Por Andrés Timoteo/ columnista
JORGE CELESTINO
Fue la crónica de una muerte anunciada, como la novela del colombiano Gabriel García Márquez. Todos en Actopan sabían que iban a matarlo y los que tenían en sus manos la oportunidad de salvarlo no lo hicieron. El periodista Jorge Celestino Ruiz Vásquez fue asesinado el viernes pasado y su muerte no llegó por casualidad sino porque hubo las condiciones y omisiones necesarias para que se perpetrara.
Al colega le habían retirado la custodia policiaca que le asignaron, bueno, en realidad nunca se la dieron completamente y sólo tenía una visita periódica -muy espaciada- de agentes policiacos y se realizaban rondines esporádicos a su domicilio. Sin embargo, desde el 24 de julio nadie lo resguardaba y los sicarios lo supieron. Fueron hasta él para balearlo frente a uno de sus hijos.
Así comenzó la cuenta macabra de periodistas asesinados en el Gobierno del morenista Cuitláhuac García, es el primero y el temor -y las condiciones de seguridad pública- anticipan que no será el único. Con el panista Miguel Ángel Yunes Linares fueron victimados cinco comunicadores, aunque en realidad sólo tres de ellos ejercían la profesión, además de que hubo otro atentado grave, el de Armando Arrieta, jefe de redacción del periódico La Opinión de Poza Rica, quien salvó la vida.
Con Javier Duarte fueron 19 periodistas asesinados y cuatro más desaparecidos, y en algunos de esos crimines hay la sospecha de que el propio gobernante estuvo involucrado, como en el caso del fotógrafo Rubén Espinosa quien fue asesinado en la Ciudad de México, pero que había huido de Veracruz por amenazas de muerte.
El pasado 31 de julio se cumplieron cuatro años de su homicidio y los familiares piden la reapertura del expediente para investigar la versión de que un escuadrón de la muerte fue enviado desde Veracruz por el ex secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, para asesinarlo. Con el innombrable mataron a seis periodistas y tres más fueron desaparecidos, uno de ellos Evaristo Ortega Zárate, secuestrado por policías estatales.
Claro que el gobernante en turno, Cuitláhuac García, debe ordenar que se investigue la omisión de la Secretaría de Seguridad Pública para cumplir con el ordenamiento de protección a Ruiz Vásquez, quien él mismo en diciembre pasado le dirigió una carta y fue a buscarlo personalmente a Xalapa para solicitarle que lo apoyara ante las amenazas de muerte y agresiones sufridas anteriormente.
Por eso se dice que fue la crónica de una muerte anunciada porque al periodista ya lo habían golpeado, le dañaron su automóvil, le llovían amagos y desde el ayuntamiento de Actopan – que encabeza el panista José Paulino Domínguez Sánchez- provenían varias de las amenazas.
El caso es parecido al del periodista Moisés Sánchez Cerezo quien fue secuestrado, torturado y asesinado en enero del 2015 por órdenes del entonces alcalde panista de Medellín de Bravo, Omar Cruz Reyes, quien hasta la fecha sigue prófugo de la justicia y que en su momento fue protegido por el Gobierno de Javier Duarte, quien le facilitó la huida. Ahora, otro Edil blanquiazul está involucrado en ese crimen. Que lo investiguen y lo castiguen si es el autor intelectual del crimen.
LOS CARASUCIA
Con este crimen regresa el miedo a la comunidad reporteril, mismo que asoló con verdadera tenebrosidad en el duartismo y la fidelidad. Es reprobable, por supuesto, que el Mandatario en turno convierta el crimen de Jorge Celestino en una ‘pelota de pingpong’ dentro de la guerra con el fiscal general, Jorge Winckler, y el cadáver se lo arrojen mutuamente.
La abulia del gobernante es pasmosa, pues el sábado mientras velaban el cuerpo del periodista en Actopan en lugar de presentarse ante la familia para transmitir un mensaje no solo a ellos sino al gremio en general, ofreció una cena a un grupo de columnistas en Xalapa para pedirles resguardo mediático. Ya ven que estos se hacen manada y a nadie le extrañe que venga una andanada de lodo sobre el colega fallecido, como en la época de la fidelidad y el duartismo, para tratar de sacudirle responsabilidad al Mandatario.
También en este crimen muchos otros tienen la cara sucia. Uno es el fiscal Winckler Ortiz que está apurado en la rebatinga contra los funcionarios estatales y se olvidó del trabajo. No investigó las amenazas contra Jorge Celestino como tampoco ha hecho nada en los casos de los demás reporteros asesinados. Vaya, ni siquiera le ha preocupado indagar los casos de otros colegas amenazados recientemente.
En poco más de dos años que tiene al frente de la Fiscalía General no hay un solo crimen esclarecido para el gremio periodístico. El señor está tirado en la hamaca, meciendo su pleito de lavanderas con los morenistas y con su omisión también carga a sus espaldas la muerte de Jorge Celestino Ruiz, porque la pudo evitar. Si se hubiera puesto a trabajar con seriedad y ética habría sido el factor para salvarlo.
Ya no se diga de los holgazanes integrantes de la Comisión para la Protección -risas- de Periodistas quienes también cargan al “muertito” como lo definió con un desprecio insultante la presidenta del entuerto, Ana Laura Pérez. No es el primer reportero que asesinan estando bajo un protocolo de protección, ya en agosto del 2017 mataron a Cándido Ríos Vázquez, quien también estaba bajo el cuidado del organismo.
¿Qué hace o de qué sirve esa comisión de perezosos y vividores? Nada en lo absoluto. A esos tipos les creció el descaro. El propio gobernador, García Jiménez, cuestionó a la paquidérmica comisión por la muerte del reportero de Actopan. Es decir, entre cómplices se pelean y arrojan al “muertito”. Ojalá el gobernante la disuelva para el bien de todos ya que un ente inservible que sólo absorbe dinero público que bien podría ocuparse en algo más productivo para la comunidad reporteril.
En fin, el asesinato del periodista Jorge Celestino es un mal presagio para el gremio reporteril y para la misma sociedad veracruzana. Se insiste, los periodistas son el canario en la entrada de la mina, si hay gases tóxicos la avecilla es la primera en resentirlos y morir, después se envenenarán los mineros. Así, el asesinato de un periodista es síntoma de que algo está envenenado y que la sociedad entera terminará intoxicada.