Por Andrés Timoteo / columnista
TUMBAS ANÓNIMAS
También en Veracruz se establecerán tres panteones forenses y aunque al momento no se sabe su ubicación exacta, pues ella dependerá del tipo de suelo y clima ya que se requieren ciertas condiciones que ayuden a conservar los restos humanos, desde el 2018 se supo que al menos cinco ayuntamientos – Cosoleacaque, San Juan Evangelista, Veracruz, Xalapa y Cosamaloapan- habían ofrecido terrenos para dichos proyectos.
Panteones forenses, ¿qué es eso? Jamás se había hablado de algo así en el entorno cercano. Es parte de la terminología que la gente debe aprender ante la dolorosa realidad. El panteón o cementerio ya dejó de ser el tradicional ‘terreno santo’ donde reposan para siempre nuestros difuntos después del ritual respectivo: tenerlos en cadáver -tal vez después de verlos morir-, abrazarlos, llorarles, asearlos, vestirlos, velarlos, rezarles, despedirlos, sepultarlos y llevar el duelo a buen término.
No, ahora se llaman panteones forenses. Son tumbas administrativas que albergan los Sin-Nombre, los “NN”, los no-identificados, los que nadie reclama o nadie encuentra. Cenotafios donde nadie llora, aunque signifiquen un dolor infinito. Sepulcros donde nadie reza, no al menos con el mismo fervor que se hace cuando se sabe que ahí está uno de los suyos. Sepulturas donde no se festeja ese rencuentro anual y mágico de Todos los Santos. En ellos no hay fiesta ni llanto, son tumbas atrapadas en un limbo.
Son esos cementerios “temporales” para inhumar a personas o sus restos que permanecieron mucho tiempo en los refrigeradores de los Servicios Periciales y que nadie reclamó y sus lugares en las morgues requieren ser ocupados por otros desconocidos. Es el destino de los muertos a los que no se les ha podido dar un nombre ni conocer su historia y que se les entierra con una clave en la lápida que servirá para exhumarlos si aparece alguna vez un deudo que los reclame.
Habrá algunos que sí son buscados y reclamados, pero otros permanecerán ahí, en el anonimato, hasta que se consuman las generaciones presentes y se extinga la posibilidad de ser hallados. Los panteones forenses son un término jurídico, frío e ideado para dar salida a un problema de espacio en la administración pública. Es algo que se tiene que hacer para avanzar en toda esa avalancha de muerte, cuyos despojos se tienen que tamizar científicamente y conservarse lo más que se pueda. Es lo mínimo para evitar que la desaparición a la que fueron condenados por sus verdugos se concrete.
EL DESAPARECEDOR
Una noticia esperanzadora en medio del horror es que la justicia federal se negó amparar al exgobernador Javier Duarte de Ochoa, quien buscaba evadir una orden de aprehensión por el delito de desaparición forzada, proceso judicial que se le sigue en la Fiscalía General del Estado.
El exMandatario está señalado de haber instruido a la Fiscalía, cuando era Gobernador, ocultar información sobre el número de cadáveres y osamentas localizadas en la Barranca de la Aurora, frente a la Academia Estatal de Policía, en El Lencero, municipio de Emiliano Zapata. Fueron al menos 19 cuerpos que se extrajeron de esa fosa clandestina y se ocultaron, aunque seis de ellos se localizaron después en otros puntos de la Entidad a inicios del 2016.
En ese ilícito también están involucrados los extitulares de la Fiscalía, de Servicios Periciales, de la Policía Ministerial y de la Secretaría de Seguridad Pública. Para eludir la orden de captura, Duarte solicitó un amparo, pero el Juzgado Décimo Primero de Distrito se lo negó. Nadie debe olvidar que Duarte es uno de los responsables de ese horror de muertos y fosas clandestinas que se vive en Veracruz.
Duarte, actualmente preso en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México purga una condena por delitos de orden financiero, no de lesa humanidad como la desaparición forzada, y que prosperen elementos judiciales para procesarlo por estos crímenes son el sustento para que el Gobierno de México respalde la petición ante el Gobierno de Guatemala -donde había huido y fue capturado- para que se amplíe el catálogo de ilícitos para juzgarlo de acuerdo a los tratados de extradición.
OSCAR, VALERIA…AYLAN
La semana cierra con otro retrato de la tragedia en México, aunque está vez en el tema de la migración. Es la fotografía de los cuerpos de Oscar y Valeria Martínez, padre e hija salvadoreños, que perecieron ahogados en su intento de cruzar el río Bravo para llegar a los Estados Unidos. La imagen le dio la vuelta al mundo e hizo recordar al niño sirio Aylan Kurdi, cuyo cuerpecito fue arrojado por el mar Mediterráneo en una playa de Turquía en el 2015.
No son los primeros ahogados ni serán los últimos en esos muros de agua -el río Bravo y el Mediterráneo- por donde pasan los mayores flujos migratorios del mundo. Uno es el que viene de México y el Sur del Continente Americano y otro de África y Medio Oriente. Y todos los migrantes no dudan en cruzarlos porque están huyendo del hambre, la guerra, las dictaduras, el crimen organizado y los desastres ambientales.
Miles han muerto en las aguas del río Bravo y miles más en el Mediterráneo, tan sólo hasta finales del 2018 se estimaba que otros 700 niños se habían ahogado en el mar que separa a los ansiosos migrantes de Europa. También miles más morirán en meses y años venideros porque los muros sean de agua, de piedra, de alambradas o de policías no detendrán la migración.
No lo harán porque los que están dispuestos a sortearlos, saben que es peor regresar a sus países que aventurarse a una tierra ajena pese a que esté llena de trampas mortales. Esa es la razón más simple: para ellos regresar significa morir sin oportunidad y avanzar aún con los peligros es tener la esperanza de sobrevivencia.
Y la fotografía de Oscar y Valeria muertos en el río Bravo es el retrato también de la nueva política migratoria de México, cuyo Gobierno ahora está dedicado a cazar migrantes y hacerles la vida imposible para complacer al presidente norteamericano, Donald Trump. Es la imagen que será el sello del lopezobradorismo en el tema humanitario. Vergüenza mundial.