Por: CATÓN / columnista
“Mi novia está embarazada”. Ese interesante anuncio hizo el primogénito de don Algón en la cena familiar. Añadió luego: “Dice que el papá soy yo”. De inmediato hizo uso de la palabra la hija mayor del magnate: “Aprovecho la valiosa oportunidad que se me presenta para informar a ustedes que yo también estoy embarazada”. Prosiguió: “Pero a diferencia de la novia de mi hermano yo no tengo la menor idea de quién es el papá”…
Las Cruzadas fueron una serie de empresas militares emprendidas entre los siglos XI y XV por las naciones de Europa occidental a fin de recuperar los lugares donde vivió Cristo, que se hallaban en poder de musulmanes. Es fama que los caballeros que emprendían el largo viaje a Tierra Santa ponían a sus esposas los llamados cinturones de castidad, artilugios generalmente hechos de metal con los cuales se cubrían las partes íntimas de la mujer a fin de impedir la penetración sexual. En Duperie, aldea del Midi de Francia, el herrero del pueblo, de nombre Hefeste, era el encargado de fabricar los tales cinturones, que cerraba con un grueso candado cuya llave entregaba al cruzado. (Algunos de esos nobles caballeros, los casados con señora fea, alegaban a su regreso que la llave se les había perdido). Hefeste, sin embargo, tenía un problema: los cruzados no le pagaban su trabajo. Alegaban que lo sagrado de su misión los eximía de todo pago. Tranquilo, el herrado les comentaba a sus amigos. “No me importa que no me paguen el cinturón. Me recupero vendiéndoles a sus esposas la llave del candado”. (Nota: Las que no podían pagar la llave les decían a sus amantes: “Por un ladito, guapo”)…
Don Chinguetas los contó a sus amigos del Club Silvestre: “Ayer le mandé una carta a Santa Claus”. Dijo uno: “Ya no es tiempo de enviarle cartas a Santa Claus”. Precisó el casquivano marido: “En la mía le pregunto a Santa cómo se le hace para entrar en una casa sin que te sienta la señora”…
Dulcibella, linda empleada de oficina, dio a luz triates. El médico le preguntó si en su familia había habido alguna otra multípara. “Ninguna, doctor –respondió ella-. Quizás esto se debe a que lo hice recargada en la copiadora”. (A ver si un día no la descompone con tanto traqueteo”…
Don Poseidón, labriego acomodado, viajó a la gran ciudad. A su regreso le contó a su compadre don Polonio: “El lunes estuve con una prostituta de la calle. El martes me acosté con otra de congal de barrio. El miércoles fui a un motel con una mujer que conocí en un antro. El jueves lo hice con una sexoservidora que recogí en una esquina. Y el viernes follé con una mesera de una fonda de arrabal”. “Qué barbaridad! –se preocupó el compadre Polonio al enterarse de tal promiscuidad-. Espero que haya usted tomado alguna precaución”. “Claro que sí, compadre –manifestó, orgulloso, el vejancón-. A todas les di un nombre falso!”…
Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, invitó a su amiga doña Gules a merendar, y le ofreció una taza de té de camomila–así dijo por decir de manzanilla- y un gofre comprado en la Pastelería Alemana Durchfall. En el curso de la conversación surgió el tema de los hombres. Doña Gules opinó: “Me gustan los que llevan el cabello largo. Eso les da aspecto de inteligentes”. “Pues te diré -opuso doña Panoplia-. Yo le encontré a mi marido un cabello largo en la camiseta, y cuando le pregunté de quién era puso cara de pend”… FIN.