Camila toma cuatro pastillas al día. Sabe que una dosis elevada de Prazosin –un medicamento que se receta a hipertensos– resulta efectiva para mitigar las pesadillas que le provoca el síndrome de estrés postraumático. Clonazepam le es útil para calmar la ansiedad y combatir el insomnio. Trata la depresión severa con Zoloft. Todavía tiembla cuando pasa por delante del templo de La Luz del Mundo al que solía acudir.
No quiere dar su verdadero nombre pero se atreve a dar la cara. Tiene 36 años y el historial de abusos que relata comenzó en su infancia, en Fresno, California. A su padre no le gustaba usar sus propias manos para castigarla. Usaba los cables de la plancha, ramas de árboles o el cinturón: “Siempre era con cosas. Nunca era como una nalgada o algo así, sino que siempre tenía que ser algo más”.