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Con o sin hueso

Superiberia

 Por: Catón / columnista

Una vez ante un médico famoso llegóse un hombre de mirar sombrío. “Doctor -le dijo-. Siento un dolor muy raro que me sube por el lado derecho del cuerpo, desde el pie hasta la cabeza”. Lo examinó el galeno y dictaminó: “Advierto una tensión con metátesis flogogénica en el sistema muscular. Sube del músculo pedio al tibial; pasa al sóleo, al poplíteo y al crural; llega al cuádriceps femoral; se traslada al psoasiliaco; asciende por el triángulo lumbar y luego por el deltoides y el trapecio; ataca el músculo esternocleidomastoideo y termina en el masetero y esplenio de la cabeza”.

Preguntó con inquietud el tipo: “Y ¿cuál es el tratamiento?”. Sentenció el facultativo: “El dolor es causado por una orquicatabasis progresiva. Tendré que hacer una orquectomía, es decir, le corteré uno de los testículos: el del lado derecho”. “¡Cielo santo! -prorrumpió el pobre hombre, que sentía un cariño muy especial por esa parte de su anatomía-. Me aflige escuchar eso, doctor, pero si no hay otro remedio a mi dolor proceda usted a la intervención”.

El médico operó, en efecto, y privó al desdichado de uno de sus testes. Varias semanas después llegó nuevamente el tipo al consultorio. “Siento el mismo dolor -dijo al galeno-, ahora en la parte izquierda del cuerpo”. Hizo su examen el facultativo y emitió el diagnóstico: “Advierto lo que puede ser una orquioepididimitis. Tendré que proceder a la ablación del segundo testículo”. “¡Oh destino aciago, calamidad funesta! -exclamó el individuo-. Doctor: me someto a tan adverso hado. Proceda usted a dicha operación”. El médico, en efecto, deja al sujeto sin el otro dídimo. Privado de aquella doble parte el lacerado sintió que los pantalones le quedaban flojos en la entrepierna, carente ahora de la materia que antes contenía.

Así, fue con un sastre para encargarle unos pantalones a la medida. Se dispuso el maestro cortador a tomar las medidas. Puesto de rodillas puso la cinta de medir en la entrepierna. En seguida le dijo al individuo: “No se mueva, señor. Si no tomo bien las medidas el pantalón le apretará, y eso le causará un dolor que le va a subir por todo el lado derecho del cuerpo, desde el pie hasta la cabeza”… Una señora fue con una gitana que adivinaba la suerte por medio de la bola de cristal.

Advirtió que la bola tenía tres agujeros. “¿Para qué son?” -preguntó a la gitana. Respondió la mujer: “Cuando el negocio de la adivinación va mal doy clases de boliche”… La enfermera llamó al joven carnicero que aguardaba, nervioso, en la sala de espera de la maternidad. Le informó: “Su esposa dio a luz un bebé lindísimo. Pesó 3 kilos y medio”. Pregunta el carnicero: “¿Con o sin hueso?”…  La señorita Peripalda, catequista, fue a confesarse con el padre Arsilio. “Acúsome –le dijo- de que por la noche me asaltan las tentaciones de la carne”. “Recházalas, hija –le aconsejó el buen sacerdote-. Recházalas”. “¡Ah no! –se asustó la piadosa  señorita-. ¿Y luego si se van y ya no vuelven?”…

La esposa de don Chinguetas llegó a su casa y sorprendió a su marido en apretado trance de concupiscencia con una guapa morena. “¡Eres un infame! -le gritó-. ¡Un aleve traidor villano y ruin!”. “Pero, mujer -respondió con tono lamentoso don Chinguetas-. ¿No puedo divertirme un rato sin que eso te moleste?”… En la playa de un hotel de moda la señora recogió un caracol. Le dijo a su esposo acercándole el caracol al oído: “Escucha. ¿No oyes el murmullo del mar?”. “No -respondió el señor, hosco-. Lo único que oigo es: ‘10 mil pesos por noche, sin alimentos’”… El sultán, desolado, les preguntó a las mujeres de su harén: “¿Cómo puede ser eso? ¿A las 100 les duele la cabeza?”… FIN.

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