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Templarios, origen es destino

Superiberia

Hace algún tiempo, cuando se debatía, inútilmente por cierto, si se debía dialogar o no con los narcotraficantes, uno de los hombres que mayor experiencia tiene en el tema (recordando siempre a Oscar Wilde, que decía que “la experiencia no tiene valor ético alguno, es simplemente el nombre que damos a nuestros errores”) me decía que era absurdo plantear, como lo había dicho incluso el ex presidente Fox, que se debía establecer un diálogo con esos grupos criminales. Primero porque eso era imposible, política y prácticamente. Y segundo porque, en forma indirecta, tácita, me decía, siempre se dialoga: es como en la guerra, cada vez que se decide tomar una acción o se le deja de tomar se está dialogando. Y si del otro lado hay interlocutores, más allá de que sean criminales, con sentido de las cosas, ellos también, con lo que hacen o dejan de hacer, también están dialogando. Se establece de esa forma un diálogo que no es ajeno, por supuesto, a que se prosiga el combate a esos grupos o que ellos mismos busquen continuar con sus objetivos criminales. 

Decía Clausewitz que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y eso se aplica también a estos grupos, a este tipo de batallas tan alejadas de la normalidad que vivimos en estos años.

Quizá lo que ha ocurrido en este sentido es que durante mucho tiempo esa batalla pensada en términos de diálogo no se realizó como tal. Y tampoco hubo del otro lado personajes que así lo interpretaran. El caso de Los Zetas y de Los Templarios (antes de La Familia) es casi paradigmático al respecto. Son grupos que irrumpieron en el “mercado” criminal a sangre y fuego rompiendo las siempre etéreas, pero no menos reales reglas del juego existentes. Los Zetas con una violencia que modificó el comportamiento de todos los grupos criminales y controlando territorios con base en la misma, pero también con la extorsión y el secuestro.

La Familia, originalmente era aliada de Los Zetas, pero rompieron a principios de 2006 e iniciaron una batalla con sus antiguos aliados utilizando sus mismos métodos, pero adicionados con dos elementos: un discurso seudoreligioso y una táctica de operación mucho más similar a una guerrilla rural. Controlaron, incluso cuando por una división interna pasaron de La Familia en Los Templarios, con base en la intimidación, el secuestro y la extorsión, pero se presentaron siempre como los defensores de la comunidad contra sus enemigos. Eran lo mismo, pero se presentaban como diferentes. Tenían manuales de superación personal y centros contra las adicciones, pero eran los que vendían las drogas y sus centros los utilizaban para captar y capacitar jóvenes para su causa. Fueron los primeros que aparecieron diciendo que ellos defendían su estado, pero no tenían problema en expoliar a la ciudadanía si no eran parte de su organización o si no los apoyaban por lo menos económicamente. Fueron los primeros en penetrar tan profundamente a las autoridades locales, sobre todo municipales, comprendiendo que en lugares como Tierra Caliente, donde casi 80% de la población no tiene ninguna forma de comunicación siquiera telefónica, ese control político les daba también el control territorial. Y fueron los primeros que no sólo exigieron colocar a las policías locales bajo su mando, sino también las áreas de obras públicas municipales, para lavar dinero y utilizar el presupuesto en su propio beneficio.

Las autoridades tardaron en comprender qué era realmente La Familia, dividida y transformada años después en Los Templarios. En esa lógica, combatirlos frontalmente siempre fue una batalla que, más allá de los esfuerzos realizados (y en Michoacán durante los siete años pasados los esfuerzos federales fueron enormes, en recursos y capital humano), los mismos terminaban casi siempre condenados al fracaso. Se necesitaba, se necesita, otra cosa.

Pareciera que ahora sí se está tratando de encontrar esa ecuación que permita combatir a Los Templarios en forma frontal, en sus principales reductos, pero también en una forma mucho más local. Como decíamos ayer, habrá autodefensas que seguirán, por sus propios intereses, con una línea de confrontación y alejadas de las autoridades y las mismas, más temprano que tarde, tendrán que ser combatidas. Pero habrá otras, muchas, que se terminarán convirtiendo en las guardias de seguridad de sus propias localidades y municipios. Y no sería descabellado, incluso, que una vez alineadas, entrenadas y teniéndolas bajo control, terminen incorporadas a cuerpos policiales locales o a una suerte de guardias rurales incluso relacionadas con la nueva gendarmería. Es una apuesta arriesgada, pero una apuesta viable.

Hace unas horas fue designado Alfredo Castillo como comisionado federal para Michoacán. Castillo es uno de los hombres más cercanos al presidente Peña y su designación por sí misma es todo un mensaje. Pero implica también una intervención directa y profunda del gobierno federal en el estado.

Nos preguntábamos quién se haría responsable de obtener resultados en Michoacán. Ya tenemos la respuesta, es el propio presidente Peña a través de uno de sus funcionarios más cercanos y de su mayor confianza y conocimiento de temas de seguridad. Una buena e inédita designación.

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