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LA GUERRILLA PARISINA

Superiberia

Por Andrés Timoteo  /  columnista

La expresión “¡Macron, démission! (Macron, dimisión) ha sido el grito a pulmón en las manifestaciones callejeras de los llamados “Gilets Jaunes” (Chalecos Amarillos),  pero suena intensamente, a voz más baja, por todos lados en Francia. En las cafeterías, en las escuelas, en los supermercados, en las plazas públicas, en el metro y autobuses, las conversaciones llevan el epilogo: “Macron, démission”.

“El amor acaba”, se llama la novela francesa porque en menos de dos años Emmanuel Macron pasó a de ser una ‘estrella fulgurante’ de la política gala que conquistó el favor de todos los electores, a ser el personaje más repudiado por los franceses y especialmente por los parisinos. Bastaron tres semanas y cinco grandes manifestaciones en calles, plazas y carreteras -con cuatro personas muertas y cientos de heridos y detenidos como saldo paralelo- para terminar con el mito.

El miércoles pasado, el gobierno macronista cedió y canceló el aumento a los combustibles -diesel (gazole) y gasolinas (l’essence)- programado para el primero de enero. Un día antes, tratando de medir las reacciones, había anticipado que esos incrementos solo se suspenderían seis meses, hasta mayo del 2019, pero el primer ministro Edouard Philippe informó que se retiraban del presupuesto para el 2019.

También anuló el incremento del 10 por ciento a diversos productos agrícolas que se contemplaba para el año venidero, al igual que el aumento al precio de la electricidad para mediados del 2019. Es un triunfo de la revuelta de los “Chalecos Amarillos”, pero la guerra, o mejor dicho la guerrilla urbana, no está concluida.

El presidente Macron está sumamente débil, las protestas de los “Chalecos Amarillos” lo obligaron a incumplir su promesa hecha al asumir el gobierno: que no cedería a presiones ni cancelaría las reformas prometidas. Ya reculó y esto no parará ya que no son pocos los que exigen su renuncia. Hace un par de días, el lunes, visitó la alcaldía Puy-en-Velay, al sur del país, que fue incendiada durante las protestas del fin de semana, y ahí la turba lo abucheó y le exigió “largarse”. La oposición política se frota las manos con esa bandera, la de exigir su dimisión. Por lo pronto, la izquierda y la ultraderecha piden disolver la Asamblea Nacional -la cámara de diputados- y convocar a elecciones extraordinarias, lo que sería el paso para debilitar a Macron y a su partido La República en Marcha. Si la revuelta sustituye el aumento de combustibles por esta exigencia política, las cosas se pondrán negras para Macron.

En la paradoja de la política, Macron quien rechazó y criticó hasta el cansancio a los partidos políticos tradicionales, ahora convocó a sus dirigentes para que lo ayuden a paliar la crisis desde el Senado y la Asamblea Nacional. El proyecto macronista que sorprendió a todos en el 2017, ahora da pena frente a una guerrilla urbana que usa chaleco amarillo y que lo puede sacar del Palacio del Eliseo.

Hasta ayer había la convocatoria para una cuarta jornada de protestas para el próximo sábado, por eso el gobierno aceleró el anuncio para cancelar los aumentos a los combustibles y alimentos, pero ni así han logrado evitar que se conjuren nuevas movilizaciones.

Y se habla de “guerrilla” porque las tácticas no son privativas de los conflictos bélicos de Asia, Medio Oriente o Centro y Sudamérica. No, los franceses llevan siglos ensayando la guerrilla urbana y su símbolo son las barricadas. Por eso en las manifestaciones pasadas arrancaron mobiliario urbano, volcaron automóviles -y los incendiaron- para colocarlos a mitad de las calles.

Así nació la Revolución Francesa, en el corazón de los barrios parisinos, donde las barricadas hechas con todo tipo de objetos impedían al ejército real ingresar para enfrentarse con los alzados. Todas las representaciones plásticas de esa gesta las incluyen, por ejemplo, en monumentos y pinturas, Marianne -la mujer que representa a la patria y es representada con los pechos desnudos y portando una bandera- camina seguida de la turbamulta sobre una barricada. La Revolución Francesa se hizo sobre las barricadas, pues.

No hay que olvidar que hasta 1850 Paris era una ciudad medieval, calles muy estrechas -algunas de apenas 1.5 metros de ancho- y Napoleón III contrató al arquitecto Georges-Eugène Haussmann para modernizar la urbe. El Plan de Haussmann incluyó la construcción de grandes avenidas, entre ellas Los Campos Elíseos para evitar que se recurriera a las barricadas a fin de obstruir a las fuerzas del orden, pero aun así volvieron con el tiempo y se vieron en esa misma avenida el domingo pasado.

En Francia la lección está dada para México. Tres semanas de protestas y el gobierno quedó acorralado. Lo obligaron a bajar el precio de la gasolina y de otros productos básicos. ¿Cuándo los mexicanos harán lo mismo para defenderse de los abusos? Segunda lección: Macron, el amado, ahora el pueblo lo vomita. ¿Eso pasará con López Obrador que hoy presume el respaldo de 30 millones de votos y casi levita como si fuera un mesías? Basta esperar un poco pues, como ya se dijo, “el amor acaba”.

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