No he conocido hombre más positivo que mi amigo Sisí. Comparado con él, Norman Vincent Peale era un Leopardi. Jamás se amilanaba ante las contrariedades de la vida. Aún a las peores situaciones les encontraba el lado bueno. Hace unas noches iba en su coche deportivo último modelo, descapotable, rojo, con llantas anchas y rines cromados. Vio a una hermosa muchacha que al parecer buscaba taxi. Se detuvo y le dijo con melifluo acento: “Permítame, señorita, llevarla a su destino”. Todo indica que el destino de la chica era El Ensalivadero, solitario y romántico lugar al que acudían las parejas en trance húmedo para sedar sus ansias, pues cuando Sisí le sugirió ir ahí como escala para llevarla luego a su domicilio la linda joven aceptó sin vacilar.
Pero es que tenía sus motivos. Cuando estuvieron en aquel alejado paraje la mujer sacó una pistola de las llamadas Derringer, tan pequeñas que pueden caber sin ser notadas en un bolso femenino. Apuntándole con ella no sólo le quitó su cartera, su celular y su reloj, sino también toda su ropa, de modo que lo dejó en cueros, tras de lo cual se fue en el coche deportivo de último modelo, descapotable, rojo, con llantas anchas y rines cromados. Quedó, pues, Sisí abandonado a su suerte en aquel remoto sitio. Volvió la vista a su alrededor, consideró su situación y dijo: “Heme aquí: encuerado, de noche y sin nadie a la vista. ¡Qué magníficas condiciones pa’ echarme una meadita!”… En el curso del ejercicio escolar el niño relató frente al grupo la historia de sus padres. “Mi mamá vio a mi papá –narró- y se enamoró a primera vista”. “¡Qué emocionante! –se conmovió la maestra-. Y estoy segura de que sigue enamorada de él”. “Quién sabe –acotó el chiquillo-. Ésa fue la única vez que lo vio”…
Dulcilí invitó a Elato a visitarla en su departamento. Nunca lo hubiera hecho: el invitado resultó ser un tipo majadero, pagado de sí mismo y más aburrido que una ostra virtuosa. Después de beberse las dos botellas de tinto que Dulcilí tenía el individuo se puso en pie y le dijo a la muchacha: “Ahora, linda, te voy a hacer la mujer más feliz del mundo”. Le preguntó Dulcilí, esperanzada: “¿Ya te vas?”… Susiflor reñía constantemente con su esposo. La mamá de la recién casada se preocupó bastante. Le pidió: “No pelees con Pitoncio”. Declaró Susiflor: “Me gustan esos pleitos. ¡Vieras después las contentadotas que nos damos!”… Sobre el mismo tema -el de las riñas conyugales- un señor le comentó a su hija: “Tu mamá y yo ya no peleamos nunca”. “¿Por qué?” –se interesó la hija. Explicó el señor: “Es que ahora dormimos en habitaciones separadas. La mía está en Tijuana y la de ella en Chetumal”…
Doña Gorgolota estaba leyendo un libro sobre las relaciones entre el hombre y la mujer. Tenía la hirsuta pelambrera llena de rizadores, vestía una vieja y rota bata de popelina anaranjada, llevaba las medias en los tobillos y calzaba unas gastadas pantuflas de peluche en forma de tortugas. No sólo eso: además traía la cara cubierta por una espesa crema verdinegra. Cerró de pronto el libro y le preguntó con enojo a su marido: “¿Por qué tú nunca ves en mí un objeto sexual?”…
El cine de Hollywood tuvo dos grandes estrellas perrunas: Lassie y Rin Tin Tin. Entre los dos perros había muy buena amistad: siempre iban juntos al Festival de Cannes. (¡Uta! ¡Otro chiste como ése y mis cuatro lectores quedarán reducidos a dos!)… Babalucas era actor de teatro. Iba a salir a escena, y el tramoyista se sorprendió al verlo moler una pastilla de Viagra y echarse el polvo en los ojos. Le preguntó asombrado: “¿Por qué hace eso?”. Explicó Babalucas: “Es que mi papel es de villano, y debo tener la mirada dura”… FIN.