Por Andrés Timoteo / columnista
Un maestro español, al hablar de la memoria colectiva de los pueblos, decía sobre el quehacer de la prensa en la historia reciente: echar una mirada al interior del gremio periodístico es como escarbar en la mi… Te encontrarás con verdaderas pestilencias. Y efectivamente, el periodismo es un gremio con una corrupción tremenda, pero eso no significa que forzosamente todos los periodistas sean corruptos.
Tampoco es una primicia lo dicho por el presidente, Andrés Manuel López Obrador, sobre la existencia de un “hampa de periodistas”. La hay, por supuesto, pero no todos los informadores son parte de ella. Tampoco por criticar los yerros, pifias y mentiras de su régimen significa que los periodistas escriban bajo consigna, como el Mandatario pretende hacer creer al imaginario colectivo.
No, lo que López Obrador busca con la filtración de un listado de 36 periodistas, que hicieron convenios publicitarios con el gobierno de Enrique Peña Nieto y con la arenga de que los periodistas son hampones, es construir un enemigo público: la prensa. El odio sembrador en la población contra el periodismo es una estrategia política para después sacudirse cualquier trabajo de investigación que desnude a su gobierno. Esa es una vieja estrategia de los autócratas
La historia lo ha demostrado, en regímenes autoritario entre las primeras víctimas que se cuentan está la prensa y los periodistas. La embestida contra los diaristas no sólo la ensaya el norteamericano Donald Trump, quien ha declarado que la prensa es “enemiga de la Nación”, sino que los mismos gobiernos de izquierda en Latinoamérica, los de aquella “ola rosa” que llevó al poder a Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Inácio Lula y Dilma Rousseff en Brasil, Daniel Ortega en Nicaragua y Hugo Chávez y Nicolas Maduro en Venezuela.
Chávez inició un ejercicio parecido a las conferencias matutinas de López Obrador que se llamó “Aló Presidente”, programa transmitido en cadena nacional y donde el Mandatario hablaba durante horas -Maduro sigue con lo mismo– y hacia papilla a todo el que lo criticaba, decretaba censura abiertamente y ordenaba la expropiación de medios concesionados para castigar la disidencia informativa. El ecuatoriano Correa era especialmente agresivo en sus alocuciones públicas, un día llamó “gorda asquerosa” a una reportera que lo cuestionaba sobre casos de corrupción de su Administración.
Ya no se diga de los autoritarios de derecha -además de Trump- como Jair Bolsonaro, el ultraconservador presidente de Brasil quien ha decretado que su Administración está en “guerra” contra la “prensa mentirosa”, la cual “no debe sobrevivir” en su gobierno. Ha calificado a los medios informativos como “basura” y a los periodistas como “escoria” por difundir noticias o reportajes que ponen en predicamento a su gestión.
El ataque más reciente de Bolsonaro fue en marzo cuando la emprendió contra la periodista Constanza Rezende, del diario “O Estado de S.Paulo”, acusándola de golpista, pues acusa que sus investigaciones sobre la corrupción, que involucra a su hijo Fluvio Bolsonaro, pretenden desprestigiar a su familia, a su gobierno y al País entero. El resultado fue el hostigamiento, ataques en las redes sociales de parte de los simpatizantes del presidente que incluyeron llamados a asesinar a la reportera y a quemar las instalaciones del periódico.
LOS OSCURANTISTAS
¿Qué diferencia hay con México? Una delgada línea. Tras la difusión del listado de los 36 periodistas y las declaraciones de López Obrador sobre el “hampa del periodismo”, basta revisar las redes sociales de las cuentas de los ‘youtubers’ del lopezobradorismo -que no son periodistas- en las que llaman a matar a los “chayoteros”, piden que sean “levantados” y descuartizados. Tal es el fruto del odio político que está sembrando el caudillo tropical.
Claro, en el listado divulgado por la presidencia sí hay pillos consumados, pero no son todos. Muchos de los exhibidos han contestado argumentando que son difamados. Pocos les creen, pero el caso no es generalizado, se insiste. Quizás la respuesta más sensata e inteligente la dio ayer el periodista Ricardo Rocha, a quien acusan de haber recibido 4 millones de pesos del gobierno de Peña Nieto.
