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Historia de México: Pacto Social

Superiberia

Era un intelectual consumado. Desde principios de siglo había militado bajo la bandera de los clubes magonistas. Liberal de buena cepa, Antonio Díaz Soto y Gama (1880-1967) padeció la represión de la dictadura y un exilio de varios años en Estados Unidos. Su adhesión a la Revolución maderista significó el boleto de regreso a México y, tras el asesinato de Madero, la suerte y su amplio conocimiento sobre el agro lo colocaron bajo las órdenes de Zapata.
Soto y Gama fue el único personaje mexicano que se atrevió a cuestionar la legitimidad moral de la Bandera Mexicana por su origen reaccionario. En la famosa Convención Revolucionaria de Aguascalientes, en octubre de 1914, los principales generales decidieron estampar sus firmas en el Lábaro Nacional como si con ello invocaran a la Patria para atestiguar las decisiones que debían tomarse. Uno a uno los jefes: Villa, Obregón, Villareal, pasaron al escenario del Teatro Morelos y se inclinaron frente al pabellón tricolor para rubricar en alguna de sus franjas.
Con el ambiente impregnado del más puro patriotismo, el arribo de la delegación zapatista fue un escándalo. Al tomar la tribuna, Soto y Gama exclamó: “Aquí venimos honradamente, pero creo que la palabra honor vale más que la firma estampada en ese estandarte, ese estandarte que al fin de cuentas no es más que el triunfo de la reacción clerical encabezada por Iturbide… Señores, jamás firmaré sobre esta Bandera. Estamos aquí haciendo una gran revolución que va expresamente contra la mentira histórica y hay que exponer la mentira histórica que está en esta Bandera”.
Soto y Gama consideró erróneamente que su incendiario discurso ganaría el aplauso de los presentes; sin embargo, agraviados en lo más profundo de sus almas, todos los revolucionarios desenfundaron y cortaron cartucho. Con los nervios de punta continuó hablando, pero en tono más moderado. Sus palabras que habían comenzado en el rojo, pasaron al verde y terminaron en el blanco.
“Si bien es una Bandera de la reacción, el pabellón se santificó con la derrota de 1847 y con los triunfos de la República contra la intervención francesa”. Y ya sin dudas sobre la legitimidad de la Bandera -y con su vida a salvo-, Soto y Gama también se inclinó, como el resto de los caudillos, antes sus tres colores.

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