Por: Catón / columnista
Exactamente a los nueve meses de la boda la esposa primeriza dio a luz tres hermosos bebés. El médico que la asistió en el parto salió del quirófano y le informó al marido, que esperaba con ansiedad noticias de su mujercita: “¡Felicidades, joven! ¡Su esposa tuvo triates!”. “¿Triates? –se sorprendió el muchacho–. Qué raro. Aquella noche nos echamos cuatro”… Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Su suegra llegó tarde a la comida y se justificó: “Es que el taxi demoró mucho”. Le preguntó Capronio: “¿Y por qué no se vino en escoba, suegrita?”…
El guía del safari le indicó al cazador: “Hoy iremos en busca del gorila. Para atraerlo me cubriré con una piel de cuadrumano e imitaré el llamado de la hembra en celo. Cuando el gorila se acerque dispárele. Eso sí, milord: le suplico que tenga buena puntería. Los otros cazadores han fallado el tiro, y no se imagina usted lo que el méndigo antropoide ha hecho conmigo”… La maestra le planteó a Pepito un problema de aritmética: “Tienes tres billetes de mil pesos. Le das uno a Rosilita, otro a Juanilita y uno más a Manolita. ¿Ahora qué tienes?”. Contestó sin vacilar Pepito: “Una orgía”…
La exuberante chica le dijo con una sonrisa al provecto señor: “Me llamo Marilisa, pero de Lisa no tengo nada”. Replicó el senil caballero: “Y yo me llamo Agapito, pero de eso ya tampoco tengo nada”… Aquella mujer se veía agotada, agostada, agozcada. Una amiga le preguntó, solícita: “¿Por qué te ves así?”. Con feble voz respondió la otra: “Mi marido tiene doble personalidad, y las dos quieren todos los días”… Don Chinguetas le dijo en tono ensoñador a su esposa doña Macalota: “¿Recuerdas qué felices éramos hace 25 años?”. Repuso ella, extrañada: “Hace 25 años ni siquiera nos conocíamos”. Concluyó don Chinguetas: “Por eso”…
Babalucas fue a comprar un collar de perlas para obsequiar a su novia en Navidad. El precio que le indicó el joyero le pareció elevado. Explicó el hombre: “Es que son perlas cultivadas”. Opuso el badulaque: “La educación no me importa”… Don Cucú regresó anticipadamente de un viaje. Le preguntó a su mujer: “Supe que en mi ausencia enfermó el compadre Pirorrango. ¿Cómo se encuentra?”. Intervino el pequeño hijo del viajero: “Busca en el clóset. Ahí lo encontrarás”…
Un señorcito estaba bebiendo su copa en la barra de la cantina sin meterse con nadie. Llegó un grandulón y sin más lo agarró por la espalda y le torció un brazo. “Llave china” –le dijo–. Y regresó a su mesa riendo burlonamente. No protestó el pacífico señor. Tampoco hizo nada cuando el sujeto volvió a poco y le apretó el cuello con ambas manos. “Llave japonesa” –dijo–. Y otra vez rió con desdén. No paró ahí la cosa: minutos después el insolente jaque retornó y con los membrudos brazos le oprimió el pecho al sufrido señor. “Llave coreana” –dijo–. El hombrecito salió de la cantina. Volvió poco des