Por: Andrés Timoteo / columnista
Nuevamente se repite la paradoja que los lugares de horror llevan nombres bellos o al menos amables. Ya se ha citado que Colinas de Santa Fe y la Barranca de la Aurora son referencia de muerte y dolor. Las primeras porque tienen el conjunto de fosas clandestinas más grande de Veracruz y la segunda porque allí se arrojaban a las víctimas de desaparición forzada -algunas vivas todavía, según la leyenda urbana- después de permanecer retenidos y ser torturados en la Academia Estatal de Policía.
Ahora la referencia del terror es Arbolillo, un pequeño poblado del municipio de Alvarado donde el pasado 8 de agosto se localizó la segunda fosa con más restos humanos -174 cadáveres según el último informe-. El predio de 300 metros cuadrados se encuentra a un lado del caserío de pescadores, algunos de los cuales han dado testimonios a los medios informativos que arrojan pistas de cómo operaba dicho cementerio ilegal.
Según esos testimoniales, los cadáveres eran transportados no sólo en automotores sino también en lanchas, pues los lugareños hablan de cargas sospechosas, cubiertas con lonas sobre las embarcaciones que llegaban al sitio regularmente por la noche. ¿Qué sucedió en Arbolillo más allá del uso como cementerio clandestino?, ¿las víctimas que allí fueron sepultadas llegaron muertas o vivas? ¿Fue también un sitio de tortura y exterminio?
Son tantas las preguntas que necesitan una respuesta para completar y entender lo sucedido, y por supuesto para tratar de ubicar a los responsables y castigarlos, lo que debe ser la segunda prioridad de las autoridades además de identificar a las personas que fueron inhumadas.
Desde finales de la semana pasada decenas de personas han acudido a la ciudad de Xalapa donde se realizaron rondas de reconocimiento de las prendas de vestir ahí localizadas. Se habla de que al menos 120 personas que previamente estaban en calidad de desaparecidas habrían sido por lo menos relacionadas con el sitio, principalmente por las credenciales halladas.
Dichas credenciales que se localizaron en el lugar indican que serían personas originarias de Puebla, Chiapas, Ciudad de México, Guadalajara y Veracruz, lo que significa que el lugar sería una fosa usada de forma interestatal por el crimen organizado. Pero hay un dato aterrorizador: hay prendas de bebé entre la ropa encontrada, aunque hasta el momento no se ha confirmado si se hallaron restos infantiles.
Tal información golpea todo sentido humano y hasta la misma lógica tradicional de los criminales: No se asesina a niños, mucho menos neonatos, se decía. Sólo en la mafia italiana se exterminaba a la familia completa para impedir que los pequeños tomaran contra los verdugos de sus padres cuando crecieran. Hoy se ha roto esa última regla, lo que describe el degrado de la humanidad y la perversión de los verdugos que actuaron en Arbolillo.
En fin, es la historia que está corriendo ahora en Veracruz, algo inédito para muchos, pero necesario para todos, ya que la paradoja bondadosa es que la noticia sobre la localización de fosas clandestinas ya no mueve al dolor sino a la esperanza para cientos de familias que tienen perdido algún ser querido y que ven en este tipo de hallazgos la posibilidad de encontrarlo.
Pese a que el proceso de reconocimiento de las víctimas localizadas en Arbolillo es crudo y será complejo y tardado, también es algo que se tiene que hacer y a lo que los veracruzanos se tienen que acostumbrar, porque vendrán muchas más noticias similares en un futuro si se continua con la voluntad de las autoridades para buscar a los desaparecidos.
Y en este contexto, hay que decirlo, es lamentable la posición de algunas organizaciones que descalifican a priori el trabajo de la Fiscalía estatal. El mismo día en que se anunció públicamente el hallazgo de la fosa en Arbolillo un grupo de catorce colectivos emitieron un comunicado tachando de “falsa” la localización del cementerio y desacreditando la labor forense allí efectuada.
Lo que son las cosas. Esos colectivos surgieron ante la negativa de las autoridades para indagar el paradero de los desparecidos y excavar los sitios donde había reportes de sepulturas clandestinas, pero ahora que en Veracruz sí lo hace la autoridad, repudian el hecho y lo condenan. ¿Quién los entiende? Los activistas que buscan a los ausentes tienen el derecho a expresarse libremente, pero también la obligación de ser responsables de sus dichos.
El pronunciamiento sobre las fosas de Arbolillo fue político más que jurídico o humanitario. En todo el mundo se sabe que el procesamiento legista de un sitio donde se cometió un crimen debe ser dejado a los expertos forenses, pues las muestras allí encontradas se pueden contaminar si hay demasiadas personas y peor, si éstas son ajenas a los conocimientos científicos para tratar los indicios.
La posición política de algunos colectivos perjudica a toda la lucha en favor de los desaparecidos y se encamina a algo peligroso: “partidizar” un acto que debería ser plausible. Eso conduce, como la historia lo ha demostrado, a posiciones inamovibles que estancan el proceso general para ubicar, identificar y hacer justicia a las víctimas de la desaparición forzada, y a largo plazo para alcanzar la reconciliación de la sociedad. Ya se ha advertido, la intransigencia y tendenciosidad partidista de algunos activistas pone en riesgo lo que es una causa de todos.