Rocha, reportero y conductor de carrera intachable, acudió a la famosa “Mañanera” de López Obrador y se lo dijo en su cara: “¿No sé por qué su gobierno me está tratando así?”, rebatiéndole con documentación. Lo invitó a ir a su casa para que compruebe que no se ha enriquecido con la profesión. “No se puede ocultar ni lo idiota ni lo rico”, le espetó retándolo a que corrobore sus condiciones de vida.
“¿Qué le sirve más? Una crítica inteligente o los lacayos que cuando usted pregunta la hora le responden: la que usted quiera señor Presidente. Yo no creo que haya un hampa periodística. A mi jamás me han llamado para decirme: hay una reunión en un lugar secreto, algún conciliábulo para ver cómo perjudicar al gobierno de López Obrador, o soy muy bruto como reportero o no me toman en cuenta”, señaló.
Ricardo Rocha lo manifestó sin parpadear: coincido con todas sus metas, aunque no siempre con todos sus métodos. Sutilmente tachó al gobernante de mentiroso aludiendo al filósofo francés Montesquieu: nadie está obligado a mentir por la Patria. La aclaración de Rocha tiene importancia porque defiende a esos periodistas dignos y porque es el actual director del Canal del Congreso, donde también lo ha acosado la “Cuarta Transformación” para hacerlo renunciar.
En resumen, hay hampones metidos a periodistas, sí. Todos los periodistas son hampones, no. El gremio es susceptible a la corrupción, sí. Está podrido totalmente el oficio, no. Hay compañeros dignos que ennoblecen la profesión, que no se comparan con esos mercaderes de la información, vendedores de “opinión” y analistas bajo pedido que alteran la realidad, los que hacen vocería en lugar de periodismo.
También es cierto que Veracruz es quizás uno de los estados del País donde el gremio está infestado de hampones. Basta acudir a la hemeroteca para ubicarlos. Pero también hay una prensa decente que sirve de contrapeso al poder, que es tribuna de todas las voces y que alumbra lo que se pretende mantener oculto. Entonces, la opinión pública no debe dejarse llevar por el odio político sembrado por los autoritarios que, pese al traje de progresistas, están deseosos que regresen las épocas oscurantistas.
COMENSALES DE ANGORA
La noticia serviría para la parodia si no fuera lastimosa para los afectados. En el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) se contrataron los servicios de una empresa gastronómica para servir desayunos y comidas gourmets a los empleados de las oficinas centrales. Platillos con productos orgánicos, libres de tóxicos, opciones para los vegetarianos y variedad amplia para no aburrir los delicados paladares.
Por ese servicio, que incluye un chef y un nutriólogo exclusivo para garantizar que sean de alta calidad y no engorden los funcionarios, el organismo pagó más de 15 millones de pesos. La paradoja es que mientras los burócratas comen delicatessen, la institución pasa penurias para cubrir gastos esenciales, se ha castigado a la investigación y han recortado becas a estudiantes de excelencia, sobre todo a los que cursan posgrados en el extranjero.
En Europa -incluyendo Francia, por supuesto- los estudiantes becados por el Conacyt pasan mil penurias porque viven en la zozobra cada fin de mes esperando que les depositen la beca. Por lo regular estas se retrasan y los becarios hacen malabares para lograr pagar sus rentas, su movilidad -bus, tren o metro- y su comida. Historias de necesidad y desamparo son lo cotidiano.
Ha habido ocasiones en que sin explicación alguna el Conacyt retrasa hasta tres meses el pago de las becas y eso es un terremoto en la vida cotidiana de los estudiantes. Ahora, con la llamada “Cuarta Transformación” la situación se complicó más ya que con el argumento de la austeridad republicana pone más obstáculos a los aspirantes a cursar estudios de posgrado, e incluso hay visos de recortes a los apoyos ya autorizados.
Todo parte de una decisión voluntarista del presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien personalmente ha expresado su repudio a quienes cursan estudios en universidades extranjeras. Ha dicho que él “no se graduó en corrupción”, que no ha ido a universidades “fifís” como Harvard y otras. Entonces, el castigo a los estudiantes es decisión presidencial, basada en una percepción ideológica, fascistoide.
Por eso, la directora del Conacyt, María Elena Álvarez-Buylla, sabedora del desprecio del caudillo a los estudios en el exterior prefiere gastarse el presupuesto en un servicio de restaurante gourmet para esta suerte de comensales de angora. Eso enoja, y mucho, porque, en verdad, los estudiantes becados por el Conacyt que están en Europa pasan ‘las de Caín’ para sobrevivir mes a mes. Lo hemos visto, somos testigos de eso.