Concluye el primer año de gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Resulta obligado hacer un comentario, sobre el balance de las cosas que tuvieron verificativo en nuestro País durante este periodo.
El escritor español, Miguel de Unamuno decía que: “No hay más revolución que la del tiempo”. Muchos analistas del sistema político mexicano, ubican al tiempo, como uno de los más importantes contrapesos del poder presidencial.
El primero de los seis años de este sexenio, transcurrió como una exhalación. El regreso del PRI a la primera magistratura del país, después de 12 años, generó muchas expectativas.
El arranque del gobierno fue muy sorpresivo. La concertación del Pacto por México, en que coincidieron las principales fuerzas políticas representativas, ofreció un horizonte inesperado, para propios y extraños. El compromiso en que coincidieron los dirigentes de los partidos políticos y el gobierno, motivó un clima político sin precedente en la historia contemporánea.
La política que puso en marcha el presidente Peña, se basó en la fórmula de sumar, no dividir ni restar. No hubo “cacería de brujas” en contra del gobierno saliente; e incluso, algunos destacados miembros del gobierno de Felipe Calderón, están prestando servicios en altas responsabilidades dentro del equipo del actual gobierno.
Las coincidencias partidarias, produjeron reformas legislativas que se habían venido posponiendo durante mucho tiempo por falta de acuerdos. En estos meses, ya se cuenta con las reformas laboral; educativa; de telecomunicaciones; de competencia económica; de transparencia, hacendaria; y el martes pasado, con la financiera.
Están, además, en proceso de resolución otras dos reformas más: la político-electoral y -la madre de todas ellas- la energética. Los líderes de ambas Cámaras del Congreso de la Unión, han declarado que se pretende que queden aprobadas antes de que finalice este año.
La luna de miel del mandato actual, terminará al aprobarse esas reformas. El próximo año, se deberá trabajar en la implementación del rumbo trazado.
Una vez cumplido el objetivo, es de esperarse que se observe cuál será el verdadero estilo de gobernar del presidente. El tiempo y cuidado que se ha invertido en la construcción de las reformas, ha pospuesto la toma de decisiones trascendentes.
Para ello, quizás se tenga que hacer ajustes al equipo de trabajo. Se requerirá de colaboradores capaces de poder aterrizar las reformas. El pago de las facturas por concepto de los pactos políticos y por la retribución por méritos de la campaña, ha sido saldado.
Si el presidente Peña desea que en las elecciones de 2015, su partido alcance una posición que le permita gobernar la segunda parte de su sexenio con comodidad, necesita que la ciudadanía perciba para qué se utilizarán los mayores impuestos que se le cobrarán. Deberá generarse mayor número de empleos, mejorar la calidad educativa, brindar más servicios y dotar de mejor infraestructura al país.
Se precisa que la seguridad pública tenga mejoría real; y que -paulatinamente- el Ejército y la Marina regresen a sus cuarteles.
El control del gasto, el combate a la corrupción, el cumplimiento de las metas del Plan Nacional de Desarrollo; la rendición de cuentas y la transparencia, comenzarán a ser exigencias de la opinión pública, en este segundo año del sexenio.
Tantas reformas legisladas, tienen que ser traducidas en acciones de gobierno, que reactiven la economía y el crecimiento de la nación. De nada serviría haber privilegiado los consensos políticos, si dichos acuerdos no llegan a generar las transformaciones previstas.
Es momento de pasar de las palabras y los acuerdos, a los hechos y realidades. México requiere retornar al camino del progreso, paz, desarrollo y combatir tantas desigualdades sociales que nos lastiman.