QUE HABLEN LOS MUERTOS
Todo periodista ha experimentado ese primer espanto de entrar a una morgue, aspirar el tufo de la carne en descomposición y ver los cadáveres, algunos frescos y otros con apariencia acartonada, casi momias, debido al embalsamamiento a fin de preservarlos. Aventurarse a estos lugares siempre es un reto para el informador principiante, pues debe curtirse para tratar con el horror, dicen los viejos ‘lobos de mar’ del periodismo.
Es más, algunos de esos periodistas formados en la brega diaria y que son la sapiencia andando aseguran que no es un periodista completo quien no ha visto ni olido un cadáver en esos depósitos. No es lo mismo apreciar el cuerpo de un accidentado o el de un asesinado durante un crimen común, dicen, que hacerlo sobre una plancha, sometido a los exámenes forenses y en medio de otros cadáveres en condiciones parecidas.
Los más ejercitados en esos encuentros con los muertos de las morgues son los colegas de la fuente policiaca. No obstante, ahora en Veracruz ya cambió ese viejo concepto del periodismo empírico porque a los muertos, ya descarnados o en proceso de estarlo, no se les mira en el tanatorio, sino que ahora hay que irlos a reportear in situ, en la tierra, en las fosas ilegales.
Los cementerios clandestinos como los de Arbolillo o Colinas de Santa Fe son ahora el nuevo reto y espanto, tal vez inicial, de los reporteros incipientes. “Hacer que hablen los muertos es tarea de los forenses que interpretan sus restos científicamente, pero también de los periodistas”, comentaba a mediados del año pasado, un colega colombiano que visitó París para participar en un coloquio sobre la memoria histórica. Él lleva tiempo en esa tarea porque su país tiene más de 40 años sumergido en la violencia y muerte por el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares.
Explicaba que “hay que narrar los que dicen los muertos. Quiénes son y qué les pasó. Si no se sabe eso en lo inmediato, ellos mismos se expresan de otro modo: dónde los encontraron, en qué condiciones estaban sus restos, qué ropa vestían, qué documentos portaban, si eran niños o adultos, cuántas tumbas clandestinas ocupaban, qué había sobre ellas, qué tipo de maleza o sembradíos agrícolas, qué caminos llevan hasta ahí, qué poblados hay cerca. Hay que contar eso que sin voz nos transmiten desde la ultratumba”.
En Veracruz habrá que esperar muchas crónicas de ese tipo, que le den voz a los sepultados clandestinamente, que cuenten sus horrores pues es necesario que la gente los sepa. No es una cuestión de morbo o sordidez – ‘amarillismo’, dirían los que se han anclado en la vetusta clasificación- ni tampoco relatos sibilinos, sino de dar tratamiento periodístico a la hecatombe social.
Esas crónicas necesarias serán los documentos de fe pública si no hay o se ocultan los reportes oficiales. Servirán para construir la memoria colectiva sobre los años de plomo. El periodismo veracruzano tiene ese deber ante la historia: narrar en textos, audios e imágenes lo espeluznante que le sucedió a esa “gente borrada” a fin de que nadie lo olvide porque recordar es uno de los mecanismos para evitar que se repita el genocidio.
COMO EL NOPAL
Parecido al nopal, a la sábila o a la avena, al exgobernador Javier Duarte de Ochoa cada día se le encuentran más propiedades. La semana abre con la noticia difundida por el periódico Reforma sobre la incautación de ocho departamentos de lujo -cinco en Cancún, Quintana Roo y tres en Bosques de Santa Fe, en la Ciudad de México- por parte de la Procuraduría General de la República (PGR).
Según la información difundida el fin de semana, esos pisos son parte de la riqueza inmobiliaria que Duarte acumuló por medio de prestanombres y empresas ‘fantasma’ y que alcanza a por lo menos 40 bienes inmuebles entre ranchos, parcelas, departamentos, condominios y edificios completos.
Aunque no sorprende esa noticia sí se continúa indignando a todos -menos a los nostálgicos y a los pactistas que tiene en Veracruz- como se hizo de esa fortuna robándose el dinero que debió usarse en hospitales y médicos, becas estudiantiles, en ayuda humanitaria y combate a la pobreza o -tomando el caso que nos ocupa- en financiar la búsqueda e identificación de las personas desaparecidas.
La difusión de las nuevas propiedades halladas a Duarte se da a dos semanas de que tenga lugar la audiencia judicial para definir la legalidad de las pruebas por los delitos operación con recursos de procedencia ilícita y asociación delictuosa que será el próximo 26 de septiembre.
Hay que recordar que la PGR se desistió de acusarlo de delincuencia organizada y lavado de dinero, lo que demuestra que el cordobés tiene suerte y amigos en el poder, los que salen y más los que entran, porque las condiciones están dadas para que sea liberado o al menos aminorada su sentencia. Es el mundo al revés: en Veracruz se llora a los desaparecidos y Duarte, uno de los responsables del genocidio, está por gozar de impunidad.