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Más corruptos y menos educados: así estamos

Superiberia

Hoy, un joven mexicano de 15 años sabe 50% menos matemáticas que uno de Shangai; en comprensión de lectura, está muy debajo de un estudiante promedio del propio Shangai, de Hong Kong o Singapur, y, en términos de competencia científica, estudiantes de esas ciudades chinas o de Estonia también están mucho más capacitados que los mexicanos. Mientras, nosotros no hemos avanzado, en realidad, hemos retrocedido desde el 2009 en esos tres aspectos esenciales del conocimiento; las ciudades chinas, incluyendo Macao, Singapur, Taiwán, Corea del Sur y Japón, han tenido avances extraordinarios, incluso desplazando a Finlandia, que estuvo en lo más alto del rendimiento educativo durante años y que ahora en las pruebas PISA que realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), queda debajo de todos esos países. México, en la prueba PISA, queda en el lugar 53 de 65 países evaluados. Por debajo nuestro, sólo algunas naciones latinoamericanas, Albania, Kazajistán, Jordania.

Pero, por supuesto, en esos países que están registrando avances muy acelerados en la educación (no sólo los nombrados, sino también Estonia, Vietnam, la mayoría de los de Europa del este, además de prácticamente todos los importantes de la Comunidad Europea, a pesar de la crisis), los maestros no hacen bloqueos, van a clases, las escuelas están dignamente equipadas y la competencia de alumnos y de maestros se evalúa en forma constante. 

Hay algo más: en todos esos países la educación está íntimamente relacionada con las necesidades y exigencias del mercado de trabajo, y en función también de la competitividad de cada nación. La relación entre la educación y la competitividad laboral es directa, consciente y, por lo tanto, la responsabilidad de quien enseña, de quien aprende y de quien ofrece y genera empleos es directa y recíproca. 

Con un punto adicional: en esos países, la educación está relativamente equilibrada entre sectores de mayores y de menores ingresos, entre ricos y pobres. Por supuesto que, por ejemplo, en la China rural, la educación es diferente que en Shangai, pero lo importante es que en esos polos de desarrollo de la nación asiática (como en los otros países con alta calificación en la prueba PISA), la educación es de alto nivel pero accesible (ese alto nivel) para todos. Las nuestras son diferencias casi astronómicas entre quienes pueden recibir una educación de calidad y quienes tienen escuelas de latón, sin pupitres y en ocasiones sin electricidad. Y allí se comprende que, a diferencia de lo que dice la Coordinadora, movilizar no es educar.

No es casualidad que nuestros números sean igual de malos en educación que en corrupción. Ayer también se dio a conocer el Índice de Percepción de la Corrupción 2013 de Transparencia Internacional y México retrocedió este año una posición. Siendo la décima (o undécima) economía mundial, estamos en el muy poco honroso lugar 106 de 177 países investigados. No se trata sólo de desarrollo: Uruguay está en el lugar 19 de ese registro, Chile en el 22, Costa Rica en el 49, Brasil en el 72. Entre los países de la OCDE, México ocupa la última posición, lejos incluso de países que viven una profunda crisis, como Grecia.

La mala educación y la corrupción están íntimamente ligados y son males endémicos en el país. Quienes se oponen a la reforma educativa o a una apertura en el sector energético que permita hacer más eficiente y transparente las actividades en esa o cualquier otra actividad productiva; quienes exigen en las calles y con violencia prerrogativas y privilegios sindicales pero, al mismo tiempo, no tienen resquemor alguno en dejar sin clases a sus estudiantes durante meses y provocarles un rezago de años acumulados en su educación; los políticos que no tienen pudor en utilizar en su beneficios las becas que ellos mismos establecen para estudiantes de excelencia, como ha ocurrido en la ALDF; todos ellos, y muchos más, son responsables de una situación que se retroalimenta recíprocamente: cuanto menos educada está una sociedad es menos competente y más pobre, y eso la impulsa a ser también más corrupta. Y la corrupción alimenta la mala educación, porque se considera que ésta no es tan importante para avanzar en la vida. Y todo se traduce en mayor inseguridad y una peor calidad de vida.

Sin educación y sin abatir la corrupción, nuestros avances en seguridad y economía, en calidad de vida y en la reducción de la desigualdad, serán siempre menores, raquíticos, insuficientes. No hay secretos en ese ámbito, ni tampoco se trata de devaneos ideológicos: los países que son exitosos en ellos tienen muy diferentes tipos de gobierno pero, en todos los casos, lo que existe es una conciencia nacional de que una nación corrupta y mal educada no tiene lugar en el concierto internacional, en la carrera por la competitividad y el verdadero desarrollo.

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