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El negocio de legalizar

Superiberia

Desde hace algunos meses parece prevalecer, cada vez más, la noción de la legalización de la mariguana como algo necesario, incluso como algo urgente. Se ha convertido, de hecho, en una especie de bálsamo de fierabrás que todo lo puede curar: que si hay que disminuir la violencia, legalicemos la mariguana. Que si el Estado necesita más recursos, legalicemos la mariguana. Que si queremos estar al día en las tendencias mundiales, legalicemos de una vez. Todo parecería resolverse con la legalización, a ojos de sus promotores.

La semana pasada lo pudimos apreciar más claramente. El furor en las redes sociales tras la entrada en vigor de las regulaciones respectivas, en Colorado y Uruguay, estuvo presente día tras día y con él un sentimiento de frustración que no se ocultaba: desde el ciudadano de a pie que repite el manido argumento de que “después de 70 mil muertes tenemos que cambiar de perspectiva” hasta el intelectual de izquierdas que espeta un sonoro “pusilánimes” a nuestro gobierno. Casi como si nos enfrentáramos a una causa justa, como si el malévolo gobierno quisiera mantenernos en el atraso por alguna oscura razón. Las fotos que mostraban las filas de gente esperando para poder comprar mariguana legalmente sólo reforzaban estas conclusiones, con la contundencia de las imágenes: hay que legalizar, ya, pronto.

Sin embargo, cabe repetir, una vez más, la pregunta pertinente: ¿para qué legalizar la mariguana? O, más bien, ¿por qué legalizarla? Si la respuesta es relativa a la disminución de la violencia, es un hecho que ésta no habrá de ocurrir por sí sola. Los grupos delincuenciales simplemente voltearían hacia otros negocios igual o más redituables en el mismo marco de ilegalidad, como el secuestro, la extorsión o la piratería. Como ya lo han estado haciendo. Si hemos de legalizar la mariguana por allegar más recursos al Estado, ¿no sería más sencillo recaudar con más efectividad? Además, en este orden de ideas, ¿no sería una contradicción que el Estado obtenga más ingresos a expensas de la salud de sus ciudadanos? ¿Podría haber un acto menos ético por parte de la autoridad? Y el que así ocurra con el tabaco o el alcohol no puede justificar que se haga de nuevo.

La única razón válida para legalizar el consumo de la mariguana sería el hecho de que se reconozca que es una substancia inocua, que por su propia naturaleza no representa un riesgo a la comunidad. En Uruguay, por ejemplo y de acuerdo con algunos diarios argentinos como La Nación, la mariguana tenía de facto un consumo tan popular, y era tan aceptada incluso antes de la legalización, que era común olerla en la playa o en las calles. Ahora, según la fuente citada, la gente la consume sin tapujos en las terrazas de los mejores restaurantes y en eventos sociales de todo tipo. Los uruguayos simplemente están reconociendo la realidad de su propia situación y adaptando la ley para proteger a los consumidores. ¿Podríamos decir que estamos bajo las mismas circunstancias en México?

Difícilmente. Primero que nada, por la poca credibilidad de nuestros Apóstoles del Cannabis. O, ¿acaso alguien confía en la pureza de intenciones de Vicente Fox y sus infomerciales? ¿Alguien cree realmente que el interés que muestra, y los recursos que ha invertido, son gratuitos? Un artículo publicado en octubre del año pasado por el Colectivo por una Política Integral hacia las Drogas, A. C., CUPIHD, señala que el precio actual de la mariguana cultivada en exteriores, en nuestro país, es de alrededor de diez pesos el gramo, cerca de 300 pesos por una onza, similar al precio que se pretende mantener en el Uruguay de Mujica. Sin embargo, cuando se observan con atención las fotografías relativas a la venta en Colorado se puede ver el precio de la mariguana legal, de 220 dólares por una onza. ¿Cuál de los dos esquemas es el que pretende Fox que se adopte en México? ¿Uruguay o Colorado? ¿Alguien lo duda?

La legalización de las drogas por los motivos equivocados sería el peor error en la lucha contra el crimen organizado. A menos de que se diera en condiciones similares a las de Uruguay, los consumidores seguirían estigmatizados y los precios se irían al cielo, con barreras de entrada legales que permitirían a unos cuantos manejar el mercado a su antojo. Y cuando los trasnochados que apoyan la legalización a como dé lugar se den cuenta de que tendrán que pagar diez veces más por su droga, que no podrán fumar en todos lados porque nunca se trabajó realmente en derrumbar los prejuicios, y que no hay marcha atrás en un proceso planteado desde los fines sin importar los medios, no tendrán más remedio que llamar a su antiguo dealer y seguir comprando en el mercado negro. Con los mismos riesgos y alimentando a las mismas mafias que ahora, pero habiéndole puesto en las manos un negocio multimillonario a quienes ahora nos venden la legalización como la cura a todos nuestros males.

La mariguana, en sí misma, es mucho menos dañina que el alcohol o el tabaco y por eso debería de regularse su consumo. No puede haber otra razón. Quien venga a decirnos que es por reducir la violencia, por todos los muertos de Calderón o, peor aún, porque es la tendencia progresista del momento, nos está queriendo vender espejitos. Una vez más. Y si el esquema de legalización y comercialización propuesto se acerca más al de las Rocky Mountains que al del Mar del Plata, no es difícil adivinar quién se está frotando los bigotes y encaminándonos, de nuevo, a una catástrofe que desde el poder nunca tuvo ni el talante ni los arrestos para evitar.

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