Córdoba.- Un fotógrafo originario de Miami, Estados Unidos, narró cómo fue secuestrado y torturado por una banda del crimen organizado, durante su estancia en Córdoba.
Un mes después de haber sido plagiado, John Sevigny denuncia que los hechos ocurrieron el 8 de enero, cuando fue sacado a la fuerza por sujetos armados de la casa de uno de sus amigos.
“El cartílago que conecta mis costillas con mi esternón está muy magullado después de que un bastardo me golpeó en el pecho con la culata de un AK-47. Me vi obligado a pararme contra una pared y mi espalda recibió un golpe tan fuerte como mi caja torácica. Hay una quemadura directa a través de mi pecho hacia mi columna vertebral”, narra el estadounidense.
Dice no estar seguro del motivo de su secuestro; sin embargo, su trabajo se centra en las personas y su lucha por sobrevivir en un mundo cada vez más cruel.
“Eso me ha puesto directamente en la mira de gobiernos, pandillas y cárteles. En primer lugar, nadie quiere contar las historias de personas marginadas. En segundo lugar, un hombre con una cámara que se encuentra en tres de los países más peligrosos del mundo, México, Guatemala y El Salvador, a menudo se confunde con algún tipo de espía”, señala.
La entrevista la reproduce el portal Medium.com, y en ella narra las atrocidades que sufrió a manos de los sicarios, quienes le dejaron una herida en la parte superior de su cabeza luego de que le “metieron” el cañón de una pistola de 9 mm en su cuero cabelludo, diciéndole que lo iban a matar, cortarle los labios, los dedos y “la polla”.
Su mandíbula no se mueve como debería y le duele hasta su oído interno cuando intenta dormir, luego de ser pateado en la cara por otro miembro de ese grupo que llevaba botas de punta de acero, una patada que también le quitó algunos dientes.
Los cortes en sus muñecas después de haber sido esposado demasiado apretado durante mucho tiempo han comenzado a desaparecer, pero las lesiones dentro de él están empezando a aparecer.
“Tengo pesadillas. Estoy siendo perseguido. Necesito escapar de los asesinos del cártel de la droga. Estoy con mi exnovia o alguna otra mujer. Nunca está claro. Pero el pánico fluye como mercurio frío en mi sangre y cuando me despierto puedo sentirlo en mis venas, mientras mi corazón late con fuerza y el sudor corre por mi cara. Me despierto sintiéndome como Martin Sheen en la escena de apertura de Apocalypse Now”, narra.
El secuestro fue un caso de identidad errónea, le dijeron más tarde. “Pero primero me acusaron de matar a alguien llamado Carlos. ¿Cuándo conociste a Carlos? ¿Cuándo decidiste matar a Carlos? Él tenía una familia, ya sabes. ¿Quién diablos es Carlos? De hecho, a la mierda Carlos. Esa pregunta me ganó la culata del rifle a las costillas”, subraya.
Acusaron también a su amiga de matar a una lesbiana llamada Cristina, de Ciudad Juárez.
“Me acusaron de financiar la venta de drogas en Córdoba, a pesar de que no había drogas ni dinero en la casa de mi amigo, y además de secuestrarnos, los malditos lo robaron todo. Tenía 11 dólares en mi cuenta bancaria y acababa de comprar dos libras de mandarinas, que serían nuestros alimentos básicos empobrecidos durante unos días”, agrega.
La mañana del 8 de enero, cuando fue secuestrado, miraba su teléfono, leyendo lo que fluía en Twitter.
“Levanté la vista y vi a más de una docena de hombres armados que miraban y actuaban sospechosamente como policías entrando por las puertas delanteras y traseras. De hecho, como me confirmó más tarde un oficial de Policía de Córdoba de alto rango, oficiales de Policía de la ciudad y del Estado que trabajaban fuera de horario para un cártel de la droga”, subraya.
“No puedo controlar lo que hacen mis hombres cuando no están en el trabajo”, le dijo.
“Alguien me golpeó en la cabeza con una pistola, alguien más disparó una bala al techo. Lo siguiente que vi fue que cuatro matones me llevaron a un sedán que me esperaba afuera. Eran las 11 de la mañana. La “pelea” había durado tal vez 20 segundos”, narra.
“Joder, el gringo es fuerte”, dijo el chico al que los había golpeado mientras el auto chillaba lejos de la casa y los vecinos no nos ofrecieron ninguna ayuda.
“Pusieron a mi amigo en un Sedán diferente y nos llevaron a la cámara de tortura, o más bien, a un complejo de cámaras de tortura en las afueras de la ciudad. Quiero un tiro con él más tarde”. En el asiento de atrás, sostuvieron mi cabeza contra el suelo y lucharon para colocarme las esposas”, apunta.
“Durante 38 horas, fui uno de ellos. En un sentido más general, los dos estuvimos muy cerca de compartir el mismo destino que las 200 mil personas que han sido asesinadas desde el expresidente Felipe Calderón, en un acto de idiotez borracha, típica de sus seis años en el cargo, se convirtió en el Ejército, sueltos en los cárteles de México”, agrega. Durante casi dos días, su amigo fue violado en grupo varias veces, mientras a él lo golpearon y torturaron de muchas maneras, imaginativas y bien practicadas. “No dormimos, ni comimos. No se nos permitió pararnos, caminar o hacer preguntas. Y más tarde, cuando nos liberaron, no hubo disculpas por parte de los hombres que habían mantenido nuestras vidas, ¿o fue nuestra muerte?, en sus manos durante tantas horas”.
Al final, como estadounidense, pudo salir del País con la ayuda de la Embajada de los Estados Unidos en la Ciudad de México y, más directamente, de su familia.
Su amigo, dice, está oculto lejos de Veracruz, pues no tiene visa y no puede llegar a los Estados Unidos, particularmente en la era de Trump.
“Mi motivación para escribir esto es que la situación en Veracruz, cuyos detalles marcan mi cuerpo y atormentan mi mente, debe ser explicada”, remata.