Los números, no sólo del presidente Peña, sino de los integrantes del Pacto por México, que atendieron las, por otro lado, demandas urgentes de la sociedad, son sin duda impresionantes. Lograr 16 reformas en 16 meses no es cualquier cosa, y menos en las condiciones de parálisis a las que tristemente nos habíamos acostumbrado.
No es sencillo, y la prueba se encuentra en nuestra historia reciente. Fox llegó a la presidencia con las botas puestas en un lugar que requería de pasos firmes pero medidos: como resultado, su presidencia se asfixió entre las frivolidades de quien nunca tuvo ni el oficio ni la vocación necesaria. Calderón se asentó en Los Pinos en medio de una tormenta desatada por una campaña electoral que dividió al país y se transformó en su propia pesadilla, al tratar de ganar legitimidad con una guerra que no sabía cómo ganar y que se convirtió en su obsesión. Las consecuencias las seguimos viviendo: la pérdida de rumbo que tuvo el PAN al ganar la presidencia con Fox sigue, y el partido que en otros tiempos era ejemplo de decencia y decoro se debate, un día sí y otro también, entre dimes y diretes y acusaciones de corrupción. La lucha por el poder, y los recursos, opaca los objetivos de un partido que nació para ser oposición y cuando dejó de serlo perdió su razón de ser. Por otro lado, la guerra iniciada por Calderón no ha tenido resultados visibles más que en el incremento de trabajo para quienes elaboran las actas de defunción: el consumo no se ha disminuido, el tráfico se ha atomizado, y la opinión popular se decanta por una legalización que no entiende pero parece al menos ser una solución. Menudos sexenios hemos vivido.
Las opciones con que contábamos entonces tampoco eran tan buenas, hay que admitirlo. ¿Labastida o Madrazo por el PRI? La línea temporal que abre la mera posibilidad es espeluznante. ¿Andrés Manuel en su primera o segunda aparición? Nuestro Rey Sol de Macuspana seguiría, como lo hace actualmente, viéndose en el espejo de Juárez y lanzando arengas en tribuna, sin aceptar ninguna propuesta en que no tuviera el rol protagónico. Y, en tiempos más recientes, ¿Josefina Vázquez Mota? Su fragilidad ante la derrota es un buen signo de su capacidad como dirigente, y eso también cuenta para la próxima renovación de la dirigencia.
Hemos vivido en la inopia política durante años, sin signos claros de salir de ella. Incluso, durante la campaña presidencial pasada, no fueron pocos los cuestionamientos a la capacidad de quien a la postre resultó vencedor: muy probablemente la sorpresa de los acuerdos iniciales, y las reformas planteadas, fue lo que motivó la expectativa de un mexican moment por parte de algunos medios internacionales.
Hoy, con las reformas aprobadas, llega el momento de hilar fino. Las leyes secundarias deberán ser discutidas, pero la aprobación final de las mismas tendrá un proceso muy diferente del anterior, y es de esperarse que las modificaciones corran sin mayor problema. Así, suponiendo sin conceder que los resultados sean los esperados y, como se supone, las inversiones y recursos comiencen a llegar a carretadas, ¿qué es lo que sigue?
Supongamos por un momento que tenemos acceso al boardroom de una transnacional cualquiera, que esté interesada en expandir sus horizontes. México podría sonar como una gran opción, en primer lugar por las reformas mencionadas y que abren el campo en diferentes industrias. La cercanía con los Estados Unidos, la apertura internacional lograda en virtud de los tratados internacionales firmados a través de los años: un país moderno y prometedor, indudablemente. Pero las grandes decisiones no se toman solamente por los datos macro, sino que hay que revisar exhaustivamente los puntos finos.
Y aquí, en los puntos finos, es donde no importan las reformas que se emprendan y las modificaciones a la ley que se aprueben. De nada sirve, como argumento para atraer inversiones y detonar el desarrollo, que el Diario Oficial de la Federación consigne cambios mientras la ley no se aplique sin distinciones. O, ¿cómo podría lidiar una empresa extranjera con la infinidad de trámites informales que hay que sufrir para iniciar actividades? Sindicatos ficticios llenos de malandrines, requerimientos absurdos que detienen las operaciones, gente que ha hecho de la extorsión empresarial una verdadera industria. ¿Quién le explica a alguien, al otro lado del mundo, que sus ejecutivos corren riesgos constantes de secuestro, en muchas ocasiones por parte de la misma policía? ¿Cómo justificar, ante un Consejo de Administración serio, las burdas dádivas a funcionarios para elaborar licitaciones en conjunto y garantizar la asignación de contratos?
¿Cómo sustentar una decisión de inversión en un país en el que una pobre mujer puede ser sometida por años a un verdadero calvario por pagar una libreta con un billete que resultó ser falso? ¿Cómo establecerse en un país en el que narcotraficantes notorios, o secuestradoras culpables, son liberados a través de procedimientos que no pueden recibir otro calificativo que oscuros?
Reformar leyes puede ser muy vistoso, pero no se trata solamente de eso, sino de aplicarlas cabalmente. De brindar seguridad jurídica real, y ese es uno de los puntos más débiles en el diseño institucional vigente. Si no somos capaces de tener un Estado de derecho que funcione, y que garantice una seguridad mínima para habitantes e inversionistas, eliminando la corrupción e impunidad que imperan en el sistema, bien podríamos no haber hecho nada. Nada, en absoluto.