La izquierda mexicana vive un verdadero conflicto existencial.
Quizá suponía que habría una enorme repulsa social a la Reforma Energética. Pero no ha sido así.
Durante décadas, la izquierda tuvo por bandera poner al Estado en el centro de la vida pública.
Poco a poco, por medio de reformas que comenzaron en el sexenio de Miguel de la Madrid, el Estado mexicano fue disminuyendo su participación en la economía. Se deshizo de empresas públicas y, ahora, se ha abierto al capital privado en el sector de los hidrocarburos.
Una verdadera herejía para la izquierda, cuya idea de propiedad estatal sobre esa industria está inscrita en piedra.
Le tocará a la sociología determinar por qué la enorme mayoría de los mexicanos de la segunda década del siglo XXI no se ha inconformado con la Reforma Energética aprobada el año pasado.
¿Será porque 60 millones de mexicanos no habían nacido cuando comenzaron las llamadas reformas neoliberales en el sexenio de De la Madrid? ¿O porque únicamente viven unos ocho millones que tienen la edad para recordar los días de la Expropiación realizada por Lázaro Cárdenas?
¿O será, como sostienen algunas voces de la izquierda, que el pueblo mexicano está “adormilado” y, por tanto, indefenso ante las medidas que el “PRIAN” han estado adoptando, que claramente atentan contra su interés?
Cualquier respuesta sería una especulación. Sin embargo, lo que es innegable es que durante el proceso legislativo que culminó con la Reforma Energética, ante los llamados que la izquierda ha hecho para protestar contra ella, han salido a la calle únicamente los simpatizantes de los partidos de izquierda. Y, por cierto, nunca todos juntos.
A pesar del golpe anímico que esto debe representar, no he escuchado ni leído muchos actos de contrición por parte de la izquierda. Lo que ha vivido en semanas recientes ha sido una derrota política, sí, pero más aún una derrota cultural.
Es también el resultado de un largo periodo en que la izquierda ha renunciado a la reflexión y, por tanto, a la actualización.
Hubo un tiempo en que ambas eran una parte fundamental de la militancia en la izquierda.
Fueron la reflexión y la actualización las que llevaron al Partido Comunista Mexicano a desmarcarse del estalinismo e incluso, más tarde, aceptar la desaparición de sus siglas y la adecuación de sus métodos de lucha.
El reconocimiento de la realidad llevó a aceptar la democracia como forma de llegar al poder y renegar de la revolución socialista y la lucha armada.
Yo no sé por qué la izquierda renunció paulatinamente al análisis del entorno social y se quedó con ideas desactualizadas.
Quizá fue que, una vez que comenzó a ganar posiciones de poder, se sintió cómoda en el club de la partidocracia. Igual que le pasó al PAN, la izquierda aprendió rápidamente a jugar con las reglas del PRI. E importó candidatos que le aseguraran triunfos electorales, sin tomar en cuenta el daño que eso podía hacerle a su marca.
Hoy la izquierda, a la que tanto trabajo costó unir en los años 80, está nuevamente dividida.
Una parte de ella está por oponerse a todo y otra, por hacer un intento de cogobernar. Sin embargo, ninguna de ellas tiene algo original que ofrecer.
En su obstinación por defender su idea de propiedad estatal sobre los hidrocarburos, la izquierda se ha olvidado de proponer.
Sin duda hay aspectos de la Reforma Energética que resultan inquietantes: cómo evitar la corrupción, de por sí enraizada en Petróleos Mexicanos, que podría llegar a la par de las inversiones; o cómo asegurar que el dinero extra que reciba el Estado -si no lo recibe, la reforma será un fracaso- se destine a proyectos con visión de futuro y no se dilapide.
Ahí es donde tendría que estar la izquierda y donde encontraría muchos adeptos: en la lucha por la honestidad administrativa y la justicia social, no en la defensa de un esquema petrolero que ya no existe en parte alguna del mundo.
Y preocupa que una oposición necesaria como es la izquierda esté dispuesta a apostar el capital político que le queda en a) organizar una consulta para echar abajo la reforma (¿será constitucionalmente posible?, ¿qué quedará de la izquierda si la población votara por ratificar la reforma?) o b) acudir a tribunales nacionales e internacionales para invalidarla (nuevamente, ¿y si esos recursos no proceden, qué hacer después?).
Hoy más que nunca la izquierda necesita un nuevo programa. Uno que, sin renunciar a sus ideales, reconozca los cambios que ha tenido el mundo en los últimos 30 años. Y no uno que simplemente diga que si realidad no empata con la visión de esta izquierda, peor para la realidad.