pero no vale la pena, cuando un pequeño grupo de la población vive inmerso en la mentira, el fraude, la vergüenza y la corrupción, sin que las autoridades correspondientes hagan nada para evitar esta situación convirtiéndose así en vulgares cómplices y solapadores; antes bien, parece que el sistema se empeña en premiar a quienes en su afán de poder pisotean las más elementales reglas de la moralidad, lográndose únicamente con esto que el pueblo trate de emular todas las prácticas corruptas de moda apartándose en consecuencia cada vez más y en mayor grado del camino de la honradez y la honestidad.
Esto, a nuestro juicio, es el verdadero drama actual de nuestro país, y compete lo mismo al pueblo como al gobierno superarlo lo antes posible para evitar la decadencia por corrupción y la pérdida de la libertad del pueblo mexicano. El gobierno implantando los mecanismos adecuados para lograr la moralidad pública y privada aún recurriendo a actitudes extremas en la aplicación de la ley, y el pueblo exigiendo que las medidas se lleven a efecto sin distinciones de ningún tipo y vigilando atentamente el comportamiento cotidiano de los funcionarios, y señalando las corrupciones en el mismo instante en que se detecten a los medios de comunicación o a los funcionarios correspondientes. Si la lucha de la intransigencia contra la dignidad ha de ser el resultado de esta renovación moral, pueblo y gobierno tienen que aceptarla con valentía pues a la larga el tiempo habrá de darle a la filosofía de la honradez el triunfo sobre la necia actitud de los inmorales. En todo enfrentamiento de voluntades es posible lograr un consenso sobre los fines, pero muchos tal vez no estén de acuerdo sobre el uso de los métodos. Todos los ratones estaban de acuerdo en que había que ponerle un cascabel al gato, pero no pudieron ponerse de acuerdo en el método que tenían que seguir para lograrlo. Aceptamos de antemano esta diferencia de opiniones en materia de implantar la moralidad, pero debemos de recalcar que, métodos aparte, algo se tiene que hacer para rescatar al país en las garras de la corrupción en que ha caído, y es obligación de cada ciudadano emprender esta tarea en la medida de su capacidad intelectual y es obligación del gobierno apoyarlo en todas sus actividades moralizadoras. Una actitud contraria por parte del pueblo, sería tanto como aceptar que la corrupción es un modo de vida normal en nuestro país y por parte del gobierno sería tanto como aceptar que la corrupción es parte inseparable de sus métodos políticos.
Nadie duda que todos podemos contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, primero a la felicidad de los miembros de nuestra familia; después, con pasión desinteresada contribuimos a la felicidad de nuestros semejantes aunque muchos piensen que lograr esto es imposible.
Pero el escepticismo de muchas personas a este respecto, no ha de impedir a quienes creen que esto es imposible que se empeñen en intentarlo, pues hemos de señalar aquí que no está permitido decir que algo es imposible, antes de haber hecho el intento de demostrar que no lo era. Recordemos que si algún día algunos hombres ponen al servicio del bien la misma energía que otros desperdician al servicio del mal, entonces es posible que ante nuestros ojos se abra un panorama de paz y justicia y que mientras logremos conservarlo el progreso de México será prácticamente ilimitado. Ojalá que el “caiga quien caiga” que frecuentemente gritan algunos políticos con intenciones mediáticas se haga realidad y no sea únicamente para consumo popular.
¿No es esto, en el fondo, lo que todos queremos para todos?