Durante su campaña por la presidencia, Enrique Peña Nieto fue atacado por sus contrincantes políticos con el argumento de que si el PRI regresaba a Los Pinos la corrupción renacería en todo su apogeo, como en los viejos tiempos de los regímenes priistas, ciertamente marcados por la corrupción, el desaseo administrativo y la inmoralidad y todos protegidos bajo el manto de la impunidad.
Para contrarrestar los efectos negativos de esta acusación Peña Nieto se deslindó del viejo PRI histórico, y entre sus múltiples ofrecimientos de campaña se comprometió a crear a su llegada a la presidencia una entidad o secretaría anticorrupción: en estos días la iniciativa de ley para su creación ya está en la Cámara de Diputados y es seguro que su funcionamiento se inicie a la par de su gobierno.
Por ese motivo se habla mucho en este sexenio de renovación moral o simplemente de moralidad, pues es evidente que la moralidad es una cosa buena y a nosotros nos ha faltado mucho. Y a decir verdad muchos de los funcionarios públicos y de las administraciones pasadas y de la presente jamás la han conocido, y por ello aún no han podido entender lo que la renovación moral significa por lo que evidentemente no quieren ni pueden practicarla. El resultado de todo esto es que por decreto no se pueden imponer medidas moralizantes, si estas no se apoyan en la más elemental práctica de recompensa y castigo; recompensa para todo ciudadano o funcionario público que demuestre una moralidad a toda prueba, y castigo para todo aquel que se empeña en no practicarla y que finge no conocerla. Este método tan simple equivale a la justicia, pues esta no puede existir sin la moralidad así como la felicidad no puede existir en una nación injusta y manejada por pandillas corruptas.
Aún en contra de la evidencia de los acontecimientos cotidianos, nosotros queremos pensar que más que un lema de campaña electoral o una simple pose gubernamental, a la próxima administración federal le interesa llevar a cabo hasta las últimas consecuencias la renovación moral en todos sus niveles, porque finalmente ha comprendido que para lograr sostenerse en el poder necesita cambiar totalmente la imagen de corrupción que el pueblo tiene de ella; en esta actividad renovadora también está involucrado el Partido Revolucionario Institucional, porque su existencia depende de la existencia del gobierno. Sin embargo, los ciudadanos conscientes entendemos que no será posible lograr la moralidad pública de la noche a la mañana pues el cáncer de la corrupción está tan extendido y arraigado que se corre el riesgo que el enfermo muera si se le somete a una operación violenta o apresurada. Entendemos entonces que los aires de renovación moral han de penetrar poco a poco en los pulmones del país, dosificados hábilmente por las administración federal para darle al enfermo la oportunidad de acostumbrarse al oxigeno puro de la moralidad.
Pero para el ciudadano común la renovación moral no es más que una frase propagandística de la actual administración. Y eso no es para menos, pues en su vida cotidiana siguen siendo hoy como ayer víctimas de la corrupción oficial a todos los niveles, y lo resiente hoy más que ayer, porque por desgracia su nivel de vida ha bajado dolorosamente lo cual además de ofenderlos los indigna. La extorsión a que son sometidos por el policía de la esquina, por el agente de Tránsito del crucero, por el director de la escuela a la que asisten sus hijos, por el inspector de reglamentos municipales, por el empleado de la ventanilla pública, por los distintos miembros y por todos aquellos que de alguna manera ostentan cualquier credencial oficial, hacen que el llamado de la renovación moral parezca como un sueño imposible para nuestro país.
¿Cómo ha de creer el pueblo en la renovación moral cuando todos los días nos enteramos de una gran cantidad de fraudes y corruptelas en todos los niveles de la administración pública? ¿Cómo puede creer en la buena voluntad de sus gobernantes, cuando en las mismas páginas de este diario leemos día tras día las evidencias de la corrupción de las más altas esferas de la presente administración municipal, de los estados y del país? ¿Por medio de qué milagros la actual administración federal pretende lograr que el pueblo crea que en verdad tiene sinceros deseos de implantar la moralidad en el país?
Ante estos cuestionamientos, creemos que su actividad moralizadora ha de resultar vana si no castiga ejemplarmente a los funcionarios a los que se les demuestre su corrupción, los cuales hasta ahora como castigo son simplemente separados de su cargo sin ninguna averiguación posterior. Es por eso que creemos que más que aires de renovación, lo que México necesita son verdaderas tempestades.