Lo bueno:
La política macroeconómica que convierte a México en un archipiélago de estabilidad en medio de la crisis global.
El crecimiento económico a un ritmo relativamente bajo pero sostenido, y mayor este año que el de Brasil.
Una reforma política que incluye temas como las candidaturas ciudadanas y otras formas de participación política.
La política de fomento a las exportaciones que convertirá -según la revista The Economist- a México en uno de los principales exportadores a Estados Unidos para el 2018. “Made in China” se está convirtiendo gradualmente en “Made in Mexico”.
La política de salud bajo el liderazgo de José Ángel Córdoba.
La infraestructura cultural, producto de la imaginación visionaria de Consuelo Sáizar.
La disminución en la migración a Estados Unidos, y el regreso de mexicanos que empiezan a encontrar empleo, estabilidad y seguridad social en algunas zonas al sur de la frontera.
El descenso de la violencia en ciertos lugares como Ciudad Júarez y Tijuana.
El fortalecimiento de la Policía Federal y los esfuerzos por profesionalizarla.
La clausura de Luz y Fuerza del Centro, una compañía ineficiente, rentista y rapaz.
La interlocución que el Presidente tuvo con grupos de la sociedad civil, como el encabezado por Javier Sicilia.
Una Primera Dama que estuvo donde tenía que estar y le imprimió un sello de dignidad y tolerancia al gobierno de su esposo.
Lo malo:
Los más de 63,000 muertos de la “guerra” emprendida contra el narcotráfico y el crimen organizado, hecho que opaca cualquier logro de Felipe Calderón. Será recordado como el presidente del sexenio más violento desde tiempos revolucionarios.
El predominio creciente de Joaquín “El Chapo” Guzmán y cómo pareció volverse intocable en el sexenio calderonista.
Los 56 periodistas ejecutados y los 13 desaparecidos.
La obsecación personal de Calderón con una estrategia de seguridad contraproducente, que contribuyó a la dispersión de los cárteles y su incursión en otros ámbitos de actividad criminal.
La operación de Estado que se llevó a cabo desde Los Pinos para proteger a Juan Molinar durante la debacle de la Guardería ABC.
Franjas del país controladas por cárteles, grupos criminales y brigadas de mercenarios, como detalla Anabel Hernández en su nuevo libro México en llamas: el legado de Calderón.
La impunidad con la que actuó Genaro García Luna al frente de la SSP, en casos escandalosos como el de Florence Cassez.
La política de telecomunicaciones que no empujó la competencia, el crecimiento y la competitividad en un sector clave, y que acabó por beneficiar a Televisa.
El aumento en la pobreza, según el último reporte de la Coneval.
Una reforma energética presumida como la más importante desde la nacionalización de Pemex, que hizo poco por cambiar la dinámica en el sector.
La ausencia de una nueva ley de medios y que no se lograra -en todo el sexenio-la licitación de una tercera cadena de televisión abierta.
La claudicación gubernamental frente a los monopolios, los cuales prometió combatir.
La alianza político-electoral con Elba Esther Gordillo, que llevó a la subordinación gubernamental a los imperativos del sindicato.
Un sexenio “valiente” del cual el gobierno se vanagloria, pero que deja al país con una violencia zozobrante.
Un Partido Acción Nacional sin rumbo, sin liderazgo, sin proyecto, sin una ruta para regresar al poder que torpemente ejerció.
El regreso del PRI a Los Pinos, sin haberse modernizado y sin dar muestras claras de qué quiere y sabrá cómo hacerlo.
Lo pendiente:
Una política económica que se centre en el crecimiento acelerado como primera prioridad.
Una política de seguridad que se aboque a reducir la violencia antes que combatir las drogas. Una visión integral que abarque no sólo la reducción de la criminalidad, sino reformas significativas al sistema judicial y penitenciario también.
Una misión pro-competencia que obligue a los “campeones nacionales” en telecomunicaciones, cemento, alimentos y medicinas a competir, a innovar, a reducir precios, a beneficiar a los consumidores por encima de los productores.
Une reforma política que contemple la reelección de los legisladores y los presidentes municipales, y así crear incentivos para la rendición de cuentas.
Una política anti-corrupción que vaya más allá de la creación de comisiones cosméticas, sin dientes y sin alcances claros.
Una política educativa que le devuelva al Estado la rectoría que perdió y que obligue a los maestros a la evaluación contínua de la cual dependerá su sueldo, su ascenso y su permanencia.
La creación de un equilibrio fiscal justo, eficaz y sostenible ya que -como argumenta Carlos Elizondo- el pacto fiscal vigente en México está mal armado: el Estado cobra poco, gasta mal, y gasta más de lo que obtiene gracias a los ingresos del petróleo.
Un presidente capaz de entender que el Estado sólo será eficaz cuando pueda domesticar a los poderes fácticos que hoy lo acorralan.
Un equipo de gobierno que no conciba al gobierno como un lugar para la distribución del botín.