No hay que esperar ley ni permiso alguno para ejercer los derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Con los derechos sociales al trabajo, la salud, la cultura, una vivienda digna, la libertad de pensamiento y a su expresión, a la diversidad y a la participación en la cosa pública como suma de todos los derechos políticos.
El problema central es el del poder. Antes era reconocible; ahora el poder efectivo lo tienen las multinacionales, los bancos, las oligarquías que lo han arrebatado a los políticos y que vulneran los derechos fundamentales, no sólo en los países pobres.
Y si antes los oprimidos podían alzarse contra los poderes tiránicos, fueran reyes o militares, castas sacerdotales u oligarquías, hoy se nos han ido de las manos en el magma de las corporaciones económico financieras.
Es posible rebelarse, porque las derrotas, como las victorias, nunca son definitivas. Es necesaria la revolución de la bondad activa que acelere la llegada de la mujer y del hombre nuevos.
Y a esta rebelión y conquista todos estamos convocados porque nos van en ellas la vida y la supervivencia.
Ante nosotros se alzan posibilidades de libertad, de justicia y de dignidad. Mirar hacia atrás, con ira o con nostalgia, sólo nos convertirá en estatuas de sal que se llevarían las lluvias. Y a éstas las necesitamos para abrevar ganados y para regar los surcos que esperan las nuevas semillas de un amanecer más justo y solidario para todos. No para ser reconocidos como personas, sino por el hecho de serlo por naturaleza.
Durante la Edad Media, la humanidad vivió enajenada por el pensamiento mágico-religioso que negaba la libertad y la responsabilidad de las personas sometidas a la dictadura de las castas y de los privilegios feudales. El Renacimiento y la Ilustración vinieron al rescate de los seres humanos en nombre de la Razón; pero sus sueños produjeron monstruos en concepciones de la vida inhumanas. El pensamiento único expresa la lógica calvinista que confunde progreso con desarrollo.
Mientras que el progreso tiene como protagonista al ser humano, el desarrollo es mecánico y su objetivo son los beneficios. El progreso es siempre a escala de la persona que camina, da pasos, pro-gressus. Sin la conciencia de libertad y la dimensión social no hay progreso.
Ni el crecimiento económico ni el desarrollo material ni la riqueza ni la industrialización o innovaciones tecnológicas tienen sentido al margen de la comunidad.
El fundamentalismo calvinista que dio origen al capitalismo, hizo del ser humano un objeto productor cuya actividad era la obtención de beneficios. Se llegó a la monstruosidad de asumir que “vivimos para trabajar”. Como nuestra salvación eterna dependía de la Providencia, era preciso que ésta nos encontrase trabajando, sin dejar espacios para el sosiego, la recreación o el arte, al que pusieron precio. En las Ordonnances sur le régime du peuple de Géneve, Calvino afirma que señales de la predestinación son la industriosidad, el trabajo y ascetismo mundano; que serán el medio para alcanzar la salvación.
Reírse era delito. Condenaron el ocio e idolatraron el nec-otium.
El lucro económico, condenado por Tomás de Aquino y por Aristóteles, se convirtió en clave del sentido de una vida ordenada a alcanzar su perfección. Se sanciona la necesidad del capital y de la banca, la bondad del préstamo y del crédito, así como el beneficio que excediera toda necesidad estricta. Rige la máxima “orar es trabajar”.
Creyéndonos libres, vivimos encadenados por el pensamiento mítico de la productividad, del triunfo y de la victoria sobre los demás. La competitividad ha desplazado a la competencia.
El individualismo más atroz nos ha desarraigado de nuestras señas de identidad como personas. Nos hace olvidar que vivimos para ser nosotros mismos; único sentido de la existencia.
Las pautas del mercado establecen que pensar, atreverse, discernir, salirse de la rueda de presos consumidores, es pecado.
Es preciso cambiar de mentalidad. Organizar la resistencia y rebelarnos. Denunciar la injusticia social y echar del poder a quienes lo detentan. No es viable un modelo basado en las armas, la explotación de recursos y la deshumanización. Una sociedad global, en la que nos sabemos responsables, sólo puede fundamentarse en la solidaridad.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
fajardoccs@solidarios.org.es Twitter: @CCS_Solidarios