Por Juan Carlos Ortiz Romero / columnista
Se habla de un País lejano donde imperaba la armonía; el Visir gobernaba con su túnica roja, su harem lo colocaba de forma estratégica para los fines de su mandato.
Un día el buen señor le dejo la regencia a su hijo adoptivo Ja, no precisamente al más querido, ya que visualizaba en el futuro que un remolino acabaría con las arcas de su Gobierno.
Ja para lograr el respeto de los demás señores fue colocado en la fiscalización de los dineros, desde ahí fue buscando un respeto que tuvo que traspasar su afeminada forma de hablar y convertirla en miedo.
Por su parte, el Señor procuró a su otro hijo adoptivo Er, quien prepararía el camino para una salida adecuada del Señor y los preparativos para la entrada triunfal de los hijos de sangre del Visir.
Ja pagaría con cárcel los dineros millonarios obtenidos y engañaría a los ciudadanos con la falaz idea de que un delito de esa naturaleza no exige reparación del daño para el pueblo.
El señor de los señores daña su imagen con la falta de madurez de Ja y requiere al Cónsul en tierras lejanas para que controle la situación.
Desde la obscuridad el señor opera y mueve las piezas.
Blindado el señor de los señores deja el cargo y se divorcia, pretendiendo esconder su preferencia bajo la redes sociales de una modelo.
Reinan dos años de lucha campal entre escuderías azules contra rojas, pero por los dioses ocultos llega a gobernar An como señor de los señores y su fuerza coloca a Cu como Visir de estas tierras, la promesa de transformar es su lema y su estandarte.
Cu pierde el rumbo de gobernar y An lo visita para fortalecer y acuerpar el mandato, siendo en vano, los enemigos siguen avanzando desde adentro y por afuera. Cu prefiere nunca estar en la regencia, y lejos de apoyarlo su gabinete, séquito, mandatarios y filiales, lo han manchado más con sus pasados y presentes actos.
Se sienten protegidos por sus escribas pagados y viven bajo el lema del Visir rojo, disfrutando del “P… poder”, pero de lejitos.
An y Cu realmente no han desenfundado la katana, no han exigido, ni han desmantelado los hilos.
An y Cu honrando sus palabras deberían quitar el telón, cortar los hilos y exponer a los culpables, quitar las máscaras y señalar quien realmente mueve los hilos.
El combate a la impunidad y a la corrupción será un cuento Walt Disney mientras los titiriteros sigan manejando las cuerdas y sean intocables.
En este cuento realmente no se ve la transformación, sólo tras el escenario los que pueden ver observan los hilos rojos y azules de quienes en realidad mueven a las marionetas.
La función sigue su curso y el pueblo sigue sin dinero.
La preocupación es si en verdad An busca ser el señor de señores para transformar “por cuarta ocasión”, o busca ser un titiritero más en esta máquina de sueños malograda para algunos, llamada México.
Hagamos juntos una verdadera transformación.
lic_jcor@hotmail.com