A una semana de que cumpla su primer aniversario, el Pacto por México se ha convertido en sello del gobierno de Enrique Peña.
Porque se trata de una novedad con respecto a los sexenios anteriores. Y porque la actual administración aún carece de resultados presumibles en los terrenos de la economía, la seguridad y la superación de la pobreza.
De manera que los consensos construidos con la oposición para emprender reformas esbozadas desde hace dos decenios, se destacan como logros políticos contrastantes con la parálisis que había caracterizado al Congreso al dejar de ser dominio presidencial.
Se alega que los resultados del Pacto por México, sin embargo, todavía son de papel. Y es que las reformas educativa, en telecomunicaciones, laboral, de contabilidad gubernamental, en transparencia, no pasan de ser éxitos del Diario Oficial de la Federación.
Pero esa legítima objeción no opaca el hecho de que, hasta ahora, el Pacto ha permitido al gobierno y a la oposición procesar sus diferencias, construir consensos y negociar desde el contenido de los cambios parlamentarios hasta el reparto del presupuesto, pasando la calendarización de las batallas.
Jesús Zambrano, presidente del PRD y su grupo Nueva Izquierda, liderado por Jesús Ortega, han sido protagonistas y autores de este inédito entramado.
Porque a diferencia del PAN, dispuesto a la construcción de agendas pactadas desde 1988, con el presidente Carlos Salinas, los perredistas habían jugado en el terreno de la oposición pura, a la espera del fin del régimen al que cuestionaban y con el que decían no querer compartir públicamente nada.
Pero al romper con Andrés Manuel López Obrador, cuyo liderazgo había amalgamado en los últimos años los diversos grupos perredistas, Los Chuchos emprendieron un cambio de paradigma que, al parecer, no tiene vuelta atrás.
La izquierda del no, como se le caricaturizó al PRD que enfrentó a los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, decidió tomar una ruta que justo este fin de semana está superando sus riesgos de aborto.
Y es que en Oaxtepec los perredistas protagonizan un Congreso en el que la hegemonía de los pactistas se confirma, a pesar de los afanes de sus adversarios internos por descarrilarlos.
La apuesta de los detractores de la dirigencia era convencer a Cuauhtémoc Cárdenas de presentarse como candidato de unidad a la dirigencia, a renovarse en marzo.
El ex jefe del Gobierno capitalino Marcelo Ebrard y el dirigente de Izquierda Democrática Nacional (IDN), René Bejarano -entre otros impugnadores del Pacto- se frotaban las manos ante la posibilidad de obligar a Los Chuchos a compartir la conducción del partido.
Pero en un acto que combina estatura política y reconocimiento de la realidad, Cárdenas Solórzano rechazó la propuesta, reventando así las expectativas de cambiar la correlación de fuerzas interna.
Por la vía de los hechos, su declinación deja a los pactistas el timón del partido y favorece a los interlocutores del gobierno de Peña, los que reivindicaron como suya la propuesta hacendaria, los ganadores del reparto del Presupuesto 2014, con fondos sin precedentes para la capital del país, Guerrero y Oaxaca.
“Lo he pensado muy seriamente y estimo que ésta debe ser una oportunidad para otros. (…) Debemos ir por la renovación, con compromisos claros y firmes con el país y con el partido”, argumentó el conductor de la estrategia del PRD contra cualquier cambio constitucional en materia energética.
Con su negativa, Cárdenas estrechó los márgenes de maniobra de quienes, como Ebrard y Bejarano, insisten en que la ruta tomada por el PRD lo vuelve un satélite del PRI.
Y por más declaraciones y malabares que sus adversarios internos emprendan, Jesús Zambrano y Jesús Ortega cuentan con las alianzas y los votos suficientes para colocar en la dirigencia a Carlos Navarrete, uno de los suyos.
El terreno ha quedado libre para que, al renovar su mando, los perredistas se enfilen a una confederación de intereses, marcada por el Pacto.
Puede gustarnos o no el estilo de gobernar. Pero lo evidente es que el primer año del sexenio ha gestado un nuevo código de entendimiento político que se sustenta en acuerdos de mutuo beneficio entre el presidente Peña, Los Chuchos y la dirigencia del PAN de Gustavo Madero.
La legitimación de ese código es el que habrá de determinarse en el relevo de las cúpulas panista y perredista. Y sus saldos marcarán la suerte del Pacto, el único sello distintivo del gobierno.