Por Catón/ columnista
¡Feliz Año Nuevo deseo a mis cuatro lectores! El principio de un año trae consigo una renovación del ánimo. Nos dejamos poseer por buenos sentimientos y buenas intenciones, aunque sepamos que unos y otras durarán lo mismo que el recalentado de la cena del día último. Volveremos después a ser los mismos; el oro y plata de los días navideños y de comienzo de otro año se pintarán de gris con la rutina de los días. Así es nuestra naturaleza. Pero no por eso debemos dejar en el olvido nuestro propósito de ser mejores. Tenemos ejemplos de los cuales podremos aprender.
Uno es el de los Alcohólicos Anónimos, heroicos hombres y mujeres que se proponen “sólo por este día” no caer en los mismos errores del pasado. Otro es el de los boy scouts, que prometen hacer una buena obra cada día, aunque sea pequeñita: un rasgo de bondad con el prójimo, una palabra amable, un detalle de afecto, el tener tolerancia con los demás, el procurar ser parte de su felicidad y no de su tristeza. En fin, bienvenido sea este nuevo año. Si nos da felicidad, qué bueno. Si nos trae sufrimiento eso nos hará humildes y nos hermanará con quienes en el mundo sufren. En todo caso siempre nos quedará el recuerdo de los tiempos dichosos. Pero basta de filosofías baratas, una de las pocas cosas baratas que aún quedan.
Caminemos ahora por sendas más amenas y de mayor solaz, las del humor
Don Añilio, señor de edad madura, convenció a la joven y linda Floribel de ir con él al popular Motel Kamawa. De nada sirvió el convencimiento: a la hora de la verdad el provecto galán no pudo erguir el lábaro de su varonía. Mohíno y apenado fue al baño a dar trámite a una necesidad menor. Al hacerlo notó algo que lo mortificó aún más. Dirigiéndose a su parte de varón le dijo con rencoroso acento: “Ya me echaste a perder la noche, desgraciada; no me eches a perder también los zapatos”
La gallinita estaba empollando sus huevitos. En eso llegó el arrogante y altivo gallo del corral. A las claras se veía que estaba poseído por urentes rijos de erotismo. Advirtió eso la gallinita y le dijo: “Vamos a otra parte, querido. No tardan en llegar los niños”
Ya conocemos a doña Frigidia. Es la mujer más fría del mundo. Su presencia en el planeta es lo único que está conteniendo un poco el calentamiento global. Una vecina suya le contó: “Mi marido es agente de ventas. Siempre está de viaje. Sólo un día de la semana lo pasa conmigo”. “No te aflijas –la consoló doña Frigidia. Un día comoquiera se pasa”
Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida –no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite a sus fieles incurrir en pecados de la carne a condición de que el día siguiente coman sólo productos vegetales–, dijo en su sermón: “Faltar al servicio dominical es lo mismo que cometer adulterio”.
Uno de los feligreses se inclinó hacia su compañero de banca y le dijo en voz baja: “Yo he hecho las dos cosas y, la verdad, no hay ninguna similitud entre ellas”
Meñico Maldotado, infeliz joven con quien natura se mostró avarienta en la parte correspondiente a la entrepierna, casó con Pirulina, muchacha sabidora. Al empezar la noche de las bodas el novio, con gentil ademán que le habrían envidiado Louis Calhern, Adolphe Menjou o Clifton Webb, epítomes de la elegancia masculina en Hollywood, dejó caer la bata de terciopelo rojo que lo cubría y se mostró por primera vez al natural ante su mujercita. Lo vio ella y dijo con un suspiro de resignación: “Bueno, supongo que con eso tendré que conformarme”. Añadió luego: “Al menos por ahora”
FIN.